Movilidad católica y estancamiento pagano – Innovación auténtica en los estilos arquitectónicos

10/04/2021

Por Nelson R. Fragelli

“La vida sobrenatural que la Iglesia comunica a todos los aspectos de la cultura y de la civilización cristiana”. Ese fue el tema de una de las recordadas exposiciones del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira para jóvenes cooperadores de la TFP que colmaron un auditorio en una noche del verano de 1979. “El espíritu humano camina de comparación en comparación” era uno de los axiomas afirmados por el conferencista. Y, para que su tema fuese enteramente claro, comparaba la pujanza católica con el estancamiento pagano. Para eso evocaba Paestum, ciudad de la antigua Magna Grecia, en la costa del Tirreno, en el sur de Italia, que aún hoy conserva imponentes ruinas.
Hasta un espíritu práctico y tecnológico es capaz de impresionarse ante aquellas grandezas pasadas, sugeridas por las ruinas contemplativas. En la armonía, serenidad y proporción de Paestum, aún ellas llegan a encantar, mostrándonos el triunfo de la serenidad. Así son las líneas arquitectónicas, que en los relieves de un monumento trazan al mismo tiempo la fisonomía de su pueblo.
Sin embargo, alcanzado ese auge de belleza, la arquitectura griega se estancó. A los ojos de quien ha visto, admirado y rezado en nuestras catedrales católicas, aquella arquitectura claramente se quedó estancada en el tiempo. La magnificencia griega glorificaba la grandeza humana, mientras que la catedral católica celebra la presencia de Dios entre los hombres. Delante de ellas, aquel esplendor griego se limita a una inmensa caja geométrica sostenida por columnas portentosas.
Sobre Paestum transcurrieron siglos. Roma conquistó Grecia y, a la geometría griega, los romanos le agregaron los arcos, que representan un salto hacia la perfección. Rematando los pilares del templo, los arcos –como brazos que se unen- son acogedores, parecen proteger la reflexión en un abrazo protector. Su sombra abriga y reconforta. Así surgió el estilo romano.
Fue un punto culminante de la belleza arquitectónica, pero también el arte romano de construir se estancó. A lo largo del vasto Imperio Romano ella fue la misma, desde el Coliseo hasta la Porta Nigra en Tréveris, Alemania; y los templos del Norte de Africa son iguales a los de Palestina. La arquitectura romana, perfeccionándose, alcanzó una forma de esplendor pero sin innovar más.
Estilo egipcio, estilos paganos
Ya mucho antes de Roma era posible seguir la evolución de las construcciones del primitivo Egipto hasta las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino. Durante milenios los egipcios construyeron. Llegaron a un estilo único, a partir del cual repitieron la forma de su arquitectura agregándole columnas y esfinges. Pero pararon ahí y hoy no se entiende por qué no desarrollaron las mil posibilidades que tenían de perfeccionar su arquitectura. ¿Por qué les faltó fertilidad a los egipcios?
Los ejemplos de la arquitectura pagana nos dan la impresión de pueblos que se asemejan a árboles creados para dar muchas cosechas, y que sin embargo generaron una sola, fijándose en ella. Esos pueblos perdieron la propulsión inicial. Con el transcurso de los milenios, sus magníficos frutos se secaron en el tronco que los generó, antes aún de madurar. Crearon bellezas que alcanzaron un grado de perfección, pero a partir de determinado momento no se movieron más. Se fijaron a la espera de sus propias ruinas.
Al reflejar el movimiento de las almas a lo largo de la historia, el arte arquitectónico revela el caminar de toda la cultura de un pueblo. Su pensamiento y oraciones inspiran formas a sus monumentos.
El historiador norteamericano Henry Osborn Taylor señala bien el progreso del pensamiento religioso en la Cristiandad. El aumento de fervor de los santos a lo largo de los siglos fue compartido por el desarrollo de los estilos románico y gótico, cuya finalidad era la misma de la oración; es decir, elevar el alma a Dios. El gótico es oración expresada, no por medio de la escritura sino de la piedra. “Es verdad que San Agustín tenía un gran amor a Dios. Con gran fervor degustaba ese amor; lo analizaba racionalmente y en ese análisis su propio pensamiento se abrasaba. Sin embargo, su oración no transmitía aún aquella ternura por el Cristo divinamente humano que vibraba en las palabras de San Bernardo y hacía de la vida de San Francisco un poema lírico” (*).
Así, el santo, el poeta y el maestro constructor de unían en el mismo progreso.
En el mundo cristiano, bajo las bendiciones de la Iglesia, el estancamiento pagano no se produjo. Los estilos y su perfeccionamiento a lo largo de los siglos y de las épocas son notables. Estilos se sucedieron a estilos en los pueblos cristianos, y nuestras iglesias presentan imágenes de santos de los más variados siglos, hermanados dentro de la eternidad y hablándole a las multitudes de modo conmovedor.
En el rostro de un mártir de la época de las persecuciones de Diocleciano se refleja la misma luz sobrenatural que, muchos siglos después, rodea la fisonomía severa y suave de San Pío X. Ambas resultan de la movilidad católica, inspiradora de la cultura y la civilización cristianas. La Iglesia tiene vida sobrenatural, y esa vida impulsa su progreso. El estímulo católico viene de la presencia, en su seno, del propio Dios, vivo y verdadero. Mientras haya fidelidad a esa Presencia divina, la Iglesia realizará maravillas en todos los dominios de la actividad humana: “Omnia possum in eo qui me confortat” (“Todo lo puedo en Aquel que me da fuerzas”, Fil. 4, 13).
A la cultura pagana, por el contrario, le falta energía vital. Alcanzado cierto grado de esplendor, al darse la mengua de impulso hacia lo alto, no continúa su marcha ascendente, no acompaña los pasos de la historia.
Estilo románico
El estilo inspirado directamente por la Iglesia en sus primeros tiempos es el románico. Es la continuación del estilo romano, acrecentado por algo nuevo. De él brota un nuevo esplendor pleno de sugestiones, que se realizarían más tarde en una forma de belleza que fue el estilo gótico. El vigor de alma que palpita en el estilo románico presagiaba un esplendor aún más refulgente, y el gótico realizó esa promesa.
A medida que el románico se va desarrollando, sus paredes se van tornando más gruesas, su silueta se vuelve más seria. Se diría que, con su afirmación, las piedras se hacen más duras y él va adquiriendo otra fisonomía. Vista de afuera, la construcción muestra una fisonomía un tanto sombría, pensativa, noblemente amenazadora, pero internamente él se vuelve acogedor y suave.
El aspecto de fortaleza que se observa en la fachada refleja el tiempo de las invasiones bárbaras y sarracenas, además del combate a las herejías. En su interior, entre tanto, se llena de suavidad, protege y abriga al pueblo fiel. Al condensar así en su conjunto la expresión de su vida, la fachada llama a la ardua lucha apostólica, y en el interior la dulzura materna apunta hacia el Cielo. Dos características aparentemente en conflicto – la lucha y la protección afectuosa- se tornan sin embargo armónicas en el regazo de la Santa Iglesia.
Estilo gótico
¿Cómo evolucionó el estilo románico? En determinado momento sus arcos se levantaron, se afilaron, se suavizaron y terminaron en punta rematada por una cruz, transformándose en el arco ojival gótico. Dicho arco se convirtió en moldura de un nuevo elemento, más suave aún y maravilloso: los primeros vitrales. Los Evangelios, los dogmas, la historia sagrada y eclesiástica –todo eso narrado en vidrio multicolor- pasaron a amparar aberturas en la piedra, a través de las cuales llovían luz, colores y milagros sobre los fieles deslumbrados.
Las torres exteriores de las catedrales comenzaron a bordarse de esculturas y de mil ornatos propios del gótico. Comenzaron a aparecer ángeles, profetas, reyes, cortejos de santos, Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Señora, imágenes hasta entonces mostradas tan sólo en el interior del templo hecho para abrigarlas.
A partir de un momento no preciso, los maestros constructores medievales decidieron exponer dichas imágenes fuera de la Iglesia. Y en una piedra opaca en cuanto piedra, pero transparente de espiritualidad, pasaron a actuar como oradores mudos, atrayendo por la expresión de bondad, desafiando incrédulos por su continente hierático y severo, atrayendo por la confesión apostólica. Se decía entonces que “estilos son expresiones de la Fe”; y otra observación igualmente fina y verdadera señalaba al gótico como “la escolástica de piedra”.
Influencia de las Ordenes religiosas
Los estilos acompañaron la santidad de las órdenes religiosas. Las dos grandes órdenes de entonces eran los franciscanos y los dominicos, que habían florecido muy ampliamente. Con ellas, los estilos arquitectónicos se fueron enriqueciendo.
Muchas imágenes tendenciosamente edulcoradas de San Antonio de Padua lo muestran con un brillo “barnizado”, tonsura más propia de un muñeco, jugando con el Niño Dios como si fuesen dos compañeritos de escuela. Pero un renombrado fresco atribuido al Giotto (que vivió poco después que él, al principio del siglo XIV), lo muestra totalmente diferente: enorme, corpulento, calmo, pletórico y predicando –el gran Doctor de la Iglesia y martillo de los herejes. En su fisonomía se siente la espiritualidad que hizo de él una columna de la Iglesia, sobre la cual se puede erguir el firmamento. Esa misma fuerza retratada por Giotto resplandece en el gótico, esbozada a partir de las iglesias románicas. La arquitectura gótica nació y se desarrolló durante la vida de San Antonio.
Renacimiento y Contrarreforma
Al principio del siglo XVI, la gran obra de los franciscanos y dominicos era horriblemente contestada por Lutero y otros cabecillas del “Renacimiento”. Leyendo la historia de aquellos dos santos medievales, y de muchos otros contemporáneos suyos, se puede preguntar si alguno de ellos presagiaba el surgimiento de San Ignacio de Loyola en el siglo XVI. Sin embargo, él fue un perfecto restaurador y continuador de la gran obra de franciscanos y dominicos.
Contra la nefasta obra del protestantismo, de repente surge en el tesoro de maravillas de la Iglesia un San Ignacio de Loyola, garantizando que la obra de sus predecesores pudiera proseguir. El enfrenta al nuevo enemigo para asegurar que el caudal franciscano y dominico siguiera afluyendo. Con ese combate asegura la continuidad apostólica de la Iglesia, sustenta su obra pasada y apunta hacia rumbos nuevos y más altos. Al innovar, entre tanto, se mantiene enteramente solidario con la obra de los dos grandes fundadores medievales, aunque siendo un hombre sumamente diferente de ambos.
¿Diferente? Sí, pues él se santificó alternando su visión del universo: ya miraba hacia el Cielo, ya hacia el infierno. Astuto, desconfiado, brillante de agilidad y destreza, conociendo palmo a palmo todas las dificultades del camino, listo para todas las formas de lucha, desde las más épicas y monumentales hasta las más tremendas zancadillas. Su fisonomía aparenta impasibilidad, pero en él arde el celo por el bien de la Iglesia y de las almas.
Innovación contra la momificación
Parece momificada, por ejemplo, la “iglesia ortodoxa”, rota con la Santa Iglesia y prevaleciente en países orientales. Sus estilos dan la impresión de estar aún en el primer día del cisma griego, parados en el tiempo del heresiarca Miguel Cerulario, con aires de quien acaba de negar la verdad. Los íconos de Nuestro Señor, Nuestra Señora, los Apóstoles y algunos santos, representados en sus templos, toman aires de distancia en relación al pueblo, como si pensaran en temas lejanos que no interesan a los fieles. No se ve allí la presencia del acontecer humano, al contrario de lo que se observa en la Iglesia Católica. Allí no están representados mártires ni doctores, ni lo cotidiano, ni la reminiscencia de la Historia. Sus vitrales son meros juegos de color, no tienen diseño, no narran un hecho. ¿Dónde está el acontecer histórico por el cual los efectos generaban nuevas causas?¿Qué hicieron ellos después del cisma? Se momificaron, en un inmovilismo indiferente al rumbo de la historia.
¿Qué es lo bello?
Imponente es el Paestum, sin duda. Al contemplarlo, se siente una transfusión de grandezas que provienen de él, penetrando el alma por la mirada. Pero su expresión pagana está distante de la suavidad de la iglesia románica. Su inmenso cuerpo pesado parece subyugar, mientras que la iglesia románica protege, y así aproxima el alma de la intimidad que Alguien que nadie ve ni palpa pero que todos sienten, y ante el Cual todos se arrodillan. Al arrodillarse, cada cristiano se siente en la palma de la mano de Dios… Siente “aquella ternura por el Cristo divinamente humano que vibraba en las palabras de San Bernardo”.
Al percibir aquella mano fuerte que a todos une, el pueblo católico se siente participante de un todo, protegido por Aquel que se inmoló en el Calvario por todos nosotros. Las paredes gruesas resguardan y protegen, mientras que la luz tamizada de los vitrales ilumina el espíritu. A todos una Providencia divina circunscribe, ampara, une y acaricia.
Esta es la fuente del impulso perennemente innovador de la Santa Iglesia, la Causa que modeló la Cristiandad. De una encantadora aldea del Tirol hasta las chozas indígenas catequizadas por el gran apóstol San José de Anchieta, o la colonia de pescadores bretones al pie de la Abadía del Mont St. Michel, basta un poco de atención para constatar esta innovadora asistencia divina.
¿Es eso lo bello? ¿Dónde está la belleza? Está en el acto de ofrecer a Dios las conquistas humanas, por medio de los elementos creados en este mundo. Pues sólo Dios es la propia Belleza.
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Nota: “La mentalidad medieval: historia del desarrollo del pensamiento y la emoción en la Edad Media” (1919), ap. “Return to Order”, John Horvath II, York Press (2013)

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Agradecemos a la Revista de cultura “Catolicismo” (Brasil) la gentileza de permitirnos reproducir este artículo publicado en el  Nº 844, Abril/2021.

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