+El carácter contra-revolucionario de la obra de dos grandes santos

22/04/2021

Plinio Corrêa de Oliveira (*)

El presente artículo fue publicado inicialmente en portugués por «Cristiandad», de Barcelona, en noviembre de 1958, con la siguiente introducción:

Cristiandad se honra con la colaboración de un prestigioso líder del catolicismo hispanoamericano, el profesor brasileño Plinio Corrêa de Oliveira.

Hemos preferido publicar su trabajo en el idioma original, por tratarse de una lengua hermana. Con ello queremos rendir homenaje a la noble nación brasileña, a la vez que expresar nuestra identificación de sentimientos con la revista «Catolicismo», hidalgo pregonero de nuestros mismos ideales en tierras lusoamericanas.

▪ La versión que publicamos a continuación se basa principalmente en la traducción al castellano del site “El Perú necesita de Fátima”, y en el original en portugués publicado por el site www.pliniocorreadeoliveira.info. Agradecemos a ambos la gentileza de autorizar su publicación para los lectores de Nobleza.org

Vista de París desde el Pont-Neuf (antes de la Revolución), Raguenet, c. 1752 – The Getty Museum, Los Ángeles (EE. UU.)

Para quien ve la historia con ojos de fe y sabe discernir a lo largo de ella las intervenciones de la Providencia en favor de la Santa Iglesia, le parece impresionante la coincidencia y la armonía entre las misiones de dos grandes santos: San Luis María Grignion de Montfort y Santa Margarita María de Alacoque.

Cuando se iba formando el cáncer revolucionario

Ambos vivieron en Francia, en un momento de capital importancia para la historia del mundo. En lo más profundo de la sociedad francesa, los gérmenes oriundos de los grandes movimientos ideológicos del siglo XVI continuaban desarrollándose vigorosamente. Las tendencias hacia el racionalismo, el laicismo y el liberalismo, aún discretas, se difundían en los sectores clave de la sociedad, como una corriente de agua impetuosa y subterránea. El lento pero inexorable ocaso de la aristocracia y de las corporaciones de artesanos y mercaderes, coincidente con la ascensión cada vez más acentuada de la burguesía, preparaba a lo lejos la organización social que había de nacer en 1789.

En pocas palabras, con gran anticipación, pero con una fuerza que en breve se volvería humanamente casi irresistible, la Revolución se estaba formando como un cáncer en las entrañas de un organismo aún sano.

Procesos históricos como este deben ser contenidos preferentemente en su origen; pues, si se permite su desarrollo, resultan cada vez más difíciles de reprimir.

La Providencia interviene para evitar la Revolución Francesa

Así, cabe resaltar que precisamente en el momento en que una acción preventiva parecía más oportuna y más eficaz, la Providencia suscitó en Francia a dos santos con una evidente y especial misión en ese sentido. Misión que, primordial y directamente, se dirigía a la nación primogénita de la Iglesia, pero que indirectamente beneficiaría al mundo entero; pues, si por un lado la extinción in ovo de los gérmenes revolucionarios en Francia podría haberle evitado a todo el orbe las calamidades de la Revolución, por el otro, un triunfo insigne de la religión, ocurrido en el país líder de Europa en el siglo XVIII, podría haber tenido incalculables repercusiones en la historia religiosa y cultural de la humanidad.

El reinado de Luis XIV se extendió de 1643 a 1715. Santa Margarita María vivió de 1617 a 1690, y San Luis María Grignion de Montfort nació en 1673 y murió en 1716. Como se ve, tanto la acción de la santa visitandina a la cual el Corazón de Jesús comunicó sus mensajes de amor, como la prédica del apóstol angélico que enseñó la “Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, fueron contemporáneos del Rey Sol.

Sentido anti-revolucionario del mensaje de Paray-le-Monial

Los lectores ciertamente conocen los pedidos hechos por Nuestro Señor a Luis XIV, por intermedio de Santa Margarita María. Saben que el Sagrado Corazón predijo grandes males para Francia, aunque prometió evitarlos si sus pedidos fuesen oídos. Finalmente, saben también que, no habiendo Luis XIV atendido el mensaje —engañado quizás por informaciones y manejos aún hoy mal conocidos—, Luis XVI, en la prisión del Temple, prometió hacerlo. Pero ya era demasiado tarde y la Revolución siguió su curso, para desgracia de todos nosotros.

De estos hechos lo que importa retener es que, a partir de Paray-le-Monial, en el centro geográfico de Francia, la Providencia quiso encender en el Reino Cristianísimo un brasero de piedad y un foco ardiente de regeneración moral para evitar las calamidades que después sobrevinieron.

En el mismo sentido, mientras tanto, la Providencia suscitaba en el oeste de Francia otro movimiento.

Precursor y patriarca de la Contra-Revolución

Al igual que Santa Margarita María, San Luis María parece no haber tenido ningún pensamiento político en particular. El previó para su patria y toda la Iglesia grandes catástrofes. Pero su mirada no se detuvo sino en las esferas más profundas en que tales catástrofes se venían preparando. Sus escritos aluden a una crisis religiosa y moral de gran envergadura, de la cual, como de una caja de Pandora, saldrían toda clase de males. Para evitar esos males predicaba en sus inflamados sermones, oídos con gran avidez por los campesinos del devoto Oeste francés, la doctrina espiritual que condensó en varias obras, de las que las principales fueron el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, la “Carta Circular a los Amigos de Cruz” y “El Amor de la Sabiduría Eterna”.

Analizados detenidamente esos tres monumentales libros — poco conocidos, lamentablemente— constituyen la refutación de todas las doctrinas falsas de las que nacería el monstruo de la Revolución. Refutación por cierto sui generis: las obras de San Luis María no pretendían persuadir primordialmente de que estaban en el error a los espíritus escépticos, sensuales, naturalistas; su principal preocupación estaba en prevenir contra tales errores a los católicos fervorosos o tibios. Así, toda su dialéctica consistía en inculcar el amor a la Sabiduría, para prevenir a sus lectores contra el laicismo o la tibieza; en inculcar el amor a la Cruz, para prevenir contra la sensualidad y el amor delirante por los placeres a los católicos de una época esencialmente licenciosa y mundana; y en inculcar la devoción a la Santísima Virgen por medio de la “sagrada esclavitud”, para precaver a los lectores permanentemente expuestos a las insidias de ese verdadero calvinismo larvado que fue el jansenismo.

En todos sus libros la dialéctica es la misma. Demuestra con argumentos tomados de la Escritura, de la Tradición, de la historia de la Iglesia y de la hagiografía que un católico no puede pactar con el espíritu del siglo, y que toda posición de medio término entre ese espíritu y la vida de piedad no es sino una peligrosa ilusión de los sentidos o del demonio.

Nuestra Señora en el apostolado montfortiano

En el conjunto de este sistema, es necesario destacar que la devoción a la Santísima Virgen, considerada especialmente como Reina del Universo, Madre de Dios y de los hombres y Medianera de todas las gracias, tiene un papel absolutamente central. Es por esta devoción que el fiel puede alcanzar de Dios la sabiduría y el amor a la Cruz, pues María Santísima es el medio por el cual Jesucristo vino a nosotros y por el cual podemos ir a Él. Cuanto más unidos a María, tanto más estaremos unidos a Jesús, pues es en las almas marianas —intensa, ardiente y filialmente marianas— que el Espíritu Santo forma a Jesús. Sin Ella, los mayores esfuerzos por la santificación terminan en desastres. Con Ella, lo que parece inaccesible a nuestra flaqueza se vuelve accesible, las vías se franquean, las puertas se abren y nuestras fuerzas, embebidas en el canal de las gracias, se centuplican. Lo importante, pues, es ser verdadero devoto de María.

Pero esta devoción tiene imitaciones fraudulentas. El santo muestra cuáles son y nos previene contra los minimalistas, especialmente los que se contentan con una devoción vana, constituida por meras fórmulas y actos de piedad externos. La perfecta devoción, por él enseñada, consiste en ser esclavos de María, entregándole todos nuestros bienes espirituales y temporales, y haciéndolo todo por Ella, con Ella y en Ella.

Frutos de la evangelización montfortiana

Dieu le Roi (Cristo Rey), se lee en el emblema de los chouans

San Luis María fue un gran perseguido. Fue combatido por Prelados, príncipes de la Iglesia y el propio gobierno; tan sólo el Papa y unos pocos obispos franceses le dieron su apoyo. En la Bretaña, en el Poitou, en Aunis, su apostolado se desarrolló libremente y perduró a través de las generaciones, que se conservaron profundamente fieles. Cuando, durante la Revolución, la civilización cristiana necesitó de héroes en tierras francesas para defenderla, éstos surgieron en casi todo el Reino Cristianísimo. Pero en cierta región el pueblo entero se levantó en armas en una reacción maciza, compacta, impetuosa e indomable. Los chouans, cuya memoria ningún católico evoca sin la más profunda y religiosa emoción, eran los nietos de aquellos mismos campesinos que San Luis María había formado en la devoción a la Virgen. Donde San Luis María predicó y fue atendido no hubo revolución impía y sacrílega; al contrario, hubo cruzada y contra-revolución.

Actualidad de Santa Margarita María y de San Luis de Montfort

Poco importa saber hasta qué punto se conocieron los movimientos de Paray-le-Monial y La Vendée en el siglo XVII. La importancia de uno y otro no quedó circunscripta a aquella época. Hijos de la Iglesia, en este trágico siglo, podemos y debemos ver ambos movimientos en una sola perspectiva, y así, unidos, hacer de ellos nuestro tesoro espiritual.

El nexo esencial que los une está hoy en día iluminado por una tal luz en la conciencia de cualquier fiel que ni hace falta insistir en él.

La devoción al Corazón de Jesús es la manifestación más rica, más extrema, más delicada, del amor que el Redentor tiene por nosotros. La vía para llegar al Corazón de Jesús es la Medianera de todas las gracias. Así se va al Corazón de Jesús por el Corazón de María. Esta última devoción, que San Antonio María Claret resaltó de tal manera, al parecer no fue conocida por San Luis Grignion de Montfort. No obstante, es el punto de unión entre el mensaje de Paray y la prédica del apóstol mariano de la Vendée. Punto de unión que, asimismo, tuvo tal realce en las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima.

Pero junto a esos grandes lazos fundamentales hay otros. Los comprenderemos bien, de un solo golpe de vista, si consideramos lo que podrían ser hoy Francia, la civilización cristiana, el mundo, si los movimientos de Paray y de la Vendée hubiesen resultado victoriosos en los siglos XVII y XVIII. En lugar de la Revolución, con sus execrables secuelas, que nos arrastran hasta la vorágine actual, tendríamos el reino de la justicia y de la paz. Opus justitiae pax, se lee en el blasón de Pío XII. Sí, la paz de Cristo en el Reino de Cristo, de la cual nos vamos distanciando cada vez más.

Y así queda en evidencia la altísima oportunidad del mensaje de Paray y de la obra de San Luis María. Ellos nos enseñan que el fondo de los problemas que generaron la crisis actual es religioso y moral. Y nos indican los medios sobrenaturales por medio de los cuales la Revolución universal de nuestros días, hija insolente y depravada de la Revolución Francesa, puede ser vencida. Tan sólo es del buen uso de dichos medios que pueden nacer, en el campo cultural, social o político, las reacciones que preparan, en esta tierra, la Realeza de Cristo a través de la Realeza de María.

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(*) “Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya -y categóricamente- lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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