Encantos y santidad de Mme. Louise de Francia

20/12/2017

Delicadeza, coraje y santidad de vida – Vencedora “post mortem” de los revolucionarios

Venerable Teresa de San Agustín – Princesa y Carmelita – 23 de diciembre

Delicadeza y frescura de la Princesa Madame Louise. Con su hermana, la Beata Clotilde de Francia, fueron punto de referencia para una acción regeneradora en la Corte de Luis XV, su padre. Su delicadeza sorprendería al lector moderno: tirada por su caballo espantado ante las ruedas de un carruaje a todo vuelo, no permitió que la llevaran en él. Montó su caballo nervioso, lo dominó y de vuelta en el castillo fue a dar gracias a la Virgen por salvarle nuevamente la vida…

Mme. Louise como religiosa carmelita, “Angel tutelar” de Francia en los reinados de Luis XV y Luis XVI. Los revolucionarios -se sospecha- la envenenaron por su influencia sobre el Rey. Intentaron luego destruir sus restos con ácido. Pero no pudieron evitar sus evidentes milagros…

La Princesa Louise Marie de France, hija del Rey Luis XV y de la Reina Maria Leszczynska, Princesa de Polonia, nació en el Castillo de Versailles el 15 de julio de 1737. Fue educada en la Abadía de Fontévrault.

Siendo muy chica sufrió un accidente por el que casi perdió la vida. Impaciente porque su criada no vino a atenderla de inmediato subendo la escalera de su cama se cayó. Pese a ser tratada enseguida, la caída le produjo una deformidad física y la llevó a las proximidades de la muerte. Las religiosas del monasterio le hicieron un voto a la Virgen por la salud de la princesa y se curó milagrosamente. Nunca más se olvidó de aquello a lo que debía su vida y eso la marcó profundamente.

Desde la infancia se mostró inclinada a la vida de piedad, no cansándose nunca de la extensión del Oficio Divino. Un día lloró amargamente porque una dama que estaba a su servicio le habló de un príncipe extranjero que sería su marido. No obstante, estaba orgullosa de su posición. En cierta ocasión, considerándose ofendida por una de sus damas, le dijo: “¿No soy la hija de vuestro Rey?” “Y yo, Madame”, contestó la señora, “¿no soy la hija de vuestro Dios?” “Tenéis razón”, le contestó la princesa, tocada por la respuesta, “yo estaba equivocada y pido perdón”.

Extremadamente generosa con los pobres, les daba el dinero que recibía para sus gastos sin reservarse nada. La dama de compañía encargada de sus gastos se acostumbró a entregarle a los pobres lo que recibía para Louise Marie, sin siquiera consultarla.

Dotada de carácter vivo, le gustaban los ejercicios fuertes. Un día, cazando en Compiègne, su caballo se espantó lanzándola a una buena distancia. Ella casi fue a dar bajo las ruedas de un  carruaje que venía a la disparada. Salvada como por milagro, quisieron que regresara en la carroza. Riéndose de los temores generales le ordenó a su escudero que le trajera el caballo, montó, dominó el animal nervioso y continuó el paseo. De vuelta al castillo, le fue a agradecer a la Virgen lo que llamó de segunda salvación de su vida.

Madame Louise vivió hasta los 33 años en la Corte más fastuosa del mundo, embebiéndose de todo lo que había de bueno y dando allí ejemplo de virtud, sin dejarse contaminar por los aspectos mundanos y frívolos que, lamentablemente, venían penetrando en tales ambientes a partir del fin de la Edad Media. Su padre tenía concubinas,  y ella y su hermana Clotilde (ya beatificada) sirvieron de modelo para una reacción dentro de la Corte, que llevó atrás de sí los destinos de la moralidad de la Corte y, en consecuencia, los del propio Reino.

Deseando entrar al Convento, al asistir a una toma de hábito de una Condesa en el Carmelo, quiso entrar en la Orden. Comenzó a prepararse estudiando la regla de Santa Teresa, y absteniéndose poco a poco del confort que la rodeaba. Se apartaba de la calefacción del castillo durante períodos de frío horroroso. No soportaba el olor de las velas pero logró vencer esa repugnancia después de años de esfuerzos.

A la muerte de su madre, la piadosa Reina Maria Leszczynska, obtuvo el consentimiento del Rey, y el 20 de febrero de 1770 entró a las Carmelitas de Saint-Denis, considerado el más pobre de Francia y el de régimen más severo. Francia quedó admirada ante este ejemplo y el Papa Clemente XIV le escribió a la Princesa para expresarle la felicidad que sentía en ver su pontificado señalado por un acontecimiento tan consolador para la religión.

En el Convento luchó arduamente para que sus compañeras dejaran de distinguirla de las otras. Trabajó también para vencer su dificultad en mantenerse mucho tiempo de rodillas, habiendo conseguido esa gracia luego de una novena a San Luis Gonzaga. Recibió el  hábito el 10 de septiembre de 1770, revestida del manto de Santa Teresa que tenían las carmelitas de Paris,  tomando el nombre de Hermana Teresa de San Agustín.

Nombrada más tarde Maestra de Novicias se destacó sobremanera en ese trabajo tan difícil manifestando constante alegría en medio de las dificultades con las que se deparaba. Posteriormente fue elegida Superiora por  unanimidad. Cuando el Visitador General de las Carmelitas le dio la noticia al Rey, le comentó que había habido un solo voto contra la Hermana Teresa. “Entonces”, respondió Luis XV, “¿hubo un voto contra ella?” “Sí, Señor”, respondió el prelado, “pero fue el propio voto de ella”.

Como Superiora estaba llena de caridad para con sus hermanas y era extremadamente severa consigo misma, tratando de seguir con el máximo de fidelidad el espíritu de su regla. Se preocupaba también de conseguir de su padre y, más tarde, de Luis XVI, todos los beneficios posibles para la religión. A ella se debió que las Carmelitas de los Países Bajos Austríacos fueran acogidas en Francia, al ser expulsadas de su tierra por José II.

La Hermana Teresa contribuyó asimismo para la fundación de un Monasterio de observancia estricta para los Carmelitas descalzos, cuya regla se había relajado durante algún tiempo. Severamente interdicta de usar su influencia para todo aquello que se relacionara con asuntos mundanos, la empleó, sin embargo todo lo que pudo en la salvación de las almas.

Apartada de los problemas de Estado se interesaba profundamente por sus necesidades e intentaba resolverlos en la oración. Sus oraciones y penitencias por la conversión de su padre fueron atendidas: en 1774, el Rey Luis XV murió reconciliado con Dios y con la Iglesia, después de treinta años apartado de los Sacramentos. Rezaba por la conservación de la Fe en el Reino, la restauración de las costumbres, la salvación de los pueblos, la paz y la tranquilidad pública. Dejó dos obras espirituales póstumas: Meditaciones Eucarísticas y Recopilación de los testamentos espirituales, a sus hijas religiosas carmelitas.

Devotísima del Papa, se tornó defensora de los derechos de la Santa Sede frente los ataques de los galicanos y jansenistas, que ejercían gran influencia en la Corte. En esa lucha trató de ayudar a los Jesuitas, especialmente perseguidos.

Tenía por los franceses el mismo amor que su antepasado San Luis. Todo lo que interesaba a su patria interesaba a su piedad. Luis XVI la reverenciaba como el Angel tutelar de Francia. Indiscutiblemente, fue para apartar la influencia que ejercía sobre Luis XVI que los impíos decidieron exterminarla definitivamente. Es casi seguro que Marie Louise murió envenenada.

En noviembre de 1787, su mal de estómago se agravó violentamente con dolores agudos (dos años antes de la Revolución Francesa…). De allí en adelante, empeorando gradualmente, se preparó para morir. Su muerte fue magnífica por el coraje con el que la enfrentó. Sus últimas palabras fueron: “¡Al cielo empíreo! ¡A toda prisa! ¡Ya es tiempo!” Era el día 23 de diciembre de 1787, a las cuatro y media de la mañana.

En 1793, por orden de los revolucionarios, tiraron ácido sobre los restos de la venerable Princesa y creyeron haberlos destruido. Pero un gran número de milagros llevó a la introducción de su causa, siendo declarada Venerable por Pío IX el 1º de junio de 1873.

El decreto reconociendo las virtudes heroicas de la Venerable Madre Teresa de San Agustín fue publicado el 18 de diciembre de 1997. Basta tan sólo un milagro oficialmente reconocido y atribuido a ella para que la Iglesia la declare Beata. Madame Louise de Francia dejó por Dios las gradas del trono. Esperemos que, en retribución, El la haga un día gozar de la honra de nuestros altares.

Fuente: Daras, “La Vie des Saints”; www.catolicismo.com.br

 

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