Nobleza y élites en América Española – Trayectoria de la élite rural y urbana: una “aristocracia de tono menor” – Esplendor virreinal – Lo inacabado y lo exagerado – El crepúsculo – 11ª nota

09/05/2014

D Antonio de Mendoza Virrey de MxEl Virrey de Méjico, Don Antonio de Mendoza – Refleja el esplendor y la categoría de los tiempos de la Casa de Austria

Nobleza y élites tradicionales análogas en América Española: origen, desarrollo, situación presente
Parte II – Siglos XVII y XVIII: renovación y gradual definición de caracteres
B – Trayectoria de la élite rural y urbana en Hispanoamérica: configuración de una “aristocracia de tono menor” (ítems 12 a 14) – Nota 11ª


Esplendor virreinal – Entre lo inacabado y lo exagerado – El crepúsculo de la nobleza americana

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12. Esplendor y magnificencia de las cortes virreinales
En torno a los virreyes se crea una brillante vida cortesana que tiene como modelo a la de la Metrópoli.
A los virreyes se les tributan los máximos honores. Su llegada era rodeada de gran pompa. Algunos disponían para su protección y escolta de guardias de corps, las Compañías de Gentileshombres Lanzas y Arcabuces. “Era necesario mantener una suntuosa corte principesca. Ya al partir de España, solían formar parte del séquito del virrey setenta sirvientes y veinte esclavos negros, así como veinticuatro dueñas y doncellas para el servicio de su esposa” (p. 96, n. 3).
La magnificencia del Perú en recibir a sus virreyes fue proverbial.(…) “para el recibimiento en Lima (1682) del Virrey Duque de la Plata, “la aristocracia criolla empedró con barras de plata las dos principales calles por donde había de pasar el cortejo virreinal” (Atienza y Navajas, id., n. 4).
Lima era una ciudad fastuosa. A fines del siglo XVII, había cuatro mil carruajes, uno por cada familia española.
Las cortes virreinales fueron un factor de elevación del tono general de la vida. Bello ejemplo daba el Virrey del Perú, Marqués de Cañete, recibiendo en su casa a los hijos de los conquistadores para enseñarles –junto con la marquesa- buena educación y buenos ejemplos: “Los vecinos que tenían hijos diéronselos para que le sirviesen, a los cuales en su casa les enseñaban toda buena crianza y policia (civilidad), y les daba estudio dentro de palacio…” (cf. fray Reginaldo de Lizárraga: “Descripción del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”, Academia Nac. de la Historia, Bs. As., 1999, p. 258).

Virreyes del Río de la Plata, en tiempos del crepúsculo del período borbónico: Juan José de Vértiz y Salcedo (arriba, izq.), Baltasar Hidalgo de Cisneros (arriba, der.), Francisco Javier de Elío (abajo)

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13. “Tono menor”: entre lo inacabado y lo exagerado
¿Por qué dicha élite era considerada de “tono menor” en relación a la peninsular? Porque, señala Lohmann Villena, ni la alta nobleza española echó raíces en suelo americano, ni hubo linajes locales que llegasen a formar parte de ella.
No obstante su genuino carácter nobiliario, el tono de esa nobleza fue en general provinciano y rústico. En el Tucumán, a fines del siglo XVIII, la clase dirigente “está… constituida por los propietarios rurales acomodados, nobles encomenderos descendientes de los hombres de la Conquista. … suelen caracterizarse por un recatado pero arraigado orgullo de su linaje y por un tono natural de señorío, originado en la costumbre del mando y que aun en la pobreza conservan. Sus casonas sin lujo pero dignas, suelen carecer de cortinas y vidrios; pero tienen, traída a gran costo, un arpa, o acaso un piano. Siempre, una o dos guitarras; y abundante platería. Libros, los pocos de cualquier casa hidalga de la península, predominando los de romance y devoción” (E. Palacio, p. 97, n. 1).
El tono de Buenos Aires no difiere del de las antiguas ciudades del interior y hasta es inferior en varios aspectos: “la frecuentación del mundo oficial y la conciencia de ser los mejores de la aldea les proporcionará una alta idea de sí mismos y el empaque que sólo ostentan las aristocracias de aluvión” (ibid.). Hay , pues , en la configuración de esas élites algo de inacabado que, instintivamente, se buscaba compensar exagerando lo accidental, como lo muestra el arrogante “empaque”de aquellos porteños.
Fue proverbial la ostentosa fatuidad de ciertos peruanos, que llevó a que se acuñase en España el mote de perulero como despectivo sinónimo de presuntuoso. El franciscano fray Salinas relata en tono mordaz que”en llegando a…Lima, todos se visten de seda, descienden de Don Pelayo y de los godos y archigodos, van a Palacio, pretenden rentas y oficios, y en las Iglesias se afirman en dos columnas abiertas, como el Coloso de Rodas, y mandan dezir Missa por el alma del buen Cid” (Lohmann Villena, p. 97, n. 3).
En Méjico se estilaba un lenguaje que de tan rebuscado llegó a ser ininteligible, cursilería que era tenida por refinamiento.
Cuando en el Perú los mercaderes y mineros desplazan del primer rango social a los beneméritos de Indias, “la respuesta de éstos es la exageración de su orgullo; piensan que la holganza es propia de los caballeros, y se dedican a la práctica del ocio, a la fatua ostentación, a la aparatosa cortesía…“ (Roel, p. 100, n. 3). Esta mezcla de inercia y fatuidad indica un distanciamiento de sectores de la nobleza en relación a su fin propio, el servicio al bien público; y es agravada por los elementos de inorganicidad que el centralismo burocrático había ido introduciendo en la estructura de aquella sociedad.

14. Venalización, descaracterización y crepúsculo de la nobleza americana
En los siglos XVII y XVIII, sobre todo en el período borbónico se da un substancial aumento de los títulos de nobleza otorgados a linajes americanos, falsa solución a problemas financieros –tan frecuente en el curso secular de la Revolución. En vez de reducir el hipertrofiado aparato burocrático-militar absolutista, se buscó aliviar la carga financiera introduciendo ese nuevo elemento de perturbación del orden social, con perjuicio para las élites genuinas.
La nobleza española y de Indias comienza a sufrir una evidente descaracterización: “las dignidades nobiliarias… desde ese momento, ya no pueden inmortalizar los especiales servicios para los que fueron creadas”, dice Atienza (p. 102, n. 5).
Fue ocasión para abusos que indispusieron hacia la Corona a numerosos elementos de la élite criolla tradicional.
Tal vez el efecto más pernicioso de esa venalización se da a nivel municipal, con la venta de puestos concejiles, que ocasiona dos situaciones anómalas: en algunas ciudades, los cabildos caen en manos de grupos de intereses económicos; en otras, de importancia más política, disminuyen los concejales, porque la aristocracia local considera dispendiosa e inútil la compra de los cargos.
A fines del siglo XVIII, en muchos lugares las clases patricias han perdido el interés por la función de cabildante, decayendo los respectivos concejos. Ilustra hasta dónde puede decaer un cuerpo social intermedio cuando el intervencionismo centralizador –con corona o sin ella- lo despoja de su organicidad.
Una política que redundaba en desvirtuar y coartar el desarrollo orgánico de la nobleza y élites congéneres sólo podía erosionar progresivamente la lealtad de esas clases hacia la Corona.
Hacia el fin del período hispano la nobleza de tono menor americana se halla en una relativa inercia: la élite rural refluye hacia sus intereses privados, aunque conservando con mucha independencia el gobierno de pequeños municipios; la aristocracia urbana ejerce cargos administrativos y militares subalternos y actividades privadas, distanciada en parte de la vida política, cuando no en sorda efervescencia contra el dirigismo de la metrópoli. Una y otra mantienen su alto prestigio e influencia. La vida en sociedad se refina bajo el blando gobierno de despreocupados virreyes, más abocados –“con la senil y moribunda ternura de todos los crepúsculos sociales” (Riva-Agüero y Osma)- a un diletantismo cultural y filantrópico, que a prevenir las convulsiones que se avecinan. Así las encuentra el asolador vendaval de la emancipación americana (cf. Palacio y otros, id., n. 2).

 

 

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