“Una sociedad no puede llamarse perfecta sino cuando se da en ella la institución de la aristocracia” (Card. Herrera Oria) – (Aristocracia, 3ra. nota)

10/11/2018

 

4. Aristocracia social

El esquema pasa a tratar ahora no ya del aristócrata en cuanto individuo sino de la familia aristocrática.

“El aristócrata, al perfeccionarse él y perfeccionar a su familia, crea una institución dentro de la sociedad, que es la familia aristocrática.”

El texto deja bien claro que, para ser fuente y propulsora de ese impulso hacia lo alto, la propia contextura familiar le es a la aristocracia de gran utilidad, pues es en el seno de las familias de todas clases sociales donde se constituyen las tradiciones propias a cada una, y es en la convivencia familiar donde los padres y mayores encuentran las condiciones psicológicas y las mil ocasiones propicias para comunicar a los más jóvenes sus convicciones y el fruto de sus experiencias. Así, la acción propulsora rumbo a la “perfección” puede conseguirse en excelentes condiciones. Esta acción tiene por principal objetivo no sólo el bien individual de los miembros de la familia y el bien de la propia familia considerada en su conjunto, sino también el propio bien común de la sociedad.

En efecto, la sociedad es un ente colectivo más duradero que las familias; éstas, a su vez, son más duraderas que los individuos que las componen a lo largo de las diversas generaciones, y aquello que es más duradero sólo recibe beneficios de la fuerza propulsora de la aristocracia, en la medida en que esta última tenga una acción propulsora teóricamente tan duradera como la propia sociedad.

A la tradición le compete asegurar la durabilidad, los rumbos y las características de esta fuerza propulsora.

Prosigue el esquema:

“Dijérase que las propias virtudes y la propia perfección tienden a hacerse hereditarias.

“Esa institución no puede ser egoísta; debe ser eminentemente social y preocupada por el bien de los demás.”

De los principios aquí enunciados con tanta claridad se deduce la justificación de uno de los aspectos hoy en día más incomprendidos de la aristocracia: la herencia.

No son pocos los que afirman parecerles justo que se otorgue un título nobiliario a quienes practiquen acciones arduas y que revelen destacadas cualidades personales, máxime cuando dichas acciones, además de servir de ejemplo para muchos, producen por sí mismas importantes beneficios para el bien común; pero, añaden, no se justifica que dichos títulos nobiliarios se transmitan a los descendientes de quien los ha recibido, pues muchas veces los grandes hombres tienen hijos medianos que no merecen los galardones recibidos por sus mayores.

En realidad, la aplicación de este raciocinio impide que se formen familias nobles y hace tabla rasa de su misión propulsora para el continuo perfeccionamiento del conjunto del cuerpo social, perfeccionamiento que es un elemento indispensable para la continua y arrebatadora andadura de una sociedad, de un país, rumbo a todas las formas de perfección deseadas por los individuos que aman a Dios, que es la propia Perfección.

En otros términos, es justo tomar en consideración y premiar a los grandes hombres, pero no lo es, ni corresponde a la realidad de los hechos, negar la misión de esas grandes estirpes como propulsoras de países en ascensión.

“La llamada aristocracia histórica está basada en la naturaleza humana y es muy conforme a la concepción cristiana de la vida, si encaja en las exigencias de ésta.

“No hay escuela comparable al hogar de una estirpe auténtica y cristianamente aristocrática.

“Cuando sabe cumplir con sus deberes, la sociedad debe respetarle aquellos medios que necesita para este supremo magisterio social.

“Palacios, cuadros, pergaminos, objetos de arte, obras maestras, viajes, bibliotecas, etc.

“Todos son elementos que pertenecen directa e inmediatamente a las grandes familias.

“Si bien el uso de esos bienes ha de encuadrar en la doctrina ascética y social de la Iglesia.

“Cuando se usan para formar ciudadanos selectísimos en beneficio de la comunidad, y en ese uso se observa el sentido cristiano genuino de la vida, se puede decir que son una especie de forma de propiedad pública y colectiva, puesto que toda la sociedad se beneficia de ellos.

“La aristocracia es tan conforme a la sociedad cristiana, que una sociedad no puede llamarse perfecta sino cuando se da en ella la institución de la aristocracia. La aristocracia sana es flor y nata de la civilización cristiana.”

En la literatura católica sobre la aristocracia este género de conceptos van escaseando cada vez más; sin embargo, dichos conceptos jamás han sido desmentidos por el Magisterio de la Iglesia, y no podían faltar en una obra como ésta, que afronta a la aristocracia especialmente dentro del contexto de la civilización cristiana, modeladora de todas las naciones de Occidente.

(En la próxima edición publicaremos el ítem 5. , Aristocracia en la familia)

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