Sendas de plata del ‘chorrito’ – Rincón de la Conversación

20/05/2017

 

 

 

Llegaba a “La Cortadera”, la añosa casona de piedra bola, con sus arcadas acogedoras y sus puertas rechinantes de madera de árbol (algarrobo). Sólo el Carbón y la Tigra salieron a recibirme con sus ladridos, capaces de helar la sangre de un forastero, contenidos  -con los amigos-  por sus movimientos de cola y saltos alegres.

El Florín de Oro, zaino colorado de cabeza fina e inteligente venía ya con ganas de llegar a las casas y comer gramilla, su manjar favorito, y esquivaba con cabezazos la efusividad del Carbón -demasiado jovial para su gusto-, que en su juego podía enzarzarse en el enriendado.

Los changos no habían vuelto y los dueños de casa por lo visto habían salido. La fiel Nicolasa estaría guardando la ropa o atendiendo el fuego antes de que el sol se sumiera en las crestas doradas del cerro, pues no apareció. Habíamos regresado por sendas distintas al tratar de sorprender los venados del Cº Coya que, sonriendo ante nuestro vano intento, permanecerían escondidos en algún pliegue del cerro…

El venado era presa codiciada por afamados cazadores del Viejo Continente que nos visitaban  con su humor, su cultura, su pipa y sus sombreros antes de que la psicosis animalista infestara las mentes de léida pedantería y reglamentos,  y  librara las cumbres a cuatreros “sin ley ni rey”, desprotegiendo a los tradicionales y sufridos ganaderos de altura.

Ya me estaba volviendo cuando pareció brillar una piedrita blanquecina, misteriosa, en el atardecer, vislumbrando, más que viendo, una guía plateada que la separaba del piso a la altura de una tinaja. Picado por la atracción de la piedrita colgante, sin saber qué mítica Semíramis la habría dejado allí, desmonté,  me acerqué, y era un chorrito, que aprovechando la tarde templada de otoño había salido a recorrer el mundo con su casita, minúsculo Knossos escapado de algún laberinto o leyenda egea.

“Me lo llevo”, pensé, y, sitôt dit, sitôt fait, como en el cantito del afortunado Basille,  lo despegué de la pared. Pareció alegrarse al contacto con la mano amiga, pues no ofreció resistencia,  quizás atraído por la posibilidad de andar a la deriva observando otros parques y jardines. Pronto estaba instalado en la faltriquera que llevo en la alforja, descansando en su fina salita de estar. Alumbrado por un cuarto creciente a todo brillo, luminosa tajada de jugoso melón que aparecía y desaparecía tras los álamos, llegué pronto a la casa grande.

Aflojé la sobrecincha y saqué los pellones que hacen insuperable la montura criolla para las largas cabalgatas, herencia de aquellos jinetes “de ambas sillas” –según rezan las probanzas- que supieron instalarse en los puntos más recónditos de nuestros valles y montañas, al estilo de los contemplativos Marqueses de Yavi. Pues ningún hombre o mujer del Siglo de Oro que no lo fuese dejaría sin más los encantos de Sevilla o Toledo por aquellas soledades pedregosas y grandiosas…

Desaté los guardamontes cuidando de no avivar los bríos del Florín, que para eso “es deáhi, –aún cansado; retiré la alforja donde venía el chorrito muy tranquilo y finalmente aflojé la cincha y saqué la montura con los peleros. Los estribos de tala, imitación basta de los artísticos y desaparecidos trompa de chancho,  resonaron como matraca, y  llevé al Florín al potrero, saludándose ya de lejos con los de su tropilla, invisibles en la densa arboleda pero siempre atentos (y prontos para disparar –en caso de peligro), que le daban la bienvenida con relinchos de contento y cortesía.

Puse al chorrito en los pasadizos tapizados de musgo y flor de oveja de una pequeña fortaleza natural de piedra, rústica ermita de la Virgen del Valle, guardé los aperos en el monturero y, luego de un vigorizante baño de agua fría como los que dicen que recomienda San Agustín, fui a unirme a la rueda de jinetes al abrigo del fuego.

Al día siguiente me di con la sorpresa de que el andariego chorrito había seguido su camino, dejándome de recuerdo su casa nacarada del tamaño de un caramelo de miel.

Pude observarla imitando a aquellos medievales de que habla con admiración de Bruyne -¿recuerdas…?-, que se extasiaban ante el árbol bello del Edén por ser deleitable a la vista, sabiendo que toda forma es bella en cuanto manifiesta cierta semejanza con la belleza divina.

Luego de un rato de observación en calma,  dejando aflorar las analogías y nostalgias del paraíso escondidas en nuestro mundo interior, alentado por la presencia suavísima de la Virgen del Valle,  tuve una primera impresión: que el chorrito transmite un imponderable de algo muy inocente, muy casto; su pureza le confiere superioridad innata, nobleza despretensiosa. Simple y franco,  es como es, artístico sin artificio, parecido a las mejores esculturas de mármol pero mejor tallado, como en marfil.

El conjunto de círculos en fuga de su “bonete” hace imaginar que guarda en su interior algo que se va requintando (quintaesenciando), subiendo en espiral como el incienso en honor del Creador, “al frente y a las alturas”, como el banderín guerrero de un guardia pontificio o de un Landsknecht del Sacro Imperio, en busca de un absoluto, de una tradición, de una leyenda dorada, de torres, de almenas que se recortan en el firmamento, como las de Avila de los Caballeros. Murallas que resguardaban los tesoros de la civilización cristiana, de la Ciudad de Dios, embebida por el ideal de excelencia del progreso dentro de la tradición.

Estimulador de arte más aún que de gastronomía, donde –según el Larousse gastronomique– el chorrito o caracol “aime patoiser” (le gusta expresarse en las lenguas regionales)-, los dibujantes lo retratan con delicadeza atraídos por sus curvas y  puntas aristocráticas, su aspecto de empuñadura de sable –del lado de la cavidad-, y su impresión de inasibilidad. Pues encierra una grandeza de formas simples pero genialmente inimitables en tanta pequeñez y fragilidad. Y cuando se pasa de la ilustración a mirar el natural, brota un clamor interior: ¡oh perfección! ¡No hay escultor ni dibujante que pueda alcanzar el primor del chorrito real!

Una de sus variedades es el caracol de las viñas, de nombre rico en imponderables. Pero en la fértil mente riojana poblada de villancicos es, simplemente, el chorrito. Quizás por aquella condición medio mítica, legendaria, de que en su andar va dejando una estela de plata.

A diferencia del rayado caracol de las viñas, el chorrito valliserrano tiene una sobriedad ática: de un solo color, claro como la luna de los salares, ocupa el lugar de un pequeño príncipe de los pesebres en la tierra de Todos los Santos (declarada recientemente Capital del Pesebre, como gentilmente nos informa una arquitecta tucumana con ancestros riojanos).

En el pesebre tradicional,  variado al infinito, es una pequeña joya de simplicidad y delicadeza digna de ser traída por pastores de inocencia patriarcal, como la de Abel,  a donde yace el Niño Rey, rodeado y adorado por María y José  -los mayores Nobles del Universo, como enseña el Fundador de los Sacramentinos,  San Pedro Julián Eymard (*).

                                              

El pequeño caracol de las vegas andinas, con su reflejo de inocencia y su fragilidad, con su espíritu de aventura, –buscando esa semejanza con la belleza divina-  hace pensar en el sublime coraje y fortaleza del débil. …Como el del pastor ungido Rey por Samuel, demasiado joven para alistarse en la milicia del pueblo elegido como sus hermanos, que se atrevió a hacerle frente al gigante Goliat, campeón de los filisteos que aterrorizaba a  los veteranos guerreros de Israel, al que le dijo, lleno de santa indignación: “has ofendido al Señor Dios de los ejércitos y por eso te entregará en mis manos y te cortaré la cabeza”. Y cuando el coloso, burlándose,  le preguntaba: “¿acaso soy un perro para que vengas contra mí con una honda?”, una piedra del bisoño David lo alcanzaba de un solo tiro en la frente, y caía desplomado para siempre, para alivio y sorpresa de Judá.

                                              

El centenario de la aparición de la Ssma. Virgen a los tres pastorcitos de Fátima, en una coyuntura histórica en que la Revolución igualitaria  mundial es el Goliat que oprime a la humanidad,  sobre todo a los que tienen Fe y alma para resistirle, renueva el anuncio profético del Triunfo de su Inmaculado Corazón(**). ¿No lleva a pensar que, llegada la hora de la Providencia, se verán escenas semejantes, animadas por las gracias de Aquella princesa de la Casa de David que es, para los enemigos de su Hijo,  “terrible como un ejército puesto en orden de batalla”,  a quien la Santa Iglesia canta, en su liturgia tradicional: “María se nos presenta refulgente, nacida de sangre real”?

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(*)  Cfr. Nobleza y élites tradicionales análogas, Documentos IV: Ser de estirpe noble es un precioso don de Dios,  § 7 “Dios Hijo quiso nacer de estirpe real para reunir en su persona todos los géneros de grandeza”,

(**) Ver en este boletín serie de artículos sobre el rol de la Ssma. Virgen en la lucha contra la Revolución anticristiana y el Reino de María profetizado por San Luis María Grignion de Montfort conforme Introducción a Revolución y Contrarrevolución del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira

 

 


 

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