Pipino, católico rey de los francos, Patricio de los Romanos, ungido por San Bonifacio, Apóstol de los Germanos, y por el Vicario de Cristo, cumplió fielmente su misión. Un precursor del Sacro Imperio que nacería formalmente con su hijo Carlmagno. La unión de objetivos entre el Poder espiritual y el temporal inauguraba una nueva era para la humanidad…
El espíritu cristiano empezaba a apoderarse del mundo y a organizarlo sobre la base de los principios eternos del Evangelio…
Moneda con la efigie de Astolfo, rey de los lombardos que intentó agrandar sus posesiones oprimiendo al Papado
Como suele ocurrir con los déspotas de todos los tiempos, Astolfo no quiso oír razones*. Se creía el supremo juez de sí mismo y de todos. El poder al servicio del bien del rey franco ungido por la Iglesia era la única fuerza humana capaz de hacerlo obedecer, de grado o por fuerza. ¿Cumpliría Pipino su misión de defensor del Papado, de auténtico Patricio de los Romanos? ¿O, como tantos reyes y duques germanos, alcanzados los honores y el poder olvidaría sus compromisos?
San Arnulfo de Metz, gran señor austrasiano y posteriormente gran Obispo, ilustre antepasado del linaje carolingio (ver primeras notas de esta serie). Es Patrono de los cerveceros.
Pipino se mostró a la altura de aquellos santos guerreros de la aristocracia austrasiana fundadores de su linaje*. E inició sin demora una tremenda ofensiva contra el contumaz lombardo.
Batido Astolfo en el valle de Susa, asediado y derrotado en su capital, Pavía, juró restituir los territorios invadidos.
Pipino, creyendo que el lombardo no se atrevería a faltar a su palabra, había vuelto a su reino. Pero Astolfo no sólo no había restituido las provincias usurpadas: poco después sitiaba Roma con tres cuerpos de ejército. Había esperado lo más crudo del invierno de 756, para tornar imposible una contraofensiva de los francos.
Ya llevaban dos meses los romanos resistiendo heroicamente. Entre tanto llegaba la primavera, cuando los francos se reunían en asamblea conforme a los usos germánicos y de la monarquía orgánica medieval que despuntaba.
Fue una sorpresa ver llegar una legación pontificia compuesta por el Obispo de Ostia y dos nobles romanos que habían logrado atravesar el cerco lombardo.
Los legados pontificios eran portadores de tres cartas. La primera, dirigida al rey Pipino por el Sumo Pontífice; la segunda, enviada por el pueblo romano a la nación franca; la tercera, dirigida al rey y a la nación, en nombre de San Pedro…
El Papa Esteban II arriesgó su vida para defender el legado de San Pedro y convocó a Pipino el Breve a la lucha contra los usurpadores lombardos
Al oír la asamblea el grito de angustia de los romanos oprimidos y el llamamiento, que era como la voz del propio San Pedro, prometiendo a sus defensores protegerlos como si se encontrara viviente en sus filas, la indignación y el entusiasmo guerrero de los francos fue inmenso. Pasando por alto las recientes penurias y batallas se dispusieron a cruzar nuevamente los Alpes en defensa de la Iglesia.
Llegados al reino lombardo –parafraseando a Bernal Díaz del Castillo- hicieron probar el buen cortar de sus espadas a los enemigos del Papado, que debieron pagar caro sus devastaciones e ignominias, debiendo levantar el sitio de Roma y sufrir el bloqueo de Pavía.
Astolfo logró a duras penas que Pipino aceptara la paz, entregándole en reparación la tercera parte del tesoro real y comprometiéndose a un pago anual de 1.200 sueldos de oro.
Ejerciendo la virtud de la vigilancia, Pipino acantonó tropas francas en lugares clave del territorio enemigo, al mando de sus mejores jefes.
Ausentes del campo de batalla, con increíble audacia se presentaron los bizantinos encabezados nuevamente por nuestro conocido Juan el Silenciario*. Pretendían que Pipino les entregara sin más el exarcado de Ravena que habían perdido por su culpable inacción ante los llamados del Papa.
El rey franco les respondió: “No me he armado sino por amor a San Pedro y remisión de mis pecados”. Y a continuación hizo redactar la célebre donación por la que transfería al Pontífice romano, representante del venerado Príncipe de los Apóstoles, la mayor parte de las tierras conquistadas -ahora suyas por derecho de conquista en guerra justa.
El gran Papa San Zacarías apoyó decisivamente a Pipino a entronizar la dinastía carolingia, abriendo paso al florecimiento de los nuevos tiempos que se insinuaban
Restituyó al Estado de San Pedro -consigna el Liber Pontificalis– casi todas las ciudades conquistadas a los lombardos: el exarcado de Ravena, la Pentápolis -Rímini, Ancona, Pésaro y otras-, la región situada entre el Apenino y el Mar; era el Ducado de Roma y los países del Estado de San Pedro invadidos por su adversario derrotado.
El Silenciario debió regresar al Bósforo con las manos vacías.
Quedaba creado un nuevo Estado para el derecho internacional de Europa, ‘el Estado de la Iglesia’, ‘Sanctae Ecclesiae Respublica’ (Mourret).
Pipino había actuado como verdadero Patricio de los romanos *, adquiriendo gran ascendiente en Italia con sus brillantes victorias.
En las luchas sucesorias en el reino lombardo que siguieron a la muerte de Astolfo, el Sumo Pontífice y el rey de los francos consideraron justo apoyar las pretensiones dinásticas de Didier. Este mostró su agradecimiento devolviendo países que había conquistado Luitprand, antecesor de Astolfo, a expensas del Papado.
La “corona de hierro” del reino lombardo recibió el amparo del Papado y el reino franco al ser heredada por Didier