En el Brasil colonial, en el Brasil imperial y en la República brasileña: génesis, desarrollo y ocaso de la “Nobleza de la Tierra” – (5ta. nota) – Apéndice I de «Nobleza y élites tradicionales análogas» – ítems 9, 10 y 11

10/04/2021

Apéndice I de “Nobleza y élites” – En el Brasil colonial, Imperial y en la República… (5ta. nota)

  1. Centralización del poder y reducción de los privilegios de la “Nobleza de la Tierra”

 

a) La ofensiva de los legistas y la pérdida de autonomía de los municipios

Ahora bien, toda esa estructura formada en Brasil en buena parte de modo consuetudinario, pero vista con agrado por la Corona portuguesa, pasó a sufrir hacia el final del siglo XVII una fuerte ofensiva venida de fuera de la Colonia que le pondría en un gradual ocaso:

“Se repite en América la evolución administrativa y política de la Metrópoli. A la fase marcial de los Capitanes Generales, de los Capitanes Mayores arbitrarios le sucede, civil y letrada, la del “Juiz de Fora”  [el juez nombrado por la Corona Portuguesa para actuar en los locales que no tenían juez propio] y del Corregidor. Es el “Bacharel” (Bachiller) que viene (o vuelve) de Coimbra con la preeminencia que tenía en el reino, transponiendo su jurisdicción los límites del foro para abarcar el orden del gobierno municipal. (…) Disuelve los privilegios residuales de la Nobleza, es decir, de los potentados locales, como otrora en Portugal, los corregidores de Don Juan II habían dominado las resistencias de los grandes titulares con el ejercicio inflexible de su magistratura.”

“Ese ‘Juiz de Fora’ es, en fin, el legista. (…) No es únicamente (nótese bien) un agente de aquel Derecho dogmático: es principalmente un funcionario de la unificación del Estado.

“La tendencia centralizadora y paternalista de la Monarquía comienza por la intervención en las cámaras.”[92]

b) El reflujo de la “Nobleza de la tierra”: de las ciudades a sus haciendas

No es difícil imaginar que a lo largo de su proceso de desarrollo —que daba lugar a la construcción de iglesias, a menudo de delicado valor artístico, de imponentes edificaciones al servicio del poder público como los Palacios Municipales, y de residencias de lujo— fuesen haciéndose los principales centros urbanos cada vez más atrayentes para las familias de los “hombres buenos” y de la “Nobleza de la tierra”, pues la convergencia de éstas hacia dichos centros, los pasatiempos familiares y las pompas religiosas, frecuentemente revestidas de esplendor, favorecían las relaciones sociales entre personas de la misma categoría, y dichas relaciones, a su vez, creaban ambiente para noviazgos y matrimonios.

Sin embargo, la influencia de los legistas había puesto frecuentemente al margen de la vida política de los municipios a la “Nobleza de la tierra” y “hombres buenos” que anteriormente hacían funcionar dichos gobiernos, dotados con una amplia gama de autonomía. Tendieron éstos entonces a refluir de las ciudades hacia sus haciendas, en las cuales quedaba un campo ilimitadamente extenso para intensificar las actividades agrícolas y ganaderas.

Esta existencia tranquila y digna no estaba desprovista de considerables méritos para el bien común. Explica Oliveira Vianna: “Alejada de los cargos superiores del gobierno colonial, la Nobleza territorial se vuelve modestamente a la penumbra rural, y pastorea el ganado, fabrica azúcar, busca oro y de esta suerte va poblando y cultivando cada vez más el interior con sus extensas talas y la multiplicación de sus cabañas.” [93]

Las élites rurales aumentaban así sus respectivos patrimonios, y quedaban capacitadas para alardear un lujo aún mayor, no tanto en la aislada y poco pretenciosa vida cotidiana de las Casas-grandes, como en las ocasiones en que todos los componentes de la clase alta se encontraban en la ciudad.

Así, por lo menos durante un cierto tiempo, lo que perdió la clase aristocrática en poder político, lo recuperó en prestigio social.

Solemne desembarco de la Archiduquesa Dña. Leopoldina de Habsburgo Lorena, esposa del Príncipe Real D. Pedro, futuro Emperador de Brasil, en Río de Janeiro, el 6 de noviembre de 1817.

Ceremonia de la coronación de D. Pedro I como Emperador de Brasil, el 1 de diciembre de 1822. Grabado de Débret.

c) Decae la influencia aristocrática

Pero es necesario no alimentar ilusiones en ese sentido. Lejos del litoral —donde llegaban, traídas por el comercio, las más recientes mercancías inspiradas en las modas que se iban sucediendo en Europa, bien como mobiliario y objetos de uso personal más aggiornati— la vida y los modos de ser de la “Nobleza de la tierra” se iban estancando. Durante ese estancamiento, como era inevitable, dicha clase se hacía más sensible a la asimilación de costumbres y modos de ser locales; en una palabra, rasgos de aldeanismo se mezclaban con la fisonomía aristocrática de esas élites del interior.

Es también Oliveira Vianna quien apunta el dilema de nuestras élites de la “Nobleza de la tierra”: “U optan por el campo, donde están sus intereses principales, o por la ciudad, centro tan solo de recreo y disipación. Con el correr del tiempo, acaban eligiendo el campo, como es natural, y poco a poco se recogen en la obscuridad y silencio de la vida rural.

“De ese retroceso, de esa retirada, de esa especie de trashumancia de la Nobleza colonial hacia el interior, nos da un expresivo testimonio el Conde de Cunha, nuestro primer Virrey. En una carta que dirige en 1767 al Monarca dice: (…)

“‘Estas personas, que eran las que tenían con que lucir y figurar en la ciudad y las que la ennoblecían, están presentemente dispersas por los más remotos distritos, y a gran distancia las unas de las otras, sin tratar con nadie, y muchas de ellas se casan mal, y algunas dejando sólo hijos naturales y pardos, que son sus herederos.’” [94]

Y añade el mismo autor: “Nuestra Nobleza territorial se presenta durante el siglo IV perfectamente rural casi en su totalidad, por los hábitos, por las costumbres y, principalmente, por el espíritu y por el carácter. De las tradiciones de la antigua Nobleza peninsular nada les queda sino el culto caballeresco de la familia y del honor.” [95]

  1. La mudanza de la Corte portuguesa al Brasil

Este periodo de bucólica tranquilidad cesó por un inesperado efecto de las grandes guerras y revoluciones que sacudían a Europa desde hacía ya veinte años: la llegada a nuestra tierra de D. Juan, Príncipe Regente de Portugal, que usaba acumulativamente el título de Príncipe de Brasil, pues era heredero del Trono lusitano y ejercía todos los poderes de Monarca, ante el estado de demencia en que cayó su madre, la Reina D-María I.

Oliveira Vianna describe este acontecimiento: “Ese gran accidente histórico marca, en efecto, una época decisiva, de considerable transformación en la vida social y política de nuestra nobleza territorial.

“Realmente, de Minas, de São Paulo, del interior del estado de Río, nuestro lucido patriciado rural inicia, desde esa época, su movimiento de descenso hacia el centro carioca, donde se halla la cabeza del nuevo Imperio. Sus mejores elementos, la flor de su aristocracia, comienzan a frecuentar ese Versalles tropical que se localiza en San Cristóbal.” [96]

En Río de Janeiro encuentran “por un lado, una burguesía recién nacida formada por mercaderes enriquecidos con la intensificación del comercio derivada de la ley de apertura de los puertos; por otro, una multitud aristocrática de hidalgos lusitanos que vino junto con el Rey.” [97]

No es de extrañar que en este encuentro entre elementos heterogéneos se produjeran fuertes conflictos. En ese sentido observa también Oliveira Vianna: “Junto al Rey, en las intimidades de la Corte, se enfrentan, inconfundibles y hostiles, esas tres clases: los Nobles de la tierra, opulentos en ingenios y haciendas, con su histórico desdén por los peones y mercaderes; los mercaderes, conscientes de su fuerza y riqueza, ofendidos por ese desdén ofensivo; los lusitanos emigrados, con la prosapia de sus linajes hidalgos y el tono impertinente de personas civilizadas que pasean en tierra de bárbaros.” [98]

Para terminar la historia de la “Nobleza de la tierra” en el periodo colonial se puede afirmar con Oliveira Vianna: “Como se ve, en la vida pública, en la vida privada, en la vida administrativa, estas organizaciones parentales —poderosamente apoyadas sobre la masa de sus clanes feudales— atraviesan los tres siglos coloniales ostentando su prestigio y poder.” [99]

  1. Los Títulos de Nobleza del Imperio

¿Qué reflejo tuvo sobre la “Nobleza de la tierra” la creación de los Títulos de Nobleza del Imperio?

Poca; casi se diría que ninguna.

La Constitución imperial brasileña de 1824 no reconocía privilegios de nacimiento: “Quedan abolidos todos los privilegios que no sean juzgados como esencial y enteramente vinculados a los cargos por utilidad pública.”[100]

Esta disposición de nuestra primera Constitución Imperial traía por consecuencia que no fuera reconocida la herencia de los Títulos de Nobleza otorgados por el Emperador. Reflejaba dicha disposición la influencia del individualismo y del liberalismo que sopló a lo largo de todo el siglo XIX tanto en Europa como en América, y que aún se muestra presente en muchas de las actuales instituciones, leyes y costumbres.

Se tenía la idea de que el Título de Nobleza sólo sería compatible con el progreso de aquellos tiempos si premiara méritos individuales. Los de los antepasados no debían de ningún modo beneficiar a sus respectivos descendientes. De ahí provenía la no herencia de los títulos.

Al ser un mero premio, el Título de Nobleza no podía conferir jurisdicción específica sobre ninguna parte del territorio nacional y menos aún sobre las tierras de las cuales el agraciado fuese propietario. La escrupulosa disociación entre propiedad privada y poder político era considerada condición esencial para que un régimen actualizado con los principios de la Revolución Francesa no se confundiese con el feudalismo, contra el cual aún hacían campaña las facciones liberales.

El gobierno de los municipios constituía un privilegio de la aristocracia rural. Cámara Municipal de Ouro Preto, Minas Gerais, Brasil.

Es concluyente en ese sentido el testimonio de Oliveira Lima: “El propio Imperio brasileño fue democrático no solo en el rótulo. Tanto es así que al organizar su Nobleza, no la hizo hereditaria, condición de perpetuidad. La Constitución monárquica de 1824 no reconoce privilegios de nacimiento; la aristocracia que entonces se formó era galardonada por sus méritos y servicios personales, y parte de la misma era también representativa de la riqueza, que es uno de los puntales del Estado y campo en el que caben las actividades individuales.” [101]

Entre la Nobleza titulada del Imperio se encuentran casos en los que padre e hijo recibían el mismo Título; o a veces el Título tenía una denominación diferente, aunque se refiriera al mismo toponímico o apellido. Eso no significaba, sin embargo, que éste fuera hereditario sino que había sido conferido con carácter personal a padre e hijo como recompensa a los méritos individuales de cada uno.

En ese caso se encuentran, por ejemplo, el Vizconde de Rio Branco, Primer Ministro del Imperio en 1871 y su hijo, el célebre Barón de Rio Branco, diplomático de consumado valor que se destacó especialmente por la elaboración de los necesarios tratados para establecer con precisión las fronteras entre Brasil y sus numerosos vecinos.

El Barón de Rio Branco actuó como Ministro de Asuntos Exteriores del régimen republicano durante la primera década de este siglo, pero antes aún de que cayera la Monarquía el Emperador le concedió el título de Barón “do Rio Branco”, sin duda por complacer a su padre.

Por otro lado, cuando el Título estaba relacionado con un determinado lugar (Vizconde de Ouro Preto, Marqués de Paranaguá), los descendientes de un cierto número de titulados del Imperio adoptaron, en lugar de su apellido, el nombre del lugar con el que el Título estaba relacionado (de Ouro Preto, de Paranaguá) sin usar el Título propiamente dicho. Este procedimiento, que tal vez no fuera estrictamente legal, tampoco suponía la hereditariedad del Título.

Es evidente que un Título concedido únicamente al agraciado, con exclusión de su descendencia, no podía dar origen a una clase social en el sentido estricto de la palabra, pues esta última sólo tiene condiciones normales de existencia cuando está constituida por familias y no por meros individuos.

Así pues, como se ha dicho anteriormente, era casi nula la repercusión de estos títulos sobre la “Nobleza de la tierra”. Cuando se confería a un “Noble de la tierra” un Título de Nobleza del Imperio, tan vacío de contenido histórico, no tenía éste mucho mayor alcance que el de una mera condecoración. Podía realzar al agraciado dentro de su clase, pero este efecto era mucho menos fuerte que los derivados de la concesión del Título de Señor de la tierra por los Reyes de Portugal. Esto ocurrió en mayor medida con los Emperadores D. Pedro I y D. Pedro II que no se limitaron a conferir Títulos de Nobleza a los señores de la tierra, sino a brasileños de cualquier nivel social, siempre que los considerasen merecedores de dicha distinción por los servicios prestados al país.

(Sigue en el próximo Boletín Nobleza, en la 6a. nota “La Monarquía parlamentaria y la “Nobleza de la tierra””)

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