Profesar la Fé, “el” regalo para El Niño Dios

20/12/2024

La proximidad de la Navidad nos exige una serie de actividades indispensables para la celebración familiar de esta magna fiesta. Entre otras, la celebración del banquete de la Nochebuena, con todas las exigencias que le son propias.

Entretanto, “algo”, ciertamente un deber religioso, nos pide una reflexión profunda acerca de la significación de esta fecha.
La generosidad infinita de Dios que nos dió Su propio Hijo para que, dando Su vida por nosotros en la Cruz nos redimiera, es una gracia infinita. Por ella, Dios nos entregó al Autor de la gracia.
Inclusive, siendo Jesús, en cuanto hombre, de estirpe real, quiso nacer en un humilde establo, para mostrarnos Su Caridad; y asimismo, la primacía de lo espiritual sobre lo material.
¿Cómo retribuir, de algún modo, tanto amor? En todo corazón brota la necesidad de demostrar la gratitud en esta oportuna ocasión.
Para responder esta pregunta se impone considerar la situación actual de la sociedad humana; y, de allí, extraer aquello que sería lo que más agrada a Dios en nuestros días.
Si hay característica que define nuestra época es el relativismo. El “mundo” (como enemigo del alma) de hoy, no admite la existencia de una verdad de valor universal.
“Toda verdad es relativa, en el sentido de que sólo es válida en relación con el sujeto que piensa, por tanto, el bien, la ética, la religión, etc., sólo valen para el sujeto, o a lo más para un grupo de sujetos…” (Cfr. Padre Alfredo Sáenz, “El hombre moderno”, Ed. Gladius, pág. 127; el sacerdote critica esta afirmación).
Para muchos contemporáneos, expresa Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio, “el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz” (nº91).
A nuestra época se la denomina “posmoderna” o, a veces, como la “la era de la post-verdad”.
Si la verdad es relativa, puede ser válida para una persona y no para otra. Al no tener valor universal, la sociedad se acostumbró a vivir en la contradicción. El principio de identidad y no contradicción pareciera ya no tener vigencia.


Santo Tomás explica: “lo que primordialmente cae bajo nuestra consideración es el ente, cuya percepción va incluida en lo que el hombre aprehende. Por eso el primer principio indemostrable es el siguiente: ‘no se puede afirmar y negar a la vez una misma cosa’; principio que está basado en las nociones de ser y no ser, y en el cual se fundan todos los demás principios, como dice el Filósofo” (Summa Teológica I-II, q. 94, a.2).
Y es, no sólo el principio supremo de la lógica, sino la ley primera y universal del orden del ser. Es la base del obrar recto.
Si prescindiéramos de este principio, la Santísima Trinidad y la Pachamama serían lo mismo; el varón y la mujer serían idénticos… Caeríamos en los mayores absurdos.
Puede advertirse entonces, la profunda repercusión que tiene el relativismo en religión y en moral.
Concluyo, entonces que lo que más agradaría al Niño que nació en el pesebre de Belén para redimirnos, sería esclarecer a nuestros hermanos en la Fe y a todos los hombres de buena voluntad acerca de este error.
Esa obra debería consistir en profesar públicamente, de manera ostensible, nuestra Fe católica.
Por ejemplo, rezar antes de cada comida, aún, y principalmente, cuando se trate de un restaurant o confitería pública, asistir a toda procesión o rosario que se organice en nuestra parroquia; mientras esperamos un turno en la sala de espera de un consultorio médico, saquemos nuestro rosario y recemos un misterio; cuando se toque, en una conversación, un tema que nuestro credo nos obligue a defender, hagámoslo, con prudencia, pero con toda firmeza.
Este emprendimiento apostólico tendría como efecto “quebrar” el ambiente “anestesiado” por tanta laxitud y relativismo; “avivaría” en el espíritu de nuestros hermanos en la fe el principio de identidad y coherencia.
“Nadie enciende una candela para ponerla en un lugar escondido, ni debajo de un celemín: sino sobre un candelero, para que los que entran vean la luz”, nos enseña Nuestro Señor (San Lucas, 11-33).
Con esto se tonificaría el principio de identidad y no contradicción en el espíritu público.
Alguien podría replicarme que esta actitud puede desagradar a algunos, y acarrearnos algún “desprestigio” mundano.
Respondo con la sabiduría popular del refrán: “Amor con amor se paga”

Por el Dr. Carlos Benítez Meabe

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