Nobleza y élites tradicionales análogas en América Española: origen, desarrollo, situación presente
Parte II – Siglos XVII y XVIII: renovación y gradual definición de caracteres
B – Trayectoria de la élite rural y urbana en Hispanoamérica: configuración de una “aristocracia de tono menor” (ítems 10 y 11) – Nota 10ª
La tendencia asimilativa de la nobleza criolla – La “mentalidad señorial”
10. Importancia de la nobleza de cargo americana
Los patricios criollos ejercieron también funciones ennoblecedoras en el gobierno y la judicatura. Dos de ellos alcanzaron la dignidad suprema de Virrey.
Los altos oficios de la administración virreinal, dice el Marqués de Siete Iglesias, “eran desempeñados bien por nobles, bien por letrados. Estos, por el mero hecho de ser doctores o licenciados, gozaban a lo menos de nobleza personal”; también la gozaban los mandos del Ejército (apud Lira Montt, p. 94, n. 2). Hubo cargos cuyos titulares transmitieron tal nobleza personal a sus herederos.
La nobleza criolla, eminentemente urbana, no se desvinculó del campo. La hacienda aseguraba el patrimonio y el sustento familiar; y fue base material de “la llamada mentalidad señorial”, impregnada de resabios feudales, que aquellas élites tanto cultivaron (ibid., n. 5).
11. Una nobleza polifacética y armonizadora de contrastes
Ciertos autores notan la tendencia asimilativa de la nobleza criolla, que se manifiesta en la incorporación de las sangres aborigen y africana. Su mismo modo de ser, vivir y presentarse revela carácter asimilante y polifacético. Sus residencias son de estilo español, pero comprenden una manifiesta pluralidad de estilos, que indica inciertos tanteos de una civilización nueva en busca de expresiones artístico-culturales propias, y el gusto de armonizar estilos contrastantes. Como el palacio del Marqués del Jaral de Berrío, donde hay reminiscencias platerescas, góticas, romanas, mudéjares, y aún clásicas.
Entre los inventarios de cabildantes mejicanos del siglo XVII encontramos opulencia doméstica en las galas personales y de sus caballerizas. Lienzos de Flandes, alfombras de la India, escritorios de Alemania, biombos chinos y japoneses, tapicerías de Bruselas, damascos de Castilla, estribos de plata, carrozas de guardamecíes, etc., que servían de ornato y les daban reputación (cf de la Peña, p. 95, n. 3).
En la élite peruana encontramos la misma tendencia universalizante a fines del siglo XVIII; aparecen muebles de madreperla guarnecidos con plata sobredorada, colgaduras de terciopelo bordado en oro de Francia, láminas de la vida de Cristo, de Rubens (Condes de Montemar y Monteblanco). Otras casas palaciegas poseen lienzos del Ticiano, Murillo y Zurbarán, retratos de Luis XIV por Largillière , etc.