LUCHA CONTRA LA HEREJÍA

San Pio V

La vida entera de Pío V fué una lucha. En los tiempos turbulentos en que fué nombrado Papa, el error invadía gran parte de la cristiandad, y amenazaba la restante. Astuta y flexible en los lugares en donde no podía extender su audacia, codiciaba Italia; su ambición sacrílega era derribar la Silla Apostólica, y llevar para siempre a todo el mundo cristiano a las tinieblas de la herejía. Pío, defendió con abnegación inquebrantable la península amenazada. Antes de recibir los honores del Pontificado, expuso, con frecuencia, su vida para preservar a las ciudades de la seducción. Imitador del mártir Pedro, jamás retrocedió en presencia del peligro, y en todas partes los emisarios de la herejía huían de su presencia. Puesto en la silla de San Pedro supo infundir en los innovadores un terror saludable, reanimó a los soberanos de Italia y con rigores moderados, rechazó más allá de los Alpes, el azote que habría destruido el cristianismo de Europa, si los Estados del Mediodía no le hubiesen opuesto una barrera infranqueable. La herejía se detuvo. Desde entonces, el protestantismo, obligado a consumirse en sí mismo, ofrece el espectáculo de esa anarquía de doctrinas que habría desolado el mundo entero, sin la vigilancia de un pastor, que sosteniendo con celo indomable a los defensores de la verdad en todos los Estados donde reinaba, se opuso como muro de bronce a la invasión del error en las comarcas donde dominaba.

LUCHA CONTRA EL ISLÁM

Aprovechando las divisiones religiosas de occidente, otro enemigo amenazaba a Europa, e Italia iba a ser su primera presa. Salida del Bósforo, la flota Otomana se dirigía contra la cristiandad; y hubiera ésta sucumbido si el enérgico Pontífice no hubiera velado por la salvación de todos. Da la voz de alarma, llama al combate a los Príncipes cristianos. El Imperio y Francia, dividida por las sectas de la herejía naciente, oyen el llamamiento pero no responden; solamente España junto con Venecia y la pequeña flota del Papa oyen la voz del Pontífice y pronto la cruz y la media luna se encuentran frente a frente en el golfo de Lepanto.

Las oraciones de Pío V decidieron la victoria en favor de los cristianos; cuyas fuerzas eran menos numerosas que las de los turcos. Su memoria la celebraremos en octubre, en la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Pero hay que recordar hoy la predicción que hizo el Santo Papa en la tarde del gran día 7 de octubre de 1571. Desde las seis de la mañana hasta la noche se sostenía la lucha entre las flotas cristiana y musulmana. De pronto, el Pontífice, movido por un impulso divino, miró fijamente al cielo; luego guardó silencio durante unos momentos y volviéndose a los que estaban presentes dijo: “Demos gracias a Dios; la victoria es de los cristianos.” Muy pronto corrió por Roma la noticia y toda la cristiandad supo que un Papa había salvado una vez más a Europa. La victoria de Lepanto dió un golpe mortal al poder otomano para no levantarse jamás; la era de su decadencia comenzó en este glorioso día.

PIO V: EL REFORMADOR

Los trabajos de San Pío V por la mejora de las costumbres cristianas, la imposición de la disciplina del concilio de Trento; la publicación del Breviario y del Misal reformados, han hecho de sus seis años de pontificado una de las más fecundas épocas de la historia de la Iglesia. Muchas veces los protestantes se han inclinado con admiración en presencia de este adversario de su pretendida reforma. “Me admiro, decía Bacón, de que la Iglesia romana no haya canonizado aún a este gran hombre.” Pío V, efectivamente no fué puesto en el catálogo de los santos sino a los ciento treinta años de su muerte: tan grande es la imparcialidad de la Iglesia romana cuando se trata de otorgar los honores de la apoteosis incluso a sus más venerables jefes.

LOS MILAGROS

Cuerpo incorrupto de San Pio V – Basílica de Santa María la Mayor

La gloria de los milagros decoró desde este mundo al virtuoso Pontífice; recordemos aquí sus dos prodigios más populares. Atravesando un día, con el embajador de Polonia, la plaza del Vaticano que se extiende sobre lo que fué en otro tiempo Circo de Nerón, se siente entusiasmado por la gloria y valor de los mártires que padecieron en este lugar durante la primera persecución. Se inclina y coge un puñado del polvo de este campo de mártires, pisoteado por tantas generaciones después de la paz de Constantino.

Pone este polvo en un lienzo, que le presenta el embajador, y cuando este lo abre, al volver al palacio, lo encuentra empapado de sangre tan roja que parecía haber sido derramada en aquel momento. La fe del Pontífice había evocado la sangre de los mártires, y esta sangre reaparecía a su llamada, para atestiguar en presencia de la herejía que la Iglesia romana del siglo XVI era aquella misma por la que estos héroes habían dado su vida en los tiempos de Nerón.

 

 

Fuente: Año Litùrgico de Dom Próspero Gueranguer Tomo III pag. 787 y siguientes.
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La copa de Atahualpa e Isabel la Católica (*)

Seguramente mucho se discutirá hasta que se logre elaborar una visión completa de la Conquista y todo el proceso histórico de América -que en sus líneas generales han explicitado pensadores e investigadores de valor, especialmente católicos.
En el 501º aniversario de la muerte de nuestra admirada y venerada Isabel la Católica (26 de noviembre de 1504), un capítulo de la historia de los Incas me sugiere una reflexión. Llamó la atención de los conquistadores un cráneo con una bombilla de oro, que tenía Atahualpa (el Inca que desplazó al soberano legítimo -su hermano Huáscar- y lo hizo matar ; quien a su vez fue vencido por Francisco Pizarro y ajusticiado por los conquistadores).
Preguntado por tan extraña pieza, les contestó: que era el cráneo de un hermano suyo, que se había jactado de que algún día usaría de vaso la calavera de Atahualpa. En venganza, éste le hizo a su hermano lo que aquél quería hacerle. Y enfatizando lo dicho, se hizo servir en él cerveza de maíz, y tomó en presencia de los españoles.
Sabemos que éstos, a pesar de ser cristianos, cometieron muchos actos reprobables. Menos habitual es recordar que también hicieron muchos actos admirables de virtud, coraje y aún santidad, y fundaron una civilización nueva para todos los habitantes de América. Pero ¿cómo no sentir una diferencia abismal entre ambas mentalidades y culturas, aunque la escuela de Levi-Strauss y lo “culturalmente correcto” sostengan el absurdo de que todas las culturas son iguales?
Lo reprobable que hicieron los españoles está en contradicción con la Fe que profesaban, con la Ley de Dios. En muchos casos, sus injusticias con los indígenas les fueron reprobadas por misioneros, vecinos y autoridades, y las pagaron por la justicia real, y en muchos otros, les tocó una muerte violenta, como al propio Pizarro, que murió haciendo con su propia sangre la señal de la cruz en el suelo…
La escena de Atahualpa nos pinta toda una mentalidad, una cultura, radicalmente distinta de la nuestra, a pesar de que nos digan que ésas son nuestras raíces, y que con lo hispano y europeo no tenemos nada que ver. Cultura para la que no tiene nada de anormal ni matar a un hermano ni -cosa inimaginable- hacer de su cabeza una copa y usarla. Como tampoco lo tenía enterrar viva a una hija para obtener de las divinidades andinas la conservación de un cargo, como hizo el curaca de Ocros con su hija, Tanta Carhua (cf. investigaciones del arqueólogo Schobinger).
Así, el establecimiento de la Civilización Cristiana, debido especialmente a la gran Isabel, marca un cambio tan profundo para mejor que es imposible no verlo.
No significó establecer el paraíso en la tierra, algo imposible; pero sí un gran alivio y motivos reales de esperanza natural y sobrenatural para las víctimas de tantas cosas terribles que constituían la vida cotidiana de los pueblos prehispánicos, en particular en los dos grandes imperios, el incaico y el azteca o mexica. Signados ambos por un fatalismo religioso que marcaba la existencia con la desesperanza. Se consideraba en Méjico que, después de la muerte, la mayoría de los hombres iban a parar al terrible Mictlán, donde los “descarnados” eran aniquilados total y definitivamente, al cabo de 4 años; o que los nacidos en la clase baja se condenaban por ese solo hecho, en el Perú de los “Hijos del Sol”.
Era propio de los Incas masacrar tribus enteras (Ibarra Grasso habla de miles y miles de personas), entrar en Cuzco luego de las campañas militares enarbolando las cabezas de los enemigos en las picas, tocando tambores hechos con la piel de los enemigos vencidos. Estos tambores seguían la forma humana del difunto, dando el aspecto de que la víctima iba golpeando su propio estómago. Quien lo refiere es un conocido investigador, enemigo de la Conquista, Alfred Métraux, en su difundida obra sobre los Incas.
La tribu de los Chancas, vencida por el primer Inca histórico, Pachacuti, le proveyó a éste una legión de admirable coraje, que lo sirvió fiel y excelentemente en las guerras contra sus enemigos. A pesar de ello, fueron eliminados sin piedad por orden del Inca, so pretexto de haberse excedido en la misión… Otra costumbre incaica afín era armar collares con los dientes de los enemigos. La niñez no significaba nada, ningún motivo de especial protección y consideración -algo inconcebible para nosotros- : el Inca masacró a 15.000 niños cañaris que iban a pedir piedad para su pueblo (cf. “Descripción del Perú…”, de fray Reginaldo de Lizárraga). Contrasta con los españoles atacados por flechería en los bosques de Santiago, que al descubrir que los atacantes eran niños, los abrazaron afectuosamente, lo que contribuyó al acercamiento mutuo, como refiere Gregorio Funes.
Algunos pensarán que es un poco amargo acordarse de costumbres aberrantes, pero es importante, para extraer las lecciones de la Historia. Y alegrarse de que providencialmente ese estado de cosas haya tocado a su fin -aunque algunos proclamen, con sospechoso apoyo publicitario, que es “día de luto” el 12 de octubre…
Tales costumbres no eran consideradas por la sociedad incaica infidelidades, ni pecados, ni excesos, que la propia cultura y Fe reprobaba. Era el pan de cada día de una cultura encerrada en su paganismo, sin perspectivas de cambio, sin voces que se alzaran en defensa de los débiles, como ocurrió incontables veces en favor de los indios en Hispanoamérica.
Cosas iguales o aun peores a las comentadas abundan en gran parte de las culturas indígenas.
La civilización cristiana fundada por Isabel de Castilla, nuestra Isabel de Hispanoamérica -pues nos hizo nacer a los iberoamericanos a la Cristiandad -, en la gesta civilizadora y evangelizadora de España y Portugal, trajo un horizonte cristiano, y por tanto mucho más humano, en que tales excesos desaparecieron radicalmente. Los males sociales que hubo fueron por vía de excesos con respecto a las instituciones de la época, como abusos de encomenderos y de malos gobernantes; y acompañados por muchos bienes; no cesaron los pecados, las injusticias, las infidelidades, que son propias del ser humano. Pero un nuevo horizonte lleno de promesas brilló sobre América realizando una civilización nueva, auténtica y cristianamente grandiosa.
En el aniversario de su cristianísima muerte, elevamos nuestra oración por ISABEL la CATOLICA y le expresamos nuestro entusiamado agradecimiento.
Luis María Mesquita Errea

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La Asociación Civil Fátima La Gran Esperanza invita a sus amigos y benefactores a unirse al luto de la Iglesia y a rezar por el alma del fallecido Papa Francisco, la cual confiamos a la misericordia de Dios por intercesión de la Santísima Virgen María.

Pedimos también oraciones especiales por el próximo Cónclave, que tendrá la delicada misión de elegir al vicario de Cristo en este momento en que la Santa Iglesia atraviesa su peor crisis.

La liturgia de la Santa Pascua celebra la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado, después de su dolorosa Pasión, y nos da la esperanza de la vida eterna. Que el tiempo pascual, en el que hemos entrado, sea también ocasión para un gran renacer de la integridad de la Fe en el seno de la Iglesia Católica, así como de la confianza inquebrantable en el triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María.

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La muerte del Papa Francisco

De mortuis nisi bonum. Que no se diga nada de los muertos excepto
lo bueno. Este proverbio traduce el respeto que siempre se ha tenido en las
sociedades civilizadas hacia los difuntos.
En los últimos días, todos los medios de comunicación han dedicado
grandes espacios a la muerte del Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio.
Un conocido periódico español habló de un “vendaval social”.
Todos los aspectos de su muerte y de su pontificado han sido
analizados y escrutados por la prensa mundial de la manera más minuciosa.
Con una meticulosidad que a veces rozaba el exceso. Ya se ha dicho todo
lo que era necesario decir sobre el tema, e incluso más de lo que la
objetividad hubiera permitido.
Por nuestra parte, elevamos una oración a la Divina Providencia por
su alma. Es un deber reverente que ningún cristiano puede eludir.
¿Qué puedo comentar que no se haya ya dicho?
Un primer comentario es ver cómo, a pesar de la incesante campaña
laicista que ha golpeado a la Iglesia al menos desde el siglo XIX, el Papado
todavía atrae la atención general.
¿Qué dirían los grandes heraldos del laicismo, que profetizaron a
gran voz la desaparición de la Iglesia católica a finales del siglo XX,
viendo hasta qué punto el mundo de hoy está interesado en la muerte de un
Papa?
¿Por qué este gran interés?
Si bien los medios de comunicación influyen en la opinión pública,
también están profundamente influenciados por ella. Si se han dedicado
decenas de páginas a la muerte del Papa, esto se debe no tanto a la simpatía
de los directores y redactores, sino a la veneración, admiración y confianza
filial del público hacia la Cátedra de Roma.
Esta actitud de la opinión pública marca la victoria del Papado, como
institución e independientemente del ocupante, sobre la inmensa ofensiva
propagandística desatada contra él. Los que profetizaron su muerte yacen
en los cementerios. ¡La barca de Pedro continúa navegando por los mares!

Mi segundo comentario parte de una pregunta: ¿estamos seguros de
que este huracán celebratorio en torno a la figura del Papa Francisco
traduce el verdadero sentimiento de los fieles?
En esta época en la que tanta gente confunde público con publicidad
e imagina ingenuamente que el rostro de la publicidad expresa siempre el
del público, me pregunto: ¿es cierto que las masas ven y sienten las cosas
tal como muchos medios las presentan?
Por lo que puedo percibir, la respuesta es NO. Lo que el Pueblo de
Dios quiere saber es otra cosa.
En 1968 Pablo VI admitió que la Iglesia era víctima de un misterioso
“proceso de autodestrucción”. Cuatro años después, anunció que el “humo
de Satanás” había penetrado en ella. En 1981, Juan Pablo II denunció que
“los cristianos de hoy se sienten perdidos, confundidos, perplejos e incluso
decepcionados”. Y su sucesor, Benedicto XVI, también habló de un
“proceso de progresiva decadencia”, de una situación de “invierno
eclesial”, y lamentó “¡cuánta suciedad en el rostro de la Iglesia!”. El propio
Francisco tuvo que admitir que el estado de la Iglesia es tan grave que
parece “un hospital de campaña después de una batalla”.
El difunto Pontífice ha partido hacia la eternidad con la
autodestrucción en plena marcha y el humo de Satanás extendiéndose. De
hecho, bajo su mando el proceso se ha acentuado mucho más, hasta el
punto que el cardenal George Pell observó: “Somos más débiles que hace
cincuenta años”.
Próximamente se reunirá el Cónclave para elegir a su sucesor. Se
podrían hacer mil preguntas sobre el nuevo Papa. Pero lo principal es: ¿qué
hará ante la autodestrucción y el humo de Satanás? Cualquiera que se
encuentre a bordo de un barco en medio de una densa humareda y en
compañía de pasajeros que están desmantelando el barco, lo que más le
interesa es saber qué se hará al respecto.
Dejando de lado las metáforas: en el fondo, el problema que se
plantea hoy es si vale la pena continuar la experiencia del “cambio de
paradigma” iniciada por el Papa Francisco o si, por el contrario, se debe
hacer un gran esfuerzo para clarificar y reunir a los fieles en torno a los
postulados fundamentales de la fe católica, capaces de reavivar la
esperanza y el espíritu misionero que han caracterizado todos los
resurgimientos de la Iglesia a lo largo de su historia.

En otras palabras: ¿debe la Iglesia continuar a inclinarse ante el
mundo, siguiendo sus malas tendencias, o debe tener una reacción de
ufanía, proclamar su identidad fundada en Cristo y desafiar la
secularización moderna para reunir a los verdaderos fieles bajo el
estandarte de la Cruz?
Todos los estudios –que hemos discutido ampliamente en este canal
y a los que volveré más adelante– muestran que, mientras minorías cada
vez más pequeñas y canosas se inclinan por la primera opción, minorías
cada vez más numerosas y dinámicas, compuestas en su mayoría por
jóvenes, se inclinan decididamente por la segunda opción. La Iglesia no
debe ceder, sino más bien debe luchar.
Se trata de la Fe y la fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo, que desde
su trono en la eternidad juzga a vivos y muertos.
¿Qué piensan los señores cardenales reunidos estos días en Roma
para la Congregación General que precede al Cónclave? La respuesta no
está del todo clara, aunque sólo sea porque Francisco ha creado una plétora
de cardenales cuya orientación es poco conocida.
Dentro de poco uno de ellos aparecerá en el balcón de San Pedro
vestido de blanco. Frente al proceso de entrega al mundo descrito
anteriormente, ¿será un luchador, un negociador o un mediador?
Está claro que me cuento entre aquellos que se alegrarían de tener un
luchador
Al renovar nuestras oraciones por el alma del Papa recientemente
fallecido, pedimos a la Divina Providencia que dé luz y valor a los
Cardenales. El destino de la barca de Pedro está en sus manos.

Julio Loredo

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Desde hace décadas, la Asociación de los Fundadores y el IPCO – Instituto Plinio Corrêa de Oliveira-, organizan en San Pablo durante los días de carnaval un Simposio de Corresponsales Esclarecedores y simpatizantes del Instituto. Gran parte de los participantes son brasileños y también asisten personas, familias y grupos, en especial de países latinoamericanos .

El programa incluye conferencias de directivos o miembros destacados del IPCO y de TFPs de otras partes del mundo, sobre cuestiones de actualidad, sobre todo de la ofensiva de la Revolución anticristiana para destruir la Iglesia y lo que resta de civilización cristiana, la reacción de los que resisten, y de la lucha de las TFPs, entidades afines y fuerzas contrarrevolucionarias.


Las conferencias suelen ser ilustradas con diapositivas y videos. El simposio se realiza en un hotel cercano a San Pablo, lo que permite alternar las actividades con el desayuno, el almuerzo, el té y la comida (a precios preferenciales).


A la noche suele haber amenas reuniones analizando bajo el punto de vista de la doctrina católica ambientes modernos o tradicionales , costumbres que favorecen virtudes o aquellas que las perjudican. Catedrales, castillos, músicas, etc., son comentados en cuanto ejemplos de civilizaciones que elevan las almas o pueden degradarlas.


El bien organizado congreso cuenta con la valiosa presencia de sacerdotes que celebran diariamente, oyen confesiones, brindan orientación a los fieles. También hay mesas de venta de libros, de suscripción a la excelente revista “Catolicismo”, y donde pueden adquirirse y encargarse Imágenes, rosarios y objetos de piedad.

El simposio nació por iniciativa del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, con sentido reparador de los pecados cometidos durante el Carnaval y como medio para conocer el método de combate a la Revolución igualitaria.
Al final se visita la Sede del Reino de María, baluarte de la Contra-Revolución , y otros lugares de interés para la causa católica. Presentamos algunos flashes del Simposio que tuvo lugar en el pasado Carnaval (2019).
Para mayor información dirigirse por mail a: bastiondelnorte@gmail.com

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La proximidad de la Navidad nos exige una serie de actividades indispensables para la celebración familiar de esta magna fiesta. Entre otras, la celebración del banquete de la Nochebuena, con todas las exigencias que le son propias.

Entretanto, “algo”, ciertamente un deber religioso, nos pide una reflexión profunda acerca de la significación de esta fecha.
La generosidad infinita de Dios que nos dió Su propio Hijo para que, dando Su vida por nosotros en la Cruz nos redimiera, es una gracia infinita. Por ella, Dios nos entregó al Autor de la gracia.
Inclusive, siendo Jesús, en cuanto hombre, de estirpe real, quiso nacer en un humilde establo, para mostrarnos Su Caridad; y asimismo, la primacía de lo espiritual sobre lo material.
¿Cómo retribuir, de algún modo, tanto amor? En todo corazón brota la necesidad de demostrar la gratitud en esta oportuna ocasión.
Para responder esta pregunta se impone considerar la situación actual de la sociedad humana; y, de allí, extraer aquello que sería lo que más agrada a Dios en nuestros días.
Si hay característica que define nuestra época es el relativismo. El “mundo” (como enemigo del alma) de hoy, no admite la existencia de una verdad de valor universal.
“Toda verdad es relativa, en el sentido de que sólo es válida en relación con el sujeto que piensa, por tanto, el bien, la ética, la religión, etc., sólo valen para el sujeto, o a lo más para un grupo de sujetos…” (Cfr. Padre Alfredo Sáenz, “El hombre moderno”, Ed. Gladius, pág. 127; el sacerdote critica esta afirmación).
Para muchos contemporáneos, expresa Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio, “el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz” (nº91).
A nuestra época se la denomina “posmoderna” o, a veces, como la “la era de la post-verdad”.
Si la verdad es relativa, puede ser válida para una persona y no para otra. Al no tener valor universal, la sociedad se acostumbró a vivir en la contradicción. El principio de identidad y no contradicción pareciera ya no tener vigencia.


Santo Tomás explica: “lo que primordialmente cae bajo nuestra consideración es el ente, cuya percepción va incluida en lo que el hombre aprehende. Por eso el primer principio indemostrable es el siguiente: ‘no se puede afirmar y negar a la vez una misma cosa’; principio que está basado en las nociones de ser y no ser, y en el cual se fundan todos los demás principios, como dice el Filósofo” (Summa Teológica I-II, q. 94, a.2).
Y es, no sólo el principio supremo de la lógica, sino la ley primera y universal del orden del ser. Es la base del obrar recto.
Si prescindiéramos de este principio, la Santísima Trinidad y la Pachamama serían lo mismo; el varón y la mujer serían idénticos… Caeríamos en los mayores absurdos.
Puede advertirse entonces, la profunda repercusión que tiene el relativismo en religión y en moral.
Concluyo, entonces que lo que más agradaría al Niño que nació en el pesebre de Belén para redimirnos, sería esclarecer a nuestros hermanos en la Fe y a todos los hombres de buena voluntad acerca de este error.
Esa obra debería consistir en profesar públicamente, de manera ostensible, nuestra Fe católica.
Por ejemplo, rezar antes de cada comida, aún, y principalmente, cuando se trate de un restaurant o confitería pública, asistir a toda procesión o rosario que se organice en nuestra parroquia; mientras esperamos un turno en la sala de espera de un consultorio médico, saquemos nuestro rosario y recemos un misterio; cuando se toque, en una conversación, un tema que nuestro credo nos obligue a defender, hagámoslo, con prudencia, pero con toda firmeza.
Este emprendimiento apostólico tendría como efecto “quebrar” el ambiente “anestesiado” por tanta laxitud y relativismo; “avivaría” en el espíritu de nuestros hermanos en la fe el principio de identidad y coherencia.
“Nadie enciende una candela para ponerla en un lugar escondido, ni debajo de un celemín: sino sobre un candelero, para que los que entran vean la luz”, nos enseña Nuestro Señor (San Lucas, 11-33).
Con esto se tonificaría el principio de identidad y no contradicción en el espíritu público.
Alguien podría replicarme que esta actitud puede desagradar a algunos, y acarrearnos algún “desprestigio” mundano.
Respondo con la sabiduría popular del refrán: “Amor con amor se paga”

Por el Dr. Carlos Benítez Meabe

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Ilmo. Sr

Don Luis María Mesquita

Me dirijo a Vd, con motivo de la sanción aplicada al Padre Olivera Ravasi rogándole la publicación en “Nobleza y Élites Tradicionales”, que dignamente dirige.

Es de todos sabido que la exclusión del prestigioso sacerdote se originó a raíz de una visita que hiciera a unos presos, detenidos en una unidad penitenciaria.

Con el debido respeto hacia la autoridad eclesiástica, debo manifestar mi absoluto desacuerdo con la misma.

En efecto, visitar a quienes están privados de su libertad es una obra de misericordia; y es obvio que la actividad punitiva, presupone un obrar culpable. El ejercicio de la misericordia, rectamente practicada, constituye un mérito sobrenatural, que no puede merecer reproche alguno.

El Doctor Angélico, al tratar de la “vindicta” o actividad punitiva, dice que: “La ley del evangelio es ley de amor, por lo que no se debe castigar a quienes obran bien por amor que son quienes verdaderamente pertenecen al evangelio…”(IIa-IIae, q 108, 1 ad3).

A mi criterio, la autoridad eclesiástica ha incurrido en un grosero error, que sorprende por su magnitud. Entretanto, llama la atención la actitud irreprochable del sacerdote sancionado, quien recibió la comunicación de la expulsión con paciencia y resignación, como lo manda la moral cristiana, según pude apreciarlo en los medios televisivos.

Quiero convocar a mis hermanos en la fe a manifestar su solidaridad con quien fuera injustamente castigado y, de consiguinte, pedir a la autoridad competente la revocación del acto criticado en el presente escrito.

Sin más, me despido de Vd, con profunda caridad en Nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre.

Carlos Alfredo Benítez Meabe

DNI 8607521

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La Asociación Civil Fátima la gran esperanza, entidad cuyo objeto central es difundir las devociones tradicionales católicas con el fin de avivar la práctica de las virtudes en nuestros hermanos en la Fé.

Ante el pedido de sus socios y simpatizantes, ha decidido dirigirse a la opinión pública con motivo de las elecciones del próximo 19 de Noviembre, dada la relevancia excepcional de las mismas para el futuro de nuestra vida política y social.

Nuestro análisis es el de seglares católicos que tenemos el deber de impregnar y perfeccionar el orden temporal, en virtud del Bautismo y de la Confirmación. 

Inspirados en esa responsabilidad, al cuestionar aspectos opinables en materias sociales, procuramos no seguir nuestro propio criterio sino atenernos firmemente a la realidad de los hechos, expresando:

  1. Todo régimen político, económico y social, se basa, en último análisis, en una metafísica y en una moral…
  2.  Por el propio hecho de existir, por el natural prestigio del Poder Público, bien como por la enorme fuerza del ambiente y del hábito, un régimen vigente induce a la población a aceptar como buenas, normales, hasta indiscutibles, la cultura y el orden temporal en que vive, cultura y orden que son consecuencias de los principios metafísicos y morales dominantes… 

El orden temporal ejerce, pues, una acción formadora o deformadora profunda sobre el alma de los pueblos y de los individuos. (cfr Plinio Correa de Oliveira, “La libertad de la Iglesia en el estado comunista”, obra oportunamente alabada por la Santa Sede.-

3) Así las cosas, entramos a ponderar el legado inicuo que ha dejado el kirchnerismo [o el peronismo] y que aqueja la vida social en la Argentina.

Basta enumerar aquí algunas de sus nefastas obras: implementó un educación que asegura el aborto y la elección de sexo ; sancionó una ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo; dictó normas que posibilitan una apariencia de cambio de sexo fundada en un falso derecho a la “identidad sexual” subjetiva;   consagró un “derecho” de la madre a matar a su hijo en su propio vientre; hizo desaparecer de la legislación Civil Argentina “la patria potestas” …

  1. lnfrigiendo los preceptos divinos de “no robar” y de “no codiciar los bienes ajenos” el kirchnerismo atacó sistemáticamente el derecho de propiedad, estimulando usurpaciones de terrenos y establecimientos productivos. 
  2. Como ocurre inevitablemente con todos los países que caen bajo las garras dela izquierda socialo-comunista, su catastrófica política económica de gobierno arrastró Argentina hacia la miseria. 
  3. La absurda inflación en la que hemos caído, constituye específicamente un robo, que perjudica a los más necesitados.

4) En el orden internacional, el gobierno, tanto en ésta como en sus anteriores “administraciones”, nos vinculó a dictaduras totalitarias y marxistas a través del Grupo Puebla, Brics, etc. Incluso con la tiranía Nicaragüense que encarcela Obispos y Sacerdotes al igual que la China Comunista.- 

Ante esta situación, era de esperar que nuestros Pastores dirigieran una advertencia a los fieles previniéndolos contra los principios anticatólicos que inspiran al actual gobierno. 

En vez de ello, la voz que escuchamos fue la del Arzobispo de Bs.As. quien advirtió que no se debe creer en “los cantos de sirena” así como a no abandonar el Evangelio, pareciendo criticar, insólitamente, a la fórmula opositora. Nada se dice respecto del huracán de inmoralidades promovido por quienes están en el poder. En lugar de defendernos de los lobos, Monseñor García Cuerva parecería querer entregar el rebaño a los lobos

  1. La única alternativa de que hoy dispone la ciudadanía para oponerse al torrente de infamias que sufrimos, es la fórmula opositora que, al menos, defiende la vida, la libertad como está consagrada en nuestra Constitución y se opone a la infame “Agenda 2030” dictada por funestas organizaciones internacionales inspiradas en un espíritu anti cristiano.- 
  2. Así siendo, pedimos con todo respeto y derecho a nuestros Obispos y Sacerdotes, se pronuncien sobre la trágica situación que enfrenta nuestro país ante la posible continuidad del perverso régimen que estamos sufriendo.

Por nuestra parte, habida cuenta de la utilidad común, planteamos en conciencia a la ciudadanía la responsabilidad de votar por la fórmula opositora: se trata de una acción buena en cuanto apunta a oponerse a un proceso que quiere comunizar nuestra Patria.

Se busca ese efecto y no otro que pueda ser objetable. Existe una causa proporcionada a la gravedad del peligro que enfrentamos y que pone en riesgo la existencia misma de una Argentina auténtica, cristiana y fuerte, bendito reino de Nuestra Señora de Luján.

Carlos Benítez Meabe

Presidente Asoc. Civil Fátima la Gran esperanza

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por José Antonio Ureta

 

En las últimas semanas, el Papa Francisco ha repetido que los críticos con las novedades que está introduciendo en la Iglesia son víctimas de la “ideología”. En su opinión, esto se debe a que se niegan a encarnar la doctrina católica en las vicisitudes de la vida cotidiana de los bautizados y de sus contemporáneos.

En su controvertida conversación con los jesuitas portugueses al margen de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa atacó el supuesto “indietrismo” (mirar para atrás) de la jerarquía y los laicos estadounidenses: La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. Porque en “un clima de cerrazón. . . . se pierde la verdadera tradición y se acude a las ideologías en busca de un apoyo y sostén de cualquier tipo. En otras palabras, la ideología suplanta a la fe, la pertenencia a un sector de la Iglesia sustituye a la pertenencia a la Iglesia. Y añadió: “Estos grupos estadounidenses de los que hablas, se van a aislar solos. Y en vez de vivir de doctrina, de la verdadera doctrina que siempre crece y da fruto, viven de ideologías. Entonces, cuando uno en la vida deja la doctrina para suplirla por una ideología, pierdes como en la guerra”.

Durante la conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Mongolia el 4 de septiembre, el Papa Francisco volvió a esta dicotomía doctrina vs. ideología. Cuando se le pidió que respondiera a la irritación causada por sus elogios a los autócratas rusos Pedro el Grande y Catalina II, el Papa declaró:

Hay imperialismos que quieren imponer su ideología. Me detendré aquí: cuando la cultura se “destila” y se transforma en ideología, ése es el veneno. Se utiliza la cultura, pero destilada en ideología. Esto hay que distinguirlo: cuando se trata de la cultura de un pueblo y cuando se trata de las ideologías que surgen de algún filósofo, de algún político de ese pueblo.

Y esto lo digo para todos, también para la Iglesia: a veces se instalan ideologías dentro de la Iglesia, que separan a la Iglesia de la vida que surge de la raíz y va hacia arriba; separan a la Iglesia de la influencia del Espíritu Santo.

Una ideología es incapaz de encarnarse, es sólo una idea. Pero cuando la ideología toma fuerza y se convierte en política, suele convertirse en dictadura, se vuelve incapaz de dialogar, de avanzar con las culturas. Y los imperialismos hacen esto. El imperialismo siempre se consolida sobre la base de una ideología.

Hay que distinguir también en la Iglesia entre doctrina e ideología: la verdadera doctrina nunca es ideológica, nunca; está enraizada en el santo pueblo fiel de Dios; en cambio la ideología está desvinculada de la realidad, desvinculada del pueblo .

Preguntado más tarde sobre cómo evitar la polarización en el próximo Sínodo, el Papa Francisco respondió: “En el Sínodo no hay lugar para la ideología, es otra dinámica. El Sínodo es diálogo, entre los bautizados, entre los miembros de la Iglesia, sobre la vida de la Iglesia, sobre el diálogo con el mundo, sobre los problemas que afectan hoy a la humanidad.”

Un periodista de Vida Nueva se refirió entonces al prólogo de El proceso sinodal: Una caja de Pandora (del que soy coautor), en el que el cardenal Raymond Burke advertía de que del Sínodo surgirían calamidades. El periodista español preguntó qué pensaba el Papa de esta postura y si podría influir en la asamblea de Roma. Tras eludir primero la pregunta para contar la historia de algunas monjas carmelitas que temían el Sínodo, el Papa la abordó de forma genérica: “Si vas a la raíz de estas ideas, encontrarás ideologías. Siempre, cuando en la Iglesia se quiere atacar el camino de la comunión, lo que atacan siempre es una ideología. Y acusan a la Iglesia de esto o de aquello, pero nunca la acusan de lo que es verdad: que es pecadora. Nunca dicen: “Es pecadora”. Defienden una “doctrina”, entre comillas, que es una doctrina como el agua destilada, no sabe a nada, y no es la verdadera doctrina católica, que está en el Credo”.

Lo que parece desprenderse de este lenguaje profuso y confuso es que la verdadera cultura y la verdadera Fe (en otras palabras, la verdadera doctrina) son una emanación del alma del pueblo (y, en el caso de las doctrinas religiosas, del sensus fidei de los fieles). Además, la cultura y la Fe verdaderas siguen siendo válidas mientras estén encarnadas en el alma de un pueblo. Por lo tanto, la cultura y la doctrina se distorsionan cuando se desconectan de la vida de las personas mediante la destilación intelectual. Ese refinamiento las convierte en el bagaje espiritual de una minoría que vive enclaustrada en torres de marfil y trata de imponer sus asépticas y rígidas convicciones al pueblo de forma imperialista. Sus postulados están desconectados de la vida real de los fieles.

¿Qué pensar de esta forma de entender el origen y el desarrollo de la cultura y la fe?

    • En primer lugar, que ha sido el eje filosófico-teológico de todo el pontificado del Papa Francisco.
  • En segundo lugar, que encaja con sus creencias sociopolíticas, muy influidas por los tintes populistas de la llamada “Teología del Pueblo”.
  • En tercer lugar, que fue condenada expresamente por el Papa San Pío X en su encíclica antimodernista Pascendi Dominici gregis.
  • En cuarto lugar, que es erróneo promover una supuesta evolución de la doctrina y la moral católicas basada en una versión truncada del Commonitorium de San Vicente de Lerín

Me extenderé en cada uno de estos puntos.

1) El antiintelectualismo del Papa Francisco deriva de una visión inmanentista y teilhardiana del universo y de la historia, que atribuye los impulsos de nuevas dinámicas en la acción humana a una acción que se considera divina. En su primera entrevista con La Civiltà Cattolica, reproducida posteriormente por revistas jesuitas de todo el mundo, el Papa Francisco explicó al padre Antonio Spadaro: “Nuestra fe no es una fe de laboratorio, sino una fe-camino, una fe histórica. Dios se reveló como historia, no como un compendio de verdades abstractas”. Subrayó además:

“Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. (…) Dios se manifiesta en el tiempo, en los procesos en curso. Esto nos hace preferir las acciones que generan dinámicas nuevas.

Debido a esta visión, el Papa señaló en Amoris laetitia la necesidad de “prestar atención a la realidad concreta, porque «las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia»” . ¿Cómo? A través de las “tensiones bipolares propias de toda realidad social”, como explica en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, porque “las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida”, y “el autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite” .

Partiendo de estas premisas inmanentistas y hegelianas, se puede entender por qué el Papa Francisco escribió en Evangelii gaudium que uno de los cuatro principios que guían su actuación es que “la realidad es superior a la idea” . Este postulado puede tener una interpretación tomista de la definición tradicional de verdad: “adaequatio intellectus ad rem” [conformidad del pensamiento con la cosa pensada]. Esto significa que la comprensión adecuada y las elaboraciones conceptuales deben basarse en la realidad y estar a su servicio. Sin embargo, el postulado asume una connotación diferente en el contexto sociológico-pastoral en el que lo inserta el Papa Francisco. Como explicó el padre Giovanni Scalese en 2016, “más bien significa que debemos aceptar la realidad tal como es, sin pretender cambiarla sobre la base de principios absolutos, por ejemplo, los principios morales que son tan solo ‘ideas’ abstractas, que la mayor parte de las veces corren el riesgo de ser transformadas en ideología”. “Ese postulado”, señaló el padre Scalese, “está en la base de las continuas polémicas de Francisco contra la doctrina” . Y continuó: “En el actuar humano, es inevitable dejarse guiar por algunos principios, que son abstractos por su naturaleza. De nada sirve, por lo tanto, polemizar sobre el carácter abstracto de la ‘doctrina’, oponiéndole una ‘realidad’a la cual la gente debería simplemente adecuarse. Si la realidad no fuera iluminada, guiada, ordenada por algunos principios, corre el riesgo de desintegrarse en el caos” .

Sin embargo, como explica el profesor Giovanni Turco, para el Papa Francisco la verdad es relativa en el sentido pleno de la palabra, no en el tomista, “como una relación vital y pragmática que deriva de una situación. Así entendida, la verdad no tiene contenido propio, no puede ser ‘absoluta’, es decir, ‘siempre válida’, sino que, por eso mismo, ¡deja de ser verdad (y pasa a ser mera opinión)!” .

Pero, ¿qué es una ideología, sino un conjunto de meras opiniones? Así, la condena del Papa Francisco a las ideologías se vuelve como un boomerang contra él mismo debido a su comprensión relativista de una “verdad” situada.

2) En el escenario sociopolítico latinoamericano, esta cosmovisión inmanentista y su correspondiente visión relativista de la verdad se funden en la Teología del Pueblo, que no se basa en verdades provenientes de la Revelación sino en los valores concretos e históricos de los pueblos. En una entrevista con el sociólogo francés Dominique Wolton, el Papa Francisco explicó esta interacción:

“En los años 1980 existía una tendencia al análisis marxista de la realidad, pero después fue rebautizada como la ‘teología del pueblo’. No me gusta mucho el nombre, pero es así que la conocí. Ir con el pueblo de Dios y hacer la teología de la cultura.

Existe un pensador que usted debería leer: Rodolfo Kusch, un alemán que vivía en el nordeste de la Argentina, muy buen filósofo y antropólogo. Él me hizo comprender una cosa: que la palabra ‘pueblo’ no es una palabra lógica. Es una palabra mítica. No se puede hablar de pueblo lógicamente, porque sería hacer únicamente una descripción. Para comprender a un pueblo, es necesario comprender cuales son los valores de ese pueblo, es necesario entrar en el espíritu, en el corazón, en el trabajo, en la historia y en el mito de su tradición. Ese punto está verdaderamente en la base de la teología llamada del ‘pueblo’. Es decir, ir junto con el pueblo, ver como se expresa” .

Comentando este pasaje, el vaticanista Sandro Magister reveló que “Kusch se inspiró en la filosofía de Heidegger para distinguir entre ‘ser’y ‘estar’, calificando con la primera categoría la visión racionalista y dominadora del hombre occidental y, con la segunda, la visión de los pueblos indígenas latinoamericanos en paz con la naturaleza que los rodea y animados justamente por un ‘mito’” .

3) El problema más grave de los recientes comentarios del Papa Francisco sobre doctrina e ideología es que parecen muy similares a la visión modernista de la naturaleza evolutiva de los dogmas, basada en la falsa creencia en la evolución de la conciencia humana.

Como es bien sabido, con algunas diferencias de matiz, los modernistas comparten la convicción de que la Iglesia, su doctrina y su culto son fruto de la conciencia humana. Identifican la Revelación con una experiencia religiosa llamada “inmanencia vital”, y proponen una “religión del corazón” basada en verdades que corresponden a las nuevas condiciones de vida. Así, para los modernistas, la Iglesia y la doctrina deben adaptarse a las necesidades de cada época porque la vida, incluida la vida cristiana, es un esfuerzo continuo de adaptación a las nuevas condiciones. Desde su punto de vista, la fe no es “el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado” ya que esto sería una expresión de frío intelectualismo. En cambio, la fe sería un sentido interior, originado en una necesidad de lo divino latente en el subconsciente humano sin previa conciencia del intelecto. Además, la Revelación ya no sería la comunicación por parte de Dios a una criatura racional de algunas verdades sobre Sí mismo y las leyes eternas de Su voluntad, a través de medios que están más allá del curso ordinario de la naturaleza, verdades por cierto que nos son transmitidas por la Sagrada Escritura y la Tradición, porque todo esto sería una forma de Intelectualismo.

Para los modernistas, la Revelación es una manifestación directa de Dios al alma a través de su sentido religioso. Los dogmas se convierten en meras fórmulas que proporcionan al creyente un medio de explicarse la fe. Como las condiciones de vida y la conciencia cambian, estas fórmulas, sujetas a las vicisitudes de la existencia de las personas, son susceptibles de cambiar también. 

En su encíclica Pascendi Dominici gregis, el Papa San Pío X denuncia el pensamiento modernista según el cual “las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso”.  Así, para los modernistas, es necesario que el creyente ha de precaverse ante todo “de adherirse más de lo conveniente a la fórmula, en cuanto fórmula, usando de ella únicamente para unirse a la verdad absoluta, que la fórmula descubre y encubre juntamente, empeñándose luego en expresarlas, pero sin conseguirlo jamás” .

La consecuencia de lo anterior es que, para los modernistas, la Iglesia “encuentra la exigencia de su evolución en que tiene necesidad de adaptarse a las circunstancias históricas y a las formas públicamente ya existentes del régimen civil” . Esta evolución avanza a través del conflicto y el compromiso entre dos fuerzas:

La fuerza conservadora reside vigorosa en la Iglesia y se contiene en la tradición. Represéntala la autoridad religiosa, y eso tanto por derecho, pues es propio de la autoridad defender la tradición, como de hecho, puesto que, al hallarse fuera de las contingencias de la vida, pocos o ningún estímulo siente que la induzcan al progreso. Al contrario, en las conciencias de los individuos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que responde a interiores necesidades y que se oculta y se agita sobre todo en las conciencias de los particulares, especialmente de aquellos que están, como dicen, en contacto más particular e íntimo con la vida. Observad aquí, venerables hermanos, cómo yergue su cabeza aquella doctrina tan perniciosa que furtivamente introduce en la Iglesia a los laicos como elementos de progreso .

Desde el punto de vista modernista, si la Iglesia se negara a seguir esta evolución de la vida y de la conciencia humana, seguiría siendo una estructura rígida, que predicaría una “ideología” anticuada y tan insípida como el agua destilada. Previendo esta acusación, San Pío X denunció en su encíclica los peligros de las teorías antiintelectualistas del modernismo:

Suprimid el entendimiento, y el hombre se irá tras los sentidos exteriores con inclinación mayor aún que la que ya le arrastra. Un nuevo absurdo: pues todas las fantasías acerca del sentimiento religioso no destruirán el sentido común; y este sentido común nos enseña que cualquier perturbación o conmoción del ánimo no sólo no nos sirve de ayuda para investigar la verdad, sino más bien de obstáculo. Hablamos de la verdad en sí; esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la acción, si es útil para formar juegos de palabras, de nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no un Dios en cuyas manos debe un día caer

4) En la mencionada conversación con los jesuitas portugueses, el Papa Francisco opinó que la actitud “reaccionaria” de la Iglesia estadounidense se basa en el atraso. Al explicar su desaprobación, el Papa Francisco afirmó 

es necesario comprender que existe una justa evolución en la comprensión de las cuestiones de fe y de moral, siempre que se sigan los tres criterios que ya indicaba Vicente de Lerins en el siglo V: que la doctrina evolucione ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. En otras palabras, la doctrina también progresa, se consolida con el tiempo, se expande y se hace más firme, pero siempre progresando. El cambio se desarrolla desde la raíz hacia arriba, creciendo con estos tres criterios. (…)

Siempre en ese camino, que va desde la raíz con esa savia que va subiendo, y por eso el cambio es necesario.

Vicente de Lerins establece la comparación entre el desarrollo biológico humano y la transmisión de una época a otra del depositum fidei, que crece y se consolida con el paso del tiempo. En este caso, nuestra comprensión de la persona humana cambia con el tiempo y nuestra conciencia también se profundiza. Las demás ciencias y su evolución también ayudan a la Iglesia en este crecimiento de la comprensión. La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea.

Estos pasajes merecen tres observaciones.

En primer lugar, hay que señalar cómo el Papa Francisco establece, de manera modernista, el crecimiento de la conciencia humana, ayudado por la ciencia, como la motivación de base para el progreso de la doctrina.

En segundo lugar, cuando afirma que tal crecimiento fluye desde las raíces hacia arriba, el Papa Francisco no se refiere a las enseñanzas de Nuestro Señor y de los Apóstoles, sino más bien a la “influencia del Espíritu Santo” en el “santo pueblo fiel de Dios” mencionada durante su conferencia de prensa en el avión de regreso de Mongolia.

En tercer lugar, el Papa Francisco trunca a sabiendas el Commonitorium de San Vicente de Lerins, como demostró exhaustivamente Mons. Thomas G. Guarino:

Existe un crecimiento orgánico y arquitectónico a lo largo del tiempo, tanto en los seres humanos como en la doctrina cristiana. Pero este progreso, argumenta Vicente, debe ser de un cierto tipo y forma, protegiendo siempre los hitos doctrinales anteriores de la fe cristiana. Un cambio no puede crear un significado diferente. Más bien, las formulaciones posteriores deben ser “el mismo dogma, el mismo significado y el mismo pensamiento” que las anteriores. (…)

Si tuviera que aconsejar al Papa, le animaría a tener en cuenta todo el Commonitorium de San Vicente, no sólo la selección que cita repetidamente.

Nótese que San Vicente nunca habla positivamente de las reversiones. Una inversión, para Vicente, no es un avance en la comprensión de la verdad por parte de la Iglesia; no es un ejemplo de una enseñanza “dilatada por el tiempo”. Al contrario, los retrocesos son el sello distintivo de los herejes.(…)

Invitaría también al Papa Francisco a invocar los saludables parapetos que Vicente erige en aras de garantizar un desarrollo adecuado. Mientras que el Papa Francisco se queda con la frase de Vicente dilatetur tempore (“dilatado por el tiempo”), el leriniano utiliza también la sugerente frase res amplificetur in se (“la cosa crece en sí misma”). El leriniano sostiene que hay dos tipos de cambio: Un cambio legítimo, un profectus, es un avance-crecimiento homogéneo en el tiempo –como un niño que se convierte en adulto. Un cambio impropio es una deformación perniciosa, llamada permutatio. Se trata de un cambio en la esencia misma de alguien o de algo, como que un rosal se convierta en meras espinas y cardos. (…)

Otra barrera es la afirmación vicenciana de que el crecimiento y el cambio deben ser in eodem sensu eademque sententia, es decir, según el mismo significado y el mismo pensamiento. Para el monje de Lérins, cualquier crecimiento o desarrollo en el tiempo debe preservar el significado sustantivo de las enseñanzas anteriores. Por ejemplo, la Iglesia puede ciertamente crecer en su comprensión de la humanidad y la divinidad de Jesucristo, pero nunca puede retroceder en la definición de Nicea. El idem sensus o “mismo significado” debe mantenerse siempre en cualquier desarrollo futuro. El Papa Francisco rara vez, o nunca, cita esta importante frase vicenciana, pero cualquier incitación al cambio debe demostrar que no es simplemente una alteración, o incluso una revocación de la enseñanza anterior, sino de hecho in eodem sensu con lo que la precedió.

También aconsejaría al Papa que evitara citar a San Vicente para apoyar inversiones, como con su enseñanza de que la pena de muerte es “per se contraria al Evangelio”. La comprensión orgánica y lineal del desarrollo de Vicente no incluye revocaciones de posiciones anteriores.

A pesar de ello, el cambio que el Papa Francisco introdujo en el Catecismo de la Iglesia Católica respecto a la pena capital fue precisamente el ejemplo que dio en su charla a los jesuitas portugueses para refrendar su afirmación de que “la visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es errónea”. En Lisboa, fue más lejos que en declaraciones anteriores, al afirmar que “la pena de muerte es pecado, no se puede practicar, y antes no era así”.

* * *

Para desmontar la falsa alternativa presentada por el papa Francisco, a saber, la de tener que elegir entre una doctrina y una moral evolutivas o una ideología rígida, ayuda recordar la diferencia abismal entre la praxis pastoral tradicional de la Iglesia y la nueva del papa argentino. Como explica Guido Vignelli, en su sentido tradicional, 

la teología pastoral es una ciencia práctica que estudia cómo ajustar la vida humana a las exigencias de la Verdad revelada mediante el cumplimiento de sus principios dogmáticos, morales y litúrgicos. No se ocupa de la meta, sino sólo del modo de alcanzarla, anunciando y transmitiendo eficazmente el Evangelio a la humanidad de un modo adecuado a las condiciones de tiempo y lugar.

La praxis pastoral, por tanto, depende del dogma, la moral y la liturgia;  (…)  no puede cambiar los dogmas, la ley y el culto. (…) La nueva praxis pastoral se entiende no como el arte de convertir a los hombres a Dios (…) sino como una pedagogía del diálogo y del encuentro entre iguales entre la Iglesia y la humanidad en su situación histórica y social concreta. (…)

Al final de este proceso, se produce una inversión: En lugar de adaptar la vida a la verdad, la verdad se adapta a la vida y, por tanto, la estrategia pastoral ya no es un camino sino una meta, no es un medio sino un fin. (…)

Al asumir que la vida tiene prioridad sobre la verdad, el camino sobre la meta y los medios sobre el fin, la teología moderna acaba consagrando la primacía de la praxis pastoral sobre la doctrina. (…)

El comportamiento se convierte en el criterio absoluto y la ley suprema no sólo de la vida, sino también de la doctrina y la enseñanza de la Iglesia, sustituyendo su función magisterial por la pastoral.

Al final del proceso, “la ortopraxís es la única ortodoxia”, como denunció en su día un futuro papa (Joseph Cardinal Ratzinger con Vittorio Messori, Informe sobre la fe, B.A.C, 1985) .

Fundado como está en una teología pastoral innovadora y errónea, el ataque del Papa Francisco a los católicos estadounidenses por su fidelidad a la comprensión tradicional de la Fe y del ministerio pastoral fue totalmente inmerecido. 

Además, los fundamentos filosóficos y teológicos de esta errónea acusación revelan una comprensión inmanentista, relativista y populista de la cultura y la Fe, afín a la de la “Teología del Pueblo”, junto con una visión modernista del desarrollo evolutivo de los dogmas y la moral condenada hace tiempo en Pascendi Dominici gregis.

* José Antonio Ureta es coautor de El proceso sinodal: Una caja de Pandora: 100 Preguntas y Respuestas. En 2018, fue autor de El cambio de paradigma del Papa Francisco: ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia? Una evaluación de los primeros cinco años de su pontificado.

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Agradecemos a Javier Navascués, autor del Blog “Infocatolica.com” por permitirnos reproducir la siguiente entrevista.

* Foto tomada por Edward Pentin durante el Sínodo de la Amazonía.

 

José Antonio Ureta. Español, nacido en Chile, con estudios incompletos de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Santiago, militante de la TFP en varios países (Chile, Brasil, Canadá, África del Sur y Francia), presidente de la asociación francesa Avenir de la Culture, columnista de la revista Catolicismo (Brasil), animador de programas radiales semanales y de un canal de YouTube de la iniciativa “Credo Chile” y autor de El cambio de paradigma del Papa Francisco: ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia?

 

Ha escrito, junto con Julio Loredo de Izcue, el libro El proceso sinodal: Una caja de Pandora. Un libro cuyo prefacio ha sido escrito por S. E. el cardenal Raymond Leo Burke. En esta entrevista analiza algunos de los aspectos fundamentales del libro. [ES] El proceso sinodal – Una caja de Pandora.pdf (synod2023.info)

¿Qué es un sínodo y qué importancia tiene en la Iglesia?

Durante varios siglos, el término “sínodo” ha designado las reuniones del clero de una diócesis para tratar asuntos eclesiales relacionados con el bien espiritual de la comunidad diocesana (Código de Derecho Canónico 1917, c. 356; Código de 1983, c. 460). También designaba las reuniones de los obispos de una región o de un país, que en el código actual son llamadas Concilios particulares (c. 439-446), para diferenciarlas de los concilios ecuménicos que reúnen los obispos del mundo entero.

Esas reuniones eran tradicionalmente esporádicas. Pero, el Papa Paulo VI introdujo después del Concilio Vaticano II una novedad: con el motu proprio Apostolica Sollicitudo, estableció el Sínodo de Obispos como un órgano eclesiástico central (aunque externo a la Curia romana), representativo de todo el episcopado católico y de carácter permanente, pero cuya función se ejerce de manera ocasional (en general, las asambleas ordinarias son cada tres o cuatro años).

Otra novedad consistió en que Paulo VI amplió los objetivos de esas reuniones episcopales de carácter consultivo. Hasta entonces, los objetivos de los sínodos diocesanos o regionales eran apenas pastorales y disciplinarios, por lo que las cuestiones de fe y las cuestiones disciplinarias que sobrepasaban el nivel diocesano o regional estaban fuera de su competencia. Pero, Apostolica sollicitudo incluyó como uno de los objetivos del Sínodo de los Obispos “facilitar la concordia de opiniones, por lo menos en cuanto a los puntos fundamentales de la doctrina y en cuanto a al modo de proceder en la vida de la Iglesia”.

La importancia de los sínodos se desprende de lo dicho por el gran canonista y posteriormente papa Benedicto XIV, en su obra magistral De Synodo diocesana, quien resume en estas sencillas palabras sus objetivos: depravata corrigantur; ignorantes instrumentales; regulae morum formentur; sínodo provincial decreta publicentur, es decir, “corregir los abusos, educar a los ignorantes, promover las buenas costumbres y poner en práctica las decisiones de los concilios generales o provinciales”.

¿Por qué este trata precisamente sobre la sinodalidad?

Porque el papa Francisco, por medio de la Constitución Apostólica Episcopalis communio, alteró el Sínodo de los Obispos para involucrar a todos los fieles, articulándolo en tres etapas: una fase de consultación al Pueblo de Dios; una fase celebrativa, o sea la reunión de los obispos en asamblea; y una fase de implementación, en la que las conclusiones de la Asamblea, aprobadas por el Papa, deben ser acogidas por toda la Iglesia. Se trata, según el Pontífice, de “caminar juntos, laicos, pastores, Obispo de Roma”, superando el “clericalismo” y la imagen de una Iglesia “rígidamente dividida entre dirigentes y subalternos, entre los que enseñan y los que tienen que aprender”.

Etimológicamente, syn-hodos significa caminar juntos y, para Francisco, esa es una dimensión constitutiva de la Iglesia. O, como escribió la Comisión Teológica Internacional, un nuevo modus vivendi et operandi de la Iglesia, en el cual se toman las decisiones basándolas en la voz viva del Pueblo de Dios para coger lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia hoy. La premisa de la sinodalidad, siempre según el Papa, es que, por el sentido sobrenatural de la fe (sensus fidei), todo el Pueblo de Dios no puede equivocarse, ya que es infalible in credendo y que, además, tiene “olfato” para encontrar los caminos que el Señor abre a su Iglesia. O sea, vox populi, vox Dei…

¿Por qué no interesa realmente a la gente este sínodo?

Es verdad que casi nadie está realmente interesado. Las razones las dio el propio Papa Francisco, el sábado pasado, en un encuentro con un grupo de periodistas que fue a entregarle un premio, a los que les pidió ayuda: “Soy muy consciente de que hablar de un ‘Sínodo sobre la sinodalidad’ puede parecer algo abstruso, autorreferencial, excesivamente técnico y de poco interés para el gran público”.

Pero sin embargo hay mucho en juego, pues usted y Loredo han descrito este proceso sinodal como una caja de Pandora…

Sí, porque esa “escucha” de toda la comunidad implica, de un lado, en una reformulación de la autoridad dentro de la Iglesia y, de otro lado, en un cuestionamiento de muchas enseñanzas tradicionales e inclusive de algunos dogmas.

¿Por qué dice usted que la sinodalidad acarrearía una reformulación de la autoridad en la Iglesia?

Según el Documento de Trabajo del Sínodo, habría que cambiar las estructuras de la Iglesia en tres planos: en su estilo ordinario de vivir y de actuar, en el plano de las estructuras y de los procesos eclesiales y en el plano de los procesos y eventos sinodales. Esa reforma sería necesaria porque en la estructura jerárquica actual hacen falta procesos comunitarios de escucha y de discernimiento que reconozcan la corresponsabilidad de todos los bautizados. En el futuro, las conferencias episcopales deberían incluir en sus reuniones representantes del clero y del laicado y los consejos diocesanos y parroquiales deberían tener un rol deliberativo y no apenas consultivo. Como justificación, la Comisión Teológica Internacional afirma que es necesario distinguir entre la elaboración de una decisión (decisión-making), que debería ser comunitaria, y la toma de decisiones (decisión-taking) que correspondería a la autoridad. Pero, según el Cardenal Coccopalmerio, ni siquiera el papa debería decidir algo contra la opinión mayoritaria, hasta que no se alcance un consenso.

¿Qué peligro tendría una democratización de la Iglesia?

Sería crear una nueva secta protestante que dejaría de ser la Iglesia de Cristo, cuya estructura visible es jerárquica y se basa en el sacramento del Orden sagrado, el cual confiere a los que lo reciben no sólo el poder de santificar, a través de la administración de los sacramentos, sino también un poder jurisdiccional de enseñar y de gobernar. Sobre todo los Obispos, como pastores, poseen sobre su rebaño un poder ordinario, propio e inmediato, incluido el poder legislativo, que deben ejercer de manera personal y exclusiva sin que se les sea permitido legislar junto con otras personas, organismos o asambleas diocesanas.

¿Qué es el Synodaler Weg alemán y qué influencia puede tener en el Sínodo?

El Camino sinodal alemán fue una impostura. El Episcopado y la Federación de Laicos alemanes inventaron la fórmula del “camino” para no someterse a las reglas estrictas que el Código de Derecho Canónico establece para los concilios regionales, asociando en pie de igualdad a la Conferencia de Obispos de Alemania y al Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK), que obtuvo la corresponsabilidad en el desarrollo y resultado del proceso sinodal. La asamblea sinodal, que era el órgano supremo que tomó todas las decisiones, estaba compuesta, por una mayoría de 122 laicos (entre ellos una mayoría de 70 mujeres), frente a sólo 105 clérigos (de los cuales 69 obispos, 32 sacerdotes y 4 diáconos). Además, dos tercios de los laicos del ZdK son delegados de asociaciones católicas y constituyen una especie de nomenklatura de apparatchiks de organizaciones activistas de orientación progresista que no representan para nada a los católicos comunes “de misa de domingo”.

Con ese formato impostor, el Synodaler Weg tomó (con el apoyo mayoritario de los obispos presentes) varias decisiones aberrantes y que se oponen diametralmente a la doctrina católica, como son la futura creación de consejos sinodales permanentes a todos los niveles, la bendición de uniones homosexuales y de divorciados vueltos a casar, la ordenación de personas transexuales, la predicación por laicos y el reexamen del celibato obligatorio y del diaconado femenino.

Realmente sería muy peligroso abrir las puertas a la ordenación sacerdotal de mujeres…

Con la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, S.S. Juan Pablo II declaró de modo solemne que la Iglesia no tiene la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres y que esta doctrina debe ser considerada como definitiva por todos los fieles. La nota de acompañamiento especifica que dicha materia no es meramente disciplinar ni es libremente disputable, sino que exige siempre el asentimiento pleno e incondicional de los fieles.

Admitir mujeres al diaconado implicaría en un golpe mortal a la doctrina sacramental católica, porque Pío XII reiteró, en la carta apostólica Sacramentum Ordinis que “el sacramento del Orden … es uno y el mismo para toda la Iglesia”, comportando tres grados (diaconado, sacerdocio y episcopado). Por eso, la materia del sacramento, que es la imposición de las manos, es la misma para cada grado, cambiando solamente la forma, o sea las palabras proferidas por el ministro, que especifican la gracia ministerial conferida. En consecuencia, si se admitiesen mujeres al diaconado, se debería imperativamente admitirlas también al sacerdocio y al episcopado, como hicieron los anglicanos.

Y también preocupa la inclusión de los homosexuales, pues no se les invita precisamente a vivir la castidad…

El Instrumentum laboris del próximo Sínodo convida a una “inclusión radical” de los que hoy se encuentran “marginalizados” y cita en particular los divorciados vueltos a casar por el civil, los polígamos y los que se definen por la etiqueta LGBTQ+. La idea de fondo es que la exclusión hace sufrir y como Dios es amor sólo puede querer que todos sean incluidos. “Todos, todos, todos”, como insistió Francisco en Lisboa.

Según el Cardenal McElroy esa inclusión radical debe abrir el acceso a la Sagrada Comunión no sólo a los divorciados vueltos a casar (como ya fue autorizado en el capítulo VIII de Amoris laetitia) sino también a las personas homosexuales, porque la Iglesia no puede discriminar entre aquellos que viven castamente y los que están unidos civilmente y practican regularmente actos sexuales contra la naturaleza. Para el obispo de San Diego hacer esa distinción introduciría una división en la comunidad homosexual, lo que aparentemente sería el mal supremo…

Una tal “inclusión radical” sin necesidad de arrepentimiento y propósito de enmienda, en relación a una situación objetiva y permanente de pecado, tornaría superfluo el sacramento de la reconciliación y equivaldría a negar la omnipotencia de la gracia divina para redimir al pecador y santificarlo. Sería como decirle al pecador que para él no hay remedio.

Lo más grave sería autorizar ceremonias de bendición de uniones extra-matrimoniales, aunque no fueran asimilables a una ceremonia de casamiento, porque correspondería a “decir bien” del pecado y atraer la ira de Dios, que no es relativista y dice en la profecía de Sofonías (1, 12) que castigará “a los hombres que se sientan en sus heces y dicen: ‘El Señor no hace nada, ni bien ni mal’”.

¿En qué medida pueden abrirse las puertas a la destrucción de la familia?

Como bien dicen las “Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales”, firmada por el Cardenal Ratzinger cuando todavía era Prefecto de la entonces Congregación para la Doctrina de la fe, ninguna ideología puede cancelar del espíritu humano la certeza de que el matrimonio en realidad existe únicamente entre dos personas de sexo opuesto, prioritariamente para colaborar con Dios en la generación y educación de nuevas vidas. Por eso, mientras el matrimonio es santo, las relaciones homosexuales, irremisiblemente estériles, están condenadas en las Sagradas Escrituras como “graves depravaciones”.

De allí se deduce que la conciencia moral debe desenmascarar el uso ideológico que se hace hoy de la tolerancia de las relaciones homosexuales y recordar a la sociedad que no se debe exponer “a las nuevas generaciones a una concepción errónea de la sexualidad y del matrimonio, que las dejaría indefensas y contribuiría, además, a la difusión del fenómeno mismo”. Si la legalización de las uniones homosexuales tiende a desvalorizar la institución matrimonial, ¡cuánto más destructor sería que tales uniones fuesen sacrílegamente benditas por ministros de Dios!

¿Cuáles son las principales perplejidades a las que nos vamos a ver sometidos?

La mayor perplejidad acaba de ser expuesta por Mons. Strickland, obispo de Tyler (Texas) en una carta pública a su rebaño. Consiste en el riesgo de que pasemos a ser considerados “cismáticos” los que nos oponemos a que sean puestas en jaque verdades básicas de nuestra fe, como son que la Iglesia Católica es la única verdadera, que es un sacrilegio recibir indignamente la Eucaristía, que toda actividad sexual fuera del casamiento es un pecado grave, que el matrimonio es entre un hombre y una mujer, que rechazar la identidad biológica implica negar que fuimos criados a imagen y semejanza de Dios y que es falso y peligroso decir o insinuar que todos se salvan independientemente de la vida que llevaron. En realidad, añadió Mons. Strickland, “aquellos que proponen cambios a lo que no se puede cambiar buscan apoderarse de la Iglesia de Cristo y, de hecho, son los verdaderos cismáticos”.

¿Cómo se puede reaccionar contra el Synodaler Weg alemán y contra el rumbo que puede tomar el Sínodo sobre la sinodalidad?

Primero, hay que informarse de lo que está pasando y acompañar al Cuerpo de Cristo en esta repetición de su Pasión, cargando su cruz como nuevos Cireneos. En segundo lugar, hay que conocer más profundamente la fe para poder reconocer la voz del divino Pastor y no seguir el vocerío de los ladrones y salteadores extraños que no entran en el redil por la puerta. Finalmente, hay que resistir cualquier intento de cambiar la doctrina de la Iglesia o la disciplina multisecular que se desprende de ella. Aunque, por algún tiempo, nos convirtamos en “forasteros en la casa de nuestra madre”, como lamenta el Salmista, en cuyo caso debemos permanecer dentro, resistiendo a las tentaciones de apostasía, de sedevacantismo o de indiferencia. Como dice El proceso sinodal: Una caja de Pandora en su conclusión, “es precisamente ahora cuando la Santa Iglesia necesita hijos amorosos e intrépidos que la defiendan de sus enemigos, externos e internos. ¡Dios nos pedirá cuentas!”

Por Javier Navascués

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