Plinio Corrêa de Oliveira
Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana – Documentos V
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Editorial Femando III, el Santo
Lagasca, 127 – 1º dcha.
28006 — Madrid
Tel. y Fax: 562 67 45
Primera edición, julio de 1993.
Segunda edición, octubre de 1993
© Todos los derechos reservados.
NOTAS
● Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.
● La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I.
● El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, de octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión.
DOCUMENTOS V
Cortejo Papal en la Basílica de San Pedro
La doctrina de la Iglesia sobre las desigualdades sociales
Los textos pontificios aquí citados ponen en evidencia que, conforme enseña la Iglesia, la sociedad cristiana ha de estar constituida por clases proporcionadamente desiguales, que encuentran su propio bien, y el bien común, en una mutua y armoniosa colaboración. Sin embargo, dichas desigualdades no pueden de ningún modo vulnerar los derechos que corresponden al hombre en cuanto tal, pues la naturaleza humana, que es en todos la misma según el sapientísimo designio del Creador, ipso facto a todos hace iguales con respecto a ellas.
1. La desigualdad de derechos y de poder procede del propio Autor de la Naturaleza
León XIII, en la encíclica Quod apostolici muneris, del 28 de diciembre de 1878, enseña:
“Por más que los socialistas, abusando del propio Evangelio para inducir más fácilmente al mal a los incautos, se hayan habituado a desvirtuarlo según su parecer, existe, sin embargo, una divergencia tan grande entre su perversa teoría y la purísima doctrina de Jesucristo, que no la hay ni puede haberla mayor. Porque ¿qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? o ¿qué sociedad hay entre la luz y las tinieblas? (II Cor. VI, 14). Realmente, como hemos dicho ya, no cesan ellos de repetir que todos los hombres son iguales entre sí por naturaleza, y por eso pretenden que no se debe honra ni veneración a la autoridad, ni obediencia a las leyes, a no ser a las que ellos mismos sancionan a su gusto.
“Por el contrario, según las enseñanzas de los Evangelios, la igualdad entre los hombres está en que, al tener todos la misma naturaleza, están todos llamados a la misma dignidad excelsísima de hijos de Dios; bien como en que, por haber sido todos designados para el mismo y único fin, cada uno será juzgado según la misma ley, recibiendo según sus méritos el castigo o la recompensa. Esto no obstante, la desigualdad de derechos y de poder procede del propio Autor de la Naturaleza, de quien toda paternidad, en el Cielo y en la Tierra, toma su nombre (Ef. III, 15).” [1]
2. El Universo, la Iglesia y la sociedad civil reflejan el amor de Dios en una orgánica desigualdad
En la misma encíclica el Pontífice afirma:
“Quien creó y gobierna todas las cosas las ha dispuesto con su providente Sabiduría de tal forma que las más pequeñas por medio de las medianas y las medianas por medio de las mayores lleguen todas a su fin. Por consiguiente, así como quiso que en el propio Reino celestial los coros de los Ángeles fueran distintos y estuvieran sometidos los unos a los otros; así como en la Iglesia instituyó varios grados de órdenes y diversidad de ministerios, para que no todos fueran Apóstoles, ni todos Doctores, ni todos Pastores (I Cor. XII); así también constituyó en la sociedad civil muchas categorías diferentes en dignidad, derechos y poder, sin duda para que la sociedad civil, al igual que la Iglesia, fuese un solo cuerpo compuesto de muchos miembros, unos más nobles que otros pero todos recíprocamente necesarios y preocupados por el bien común”. [2]
3. Los socialistas presentan el derecho de propiedad como una pura invención humana que repugna a la igualdad natural entre los hombres
Un poco más adelante declara:
“La sabiduría católica, apoyada en los preceptos de la ley divina y de la ley natural, vela también con singular prudencia por la tranquilidad pública y doméstica mediante los principios que mantiene y enseña respecto al derecho de propiedad y a la distribución de los bienes adquiridos para las necesidades y utilidad de la vida. Los socialistas, en realidad, al presentar el derecho de propiedad como una pura invención humana que repugna a la igualdad natural entre los hombres, aspiran a la comunidad de bienes, y opinan que no puede soportarse con paciencia la pobreza, y que se puede violar impunemente las posesiones y los derechos de los ricos.
“La Iglesia, mucho más acertada y provechosamente, reconoce la desigualdad entre los hombres, naturalmente diferentes por las fuerzas del cuerpo y del espíritu, y también por sus posesiones, y ordena que el derecho de propiedad y de dominio, que proviene de la propio naturaleza, permanezca intacto e inviolable en manos de quien lo posee.” [3]
4. Nada repugna tanto a la razón como una igualdad absoluta entre los hombres
En la encíclica Humanum genus, del 20 de abril de 1884, afirma también León XIII:
“Que todos los hombres, sin excepción, son iguales entre sí, es cosa que nadie duda, si se considera que el origen y la naturaleza son comunes, que cada uno debe alcanzar el mismo fin último, y que de aquí emanan naturalmente los mismos derechos y obligaciones; pero, una vez que no pueden ser iguales las cualidades naturales de todos, y cada uno es diferente del otro —sea por las facultades espirituales, sea por la fuerza física—; y que son muchísimas las diferencias de costumbres, gustos, y maneras de ser; nada repugna, pues, tanto a la razón como pretender reducir todas estas cosas a una misma medida y trasponer esta igualdad tan absoluta a las instituciones de la vida civil.” [4]
5. La existencia de desigualdades es condición necesaria para que sea orgánica una sociedad
Prosigue León XIII:
“Del mismo modo que la perfecta constitución de un cuerpo resulta de la unión y adecuación entre sus diversos miembros —los cuales difieren en forma y funciones, pero vinculados y situados en su propio lugar constituyen un organismo bello, vigoroso y apto para cumplir su función—, así también se encuentran en la sociedad humana diferencias de proporciones casi infinitas. Si todos fueran iguales y cada uno hiciera su voluntad, no podría el Estado tener un aspecto más deforme; por el contrario, si a través de distintos grados de dignidad, dedicación y talento, todos contribuyen convenientemente al bien común, reflejarán la imagen de una sociedad bien constituida y de acuerdo con la naturaleza.” [5]
6. La desigualdad social redunda en provecho de todos
En la encíclica Rerum novarum, del 15 de mayo de 1891, León XIII vuelve al tema de las desigualdades sociales:
“Así pues, ha de quedar establecido en primer lugar que se debe respetar la condición humana, que en la sociedad civil no se puede igualar lo alto con lo bajo. Los socialistas desean, sin duda, lo contrario; pero todo esfuerzo contra la Naturaleza es vano. Es ella, en efecto, la que ha establecido entre los hombres tantas y tan grandes diferencias: no todos tienen igual inteligencia, ni habilidad, ni salud, ni fuerza; diferencias necesarias, de las que nace espontáneamente su situación desigual. Esto es claramente conveniente, no sólo en beneficio de los individuos, sino también y especialmente en beneficio de la sociedad, porque la vida social tiene necesidad de un organismo variado con facultades y funciones diversas, y los hombres son llevados a desempeñar estas funciones principalmente por las diferencias de condición.” [6]
7. Así como en el cuerpo se unen conveniente ente entre si los diversos miembros, así también deben integrarse las clases en la sociedad
Un poco más adelante el Pontífice declara:
“Lo que está en causa, de lo que hablamos, es del error capital de suponer que cada clase es enemiga natural de la otra, como si la naturaleza hubiese enfrentado a ricos y a pobres para que combatan entre sí en un pertinaz duelo. Esto es a tal punto incompatible con la razón y con la verdad, que, por el contrario, es necesario sentar como cierto el siguiente principio: así como en el cuerpo se unen convenientemente entre sí los diferentes miembros, de donde nace un todo de aspecto armonioso que podrá llamarse justamente proporción, del mismo modo dispone la naturaleza que ambas clases se unan armoniosamente entre sí en la sociedad, y que mantengan de perfecto acuerdo ele equilibrio. Cada una necesita absolutamente a la otra: no puede existir capital sin trabajo ni trabajo sin capital. La concordia engendra la belleza y el orden de las cosas; de la rivalidad perpetua es, en cambio, inevitable que nazca una salvaje ferocidad y confusión.” [7]
8. La Iglesia ama a todas las clases, y la armoniosa desigualdad entre ellas
En su alocución del 24 de enero de 1903 al Patriciado y a la Nobleza romana, afirma también León XIII:
“Los Romanos Pontífices siempre fueron solícitos, a la vez, tanto en tutelar y mejorar la suerte de los humildes, como en sostener y aumentar el decoro de las clases elevadas. Puesto que ellos son los continuadores de la misión de Jesucristo, no sólo en el orden religioso, sino también en el social. (…) Por eso la Iglesia, al predicar a los hombres la filiación universal del mismo Padre celestial, reconoce asimismo como providencial para la sociedad humana la distinción de las clases. Por esa razón inculca que sólo en el respeto recíproco de los derechos y deberes y en la caridad mutua está escondido el secreto del justo equilibrio, del bienestar honesto, de la verdadera paz y del florecimiento de los pueblos.
“Así pues, Nos, deplorando las actuales agitaciones que perturban la convivencia social, hemos vuelto también muchas veces Nuestra mirada hacia las clases más humildes, más pérfidamente asediadas por las sectas inicuas, y les hemos ofrecido los maternales cuidados de la Iglesia; y hemos declarado muchas veces que nunca será remedio para esos males la igualdad que subvierte el orden social, sino aquella fraternidad que, sin menoscabar en nada la dignidad propia de cada categoría, une los corazones de todos con un mismo vínculo de amor cristiano.” [8]
9. Debe haber en la sociedad reyes y súbditos, patronos y obreros, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos
En el motu propio Fin dalla prima, del 18 de diciembre de 1903, San Pío X resume la doctrina de León XIII sobre las desigualdades sociales:
“I. La sociedad humana, tal como Dios la ha establecido, está compuesta por elementos desiguales, como desiguales son los miembros del cuerpo humano; hacerlos todos iguales es imposible, pues supondría destruir la propia sociedad (Enc. Quod Apostolici muneris).
“II. La igualdad entre los diversos miembros de la sociedad consiste únicamente en que todos los hombres tienen su origen en Dios Creador, han sido redimidos por Jesucristo y deben ser juzgados y premiados o castigados por Dios según la medida exacta de sus méritos o deméritos (Enc. Quod Apostolici muneris).
“III. De aquí viene que esté de acuerdo con el orden establecido por Dios que haya en la sociedad humana reyes y súbditos, patronos y obreros, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos, los cuales, unidos todos por un vínculo de amor, se ayuden mutuamente a conseguir su último fin en el Cielo y, sobre la tierra, su bienestar material y moral (Enc. Quod Apostolici muneris).” [9]
10. Cierta democracia llega al grado de perversidad de atribuir al pueblo la soberanía de la sociedad y perseguir la supresión y la nivelación de las clases
De la carta apostólica Notre chargue apostolique, de San Pío X, del 25 de agosto de 1910:
“Le Sillon, llevado por un mal entendido amor a los débiles, ha incurrido en el error.
“En efecto, le Sillón se propone el restablecimiento y regeneración de las clases obreras. Ahora bien, los principios de doctrina católica sobre esta materia ya han sido fijados, y ahí está la historia de la civilización cristiana para atestiguar su bienhechora fecundidad. Nuestro Predecesor de feliz memoria, los recordó en magistrales páginas que los católicos ocupados en las cuestiones sociales deben estudiar y tener siempre ante sus ojos. Enseñó especialmente que la democracia cristiana debe ‘mantener la diversidad de clases propia, ciertamente, de la ciudad bien constituida, y querer para la sociedad humana la forma y carácter que Dios, su autor, ha impreso en ella’. Condenó ‘una democracia que llega al grado de perversidad de atribuir al pueblo la soberanía de la sociedad y perseguir la supresión y nivelación de las clases’.” [10]
11. Jesucristo no enseñó una igualdad quimérica ni la rebeldía contra la autoridad
Aún en la misma carta apostólica afirma San Pío X:
“Aunque Jesús fue bueno para con los extraviados y pecadores, no respetó sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los amó a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si llamó junto a sí, para consolarlos, a quienes padecen y sufren, no fue para predicarles la envidia de una igualdad quimérica; si enalteció a los humildes no fue para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia.” [11]
12. No por ser iguales en naturaleza han de ocupar los hombres igual situación en la sociedad
En la encíclica Ad beatissimi, del 1 de noviembre de 1914, Benedicto XV afirma:
‘‘Contra aquellos que han sido favorecidos por la fortuna o han alcanzado alguna abundancia de bienes con su trabajo, se levantan encendidos en malevolencia los proletarios y obreros, porque, aun cuando participan de la misma naturaleza, no se encuentran, sin embargo, en la misma condición. Evidentemente, una vez infatuados como están por las jaladas de los agitadores a cuya influencia suelen someterse totalmente, ¿quién los convencerá de que del hecho de que todos los hombres son iguales por naturaleza no se sigue que todos deban ocupar igual situación en la sociedad, sino que, a no ser que algo lo impida, cada uno tendrá la situación que haya alcanzado para sí mediante su comportamiento? Así, los pobres que luchan contra los ricos como si éstos se hubieran apoderado de bienes ajenos, no solo actúan contra la justicia y la caridad, sino también contra la razón, sobre todo considerando que, si quieren, pueden alcanzar para KÍ una fortuna mejor mediante su honesta competencia en el trabajo. No es necesario declarar cuáles y cuántas calamidades engendra esta odiosa rivalidad entre clases, no sólo para los individuos sino también para el conjunto de la sociedad.” [12]
13. El trato fraternal entre superiores e inferiores no debe hacer desaparecer la variedad de condiciones y la diversidad de las clases sociales
Continúa Benedicto XV:
“Ciertamente no tendrá fuerza ese amor para hacer desaparecer las diferencias de condición entre las diversas clases sociales, así como no es posible hacer que todos los miembros de un cuerpo viviente tengan la misma función y dignidad; sin embargo, conseguirá que quienes están en situación superior desciendan, en cierto modo, hasta los inferiores, y que se comporten con ellos no sólo con justicia, como conviene, sino también benigna, amable, pacientemente. Alégrense por su parte los inferiores de la prosperidad de aquellos y tengan confianza en su auxilio, así como el menor de los hijos de una familia descansa en la protección y amparo de mayor.” [13]
14. Se debe acatar la jerarquía social, para mayor provecho de los individuos y de la sociedad
Benedicto XV, en la carta Soliti Nos, del 11 de marzo de 1920, dirigida a Mons. Marelli, Obispo de Bérgamo, declara:
“Quienes son de inferior posición social y fortuna, entiendan perfectamente esto: que la variedad de categorías existentes en la sociedad civil proviene de la naturaleza y de la voluntad de Dios. En conclusión, debe repetirse: porque Él mismo hizo al pequeño y al grande (Sb. VI, 8), sin duda para mayor provecho de cada uno y de la comunidad. Que ellos mismos se persuadan de que, por más que mediante su esfuerzo y favorecidos por la fortuna hayan alcanzado situaciones mejores, siempre restará para ellos, como para todos los hombres, una parcela no pequeña de padecimientos; por lo cual, si son juiciosos, no aspirarán en vano a cosas más altas que las que puedan, y soportarán con paz y constancia los inevitables males, en la esperanza de los bienes eternos.” [14]
15. No se debe excitar la animosidad contra los ricos incitando a las masas a la subversión de la sociedad
En carta dirigida el 5 de junio de 1929 a Mons. Achille Liénart, obispo de Lille, la Sagrada Congregación del Concilio recuerda los siguientes principios de la Doctrina Social católica y directrices prácticas de orden moral emanadas de la suprema autoridad eclesiástica:
“‘Quienes se ufanan del título de cristianos, tomados aisladamente o agrupados en asociaciones, nunca deben, si tienen conciencia de sus deberes, mantener enemistades y rivalidades entre las clases sociales, sino la paz y la caridad mutua’ (Pío X, Singulari quadam).
“‘En cuanto a los escritores católicos, guárdense bien, al tomar la defensa de la causa de los obreros y de los pobres, de emplear un lenguaje que pueda inspirar al pueblo aversión hacia las clases superiores de la sociedad… Que recuerden que Jesucristo quiso unir a todos los hombres con el lazo de un amor recíproco, que es la perfección de la justicia, y que entraña la obligación de que trabajen unos y otros por su mutuo bien’ (Instrucción de la Sagrada Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, 27 de enero de 1902).
“‘Quienes presiden esta clase de instituciones (las que tienen por finalidad promover el bien de los obreros) deben recordar… que nada es más conveniente para asegurar el bien general que la concordia y la buena armonía entre todas las clases sociales, y que la caridad cristiana es el mejor lazo de unión entre todas ellas. Muy mal trabajarían, por tanto, para el bien del obrero quienes, pretendiendo mejorar sus condiciones de existencia, no le ayudaran sino a conquistar los bienes efímeros y frágiles de este mundo, descuidaran el preparar a los espíritus para la moderación mediante el recuerdo de los deberes cristianos, y, mucho más aún, si llegaran hasta excitar la animosidad contra los ricos, entregándose a esas declamaciones amargas y violentas, por medio de las cuales hombres extraños a nuestras creencias tienen la costumbre de lanzar las masas a la subversión de la sociedad’ (Benedicto XV, al obispo de Bérgamo, 11 de marzo de 1920).” [15]
16. Es legítima la desigualdad de derechos
Pío XI, en la encíclica Divini Redemptoris, de 19 de marzo de 1937, afirma:
“Debemos advertir aquí que yerran de modo vergonzoso quienes afirman que en la sociedad civil los derechos son iguales para cualquier ciudadano, y que no es legítimo que existan en la misma diversos grados de poder.” [16]
17. Tanto las semejanzas como las diferencias entre los hombres encuentran su adecuado lugar en el orden absoluto del ser
Del radiomensaje de Navidad de 1942, pronunciado por Pío XII:
“Si la vida social supone unidad interior, no excluye, sin embargo, las diferencias, que la realidad y la naturaleza favorecen. Pero cuando se apoyan firmemente en Dios, supremo Legislador de todo aquello que se refiere al hombre, tanto las semejanzas como las diferencias entre los hombres encuentran su adecuado lugar en el orden absoluto del ser, de los valores y, por consiguiente, también de la moralidad. Por el contrario, minado este fundamento, se abre entre los diversos campos de la cultura una peligrosa discontinuidad, aparece una incertidumbre e inseguridad de contornos, de límites y de valores.” [17]
18. La convivencia humana produce siempre y necesariamente toda una escala de graduaciones y diferencias
De la alocución de Pío XII a los trabajadores de la Fiat, el 31 de octubre de 1948:
“La Iglesia no promete aquella absoluta igualdad que otros proclaman, porque sabe que la convivencia humana produce siempre y necesariamente toda una escala de graduaciones y diferencias en las cualidades físicas e intelectuales, en las disposiciones y tendencias interiores, en las ocupaciones y responsabilidades; pero, al mismo tiempo, asegura la plena igualdad dentro de la dignidad humana, bien como en el corazón de Aquel que llama a Sí a todos los que están fatigados y agobiados.” [18]
19. Pretender la igualdad absoluta sería destruir el organismo social
Pío XII, en el discurso dirigido el 4 de junio de 1953 a un grupo de fieles de la parroquia de Marsciano, Perusa, Italia:
“Es necesario que os sintáis verdaderamente hermanos. No se trata de una simple alegoría: sois verdaderamente hijos de Dios, sed, pues, realmente hermanos entre vosotros.
“Ahora bien, los hermanos no nacen ni permanecen todos iguales: unos son fuertes, otros débiles; algunos inteligentes, otros incapaces; tal vez alguno sea anormal o llegue a volverse indigno.
Es, por tanto, inevitable una cierta desigualdad material, intelectual y moral dentro de una misma familia. (…)
“Pretender la igualdad absoluta entre todos sería como querer dar idéntica función a los diversos miembros del mismo organismo.” [19]
20. Quienes se atreven a negar la disparidad de clases sociales van en contra de las leyes de la propia naturaleza
Enseña Juan XXIII en la encíclica Ad Petri Cathedram, del 29 de junio de 1959:
“Es cada vez más necesario promover también entre las clases sociales esa armoniosa unidad que se busca entre pueblos y naciones. Si esto no se logra, pueden nacer de ahí —como ya estamos viendo— mutuos odios y discordias, de los cuales resultarán tumultos, perniciosas revoluciones, y a veces mortandades, así como un paulatino empobrecimiento de la economía pública y privada, llevada a una situación crítica. (…) Por consiguiente, quienes se atreven a negar la desigualdad de las clases sociales contradicen las leyes de la propia naturaleza, y quienes se oponen a esta amistosa e imprescindible unión y cooperación entre dichas clases pretenden, sin duda, perturbar y dividir la sociedad humana, con grave peligro y daño del bien público y del privado. (…) Ciertamente cada una de las clases y diversas categorías de ciudadanos puede defender sus propios derechos, con la condición de que esto no se haga con violencia sino legítimamente, sin invadir injustamente los derechos de los demás, tan inviolables como los propios. Todos son hermanos; por consiguiente todo ha de resolverse con amistoso trato y mutua caridad fraterna.” [20]
21. La peligrosa utopía de una sociedad sin clases
Juan Pablo II, en la homilía de una Misa para jóvenes estudiantes celebrada en Belo Horizonte (Brasil) el 1 de junio de 1980, declaró:
“Aprendí que un joven cristiano deja de ser joven, y hace mucho que ha dejado de ser cristiano, cuando se deja seducir por doctrinas e ideologías que predican el odio y la violencia. (…) Aprendí que un joven comienza a envejecer peligrosamente cuando se deja engañar por el principio fácil y cómodo de que ‘el fin justifica los medios’, cuando pasa a creer que la única esperanza para mejorar la sociedad está en promover la lucha y el odio entre los grupos sociales, en la utopía de una sociedad sin clases, que se revela muy pronto como creadora de otras nuevas.” [21]
22. Es necesaria la desigualdad entre las criaturas para que dé gloria a Dios la Creación
A los textos pontificios transcritos anteriormente parece conveniente añadirles algunos argumentos dados por Santo Tomás de Aquino para justificar la existencia de desigualdades entre las criaturas.
Afirma el Doctor Angélico en la Suma Teológica:
“Vemos, en efecto, que en las cosas naturales las especies aparecen gradualmente ordenadas: así, los cuerpos compuestos son más perfectos que los elementos, y las plantas más perfectas que los minerales, y los animales más perfectos que las plantas, y los hombres más perfectos que los otros animales: y en cada uno de estos géneros se encuentran unas especies más perfectas que las otras. Por tanto, así como la Divina Sabiduría es la causa de la distinción entre las cosas con miras a la perfección del Universo, así también lo es la desigualdad, porque no sería perfecto el Universo, si hubiese solamente un grado de bondad en las cosas.” [22]
De hecho no estaría en armonía con la perfección de Dios el crear un sólo ser, pues ningún ser creado, por excelente que se lo imagine, sería capaz de reflejar adecuadamente, por sí solo, las infinitas perfecciones de Dios.
Así pues, las criaturas han de ser necesariamente múltiples, y no sólo múltiples, sino también necesariamente desiguales. Esta es la doctrina del Santo Doctor:
“Es mejor muchos bienes finitos que uno solo, pues aquéllos tendrían lo que éste y aún más. Pero la bondad de toda criatura es finita, pues es deficiente con relación a la infinita bondad de Dios; luego, es más perfecto el Universo de las criaturas habiendo muchos grados de cosas que si hubiera uno solo. Ahora bien, al Sumo Bien Le compete hacer lo que es mejor; luego le convino hacer muchos grados de criaturas. Es más: la bondad de la especie supera la bondad del individuo, como lo formal a lo material. Por lo tanto, más añade a la bondad del Universo la multiplicidad de especies que los individuos de una misma especie. Por consiguiente, para que el Universo sea perfecto no sólo conviene que existan muchos individuos, sino también que existan diversas especies, y, por tanto, diversos grados en las cosas”. [23]
Las desigualdades no son, pues, defectos de la Creación, sino cualidades excelentes de la misma, en las cuales se refleja la infinita y adorable perfección de su Autor; y Dios se complace contemplándolas:
“La diversidad y desigualdad entre las cosas creadas no procede, pues, del acaso; ni de la diversidad de la materia; ni de la intervención de algunas causas o méritos, sino de la propia intención de Dios de querer dar a la criatura la perfección que le era posible tener.
“Por eso dice el Génesis (I.31): ‘Vio Dios que todo lo que había hecho era sobremanera bueno’.” [24]
23. La desaparición de las desigualdades es condición sine qua non para eliminar la religión
No quiso Dios que dichas desigualdades existieran solamente entre los seres de los reinos inferiores —mineral, vegetal y animal— sino también entre los hombres y, por tanto, entre los pueblos y naciones. Con esas desigualdades, que Dios creó armónicas entre sí y bienhechoras, tanto para cada categoría de seres como para cada ser en particular, quiso Dios proveer al hombre con abundantísimos medios para tener siempre presentes sus infinitas perfecciones. Las desigualdades entre los seres son, ipso facto, una sublime e inmensa escuela de anti ateísmo.
Así parece haberlo comprendido el escritor comunista francés Roger Garaudy (posteriormente “convertido” al islamismo), al destacar la importancia de la eliminación de las desigualdades sociales para conseguir la victoria del ateísmo en el mundo:
“Para un marxista, no es posible decir que la eliminación de las creencias religiosas es una condición sine qua non de edificación del comunismo. Karl Marx mostraba, por el contrario, que sólo la completa realización del comunismo, al convertir en transparentes las relaciones sociales, haría posible la desaparición de la concepción religiosa del mundo. Para un marxista es, pues, la edificación del comunismo la condición sine qua non para eliminar las raíces sociales de la religión, y no la eliminación de las creencias religiosas la condición para la construcción del comunismo.” [25]
Querer destruir el orden jerárquico del Universo es, pues, privar al hombre de recursos para poder ejercer libremente el más fundamental de sus derechos: el de conocer, amar y servir a Dios; es decir, es desear la mayor de las injusticias y la más cruel de las tiranías.
24. Por naturaleza todos los hombres son iguales en un sentido, pero en otro son desiguales
Del libro Reforma Agrária—Questão de Consciência, de D. Geraldo de Proença Sigaud, D. Antonio de Castro Mayer, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y el economista Luíz Mendonça de Freitas, se transcriben a continuación unos párrafos escritos y redactados por el autor de la presente obra:
“Iguales lo son [los hombres] por ser criaturas de Dios, dotadas de cuerpo y alma, y redimidas por Jesucristo. Así pues, por la dignidad común a todos, tienen igual derecho a todo aquello que es propio de la condición humana: vida, salud, trabajo, religión, familia, desarrollo intelectual, etc. Una organización económica y social justa y oró-tiana reposa, de este modo, sobre un rasgo fundamental de verdadera igualdad.
“Pero, además de esa igualdad esencial, hay entre los hombres desigualdades accidentales puestas por Dios: de virtud, de inteligencia, de salud, de capacidad de trabajo y muchas otras. Toda estructura económica y social orgánica y viva ha de estar en armonía con el orden natural de las cosas. Esta desigualdad natural debe reflejarse en ella, por lo tanto. Dicho reflejo consiste en que, siempre que todos tengan lo justo y condigno, quienes han sido bien dotados por la naturaleza puedan, mediante su trabajo honesto y su ahorro, adquirir más.
“La igualdad y la desigualdad se compensan y se completan así, desempeñando papeles diversos, pero armónicos, en la ordenación de una sociedad justa y cristiana.
“Esta regla constituye, por cierto, uno de los trazos más admirables del orden universal. Todas las criaturas de Dios tienen lo que les corresponde conforme su propia naturaleza, y en esto son tratadas por El según la misma norma; pero, además, el Señor da muchísimo a unas, mucho a otras, y a otras, en fin, tan solo lo adecuado. Esas desigualdades forman una inmensa jerarquía en la que cada grado es como una nota musical que compone una inmensa sinfonía que canta la gloria divina. Una sociedad y una economía totalmente igualitarias serían, por tanto, antinaturales.
“Vistas a esta luz, las desigualdades representan una condición para el buen orden general, y redundan, por tanto, en beneficio de todo el cuerpo social, es decir, tanto para los grandes como para los pequeños.
“Esta escala jerárquica está en los planes de la Providencia como medio para promover el progreso espiritual y material de la Humanidad a través del estímulo a los mejores y más capaces. El igualitarismo trae consigo la inercia, el estancamiento y, por tanto, la decadencia, pues todo lo que está vivo, si no progresa, se deteriora y muere.
“De esta forma se explica la parábola de los talentos (Mt. XXV, 14-30). A cada uno le da Dios en medida diversa y a cada uno le exige un rendimiento proporcionado.” [26]
NOTAS
[1] ASS. XI [1878] 372.
[2] Ibídem.
[3] Ídem, p. 374.
[4] ASS XVI [1888] 427.
[5] Ibídem.
[6] ASS XXIII [1890-91] 648.
[7] Ídem, pp. 648-649.
[8] Leonis XIII Pontificis Maximi Acta, Ex Typographia Vaticana, Romae, 1903, vol. XXII, p. 368.
[9] ASS XXXVI [1903-1904] 341.
[10] AAS II [1910] 611.
[11] Ídem, p. 629.
[12] AAS VI [1914] 571-572.
[13] Ídem, p. 572.
[14] AAS XII [1920] 111.
[15] AAS XXI [1929] 497-498.
[16] AAS XXIX [1937] 81.
[17] Discorsi e Radiomessaggi, vol. IV, p. 331.
[18] Discorsi e Radiomessaggi, vol. X, p. 266.
[19] Discorsi e Radiomessaggi, vol. XV, p. 195.
[20] AAS LI [1959] pp. 505-506.
[21] Insegnamenti, vol. III, 2. p. 8.
[22] Iq. 47, a. 2.
[23] Suma contra los gentiles, L. II, cap. 45.
[24] Ibídem.
[25] L’homme chrétien et l’homme marxiste, La Palatine, París—Génève. 1964, p. 64.
[26] Editora Vera Cruz, São Paulo, 1960, pp. 64-65.
Nobleza.org agradece al site pliniocorreadeoliveira.info la gentileza de publicar este valioso texto