Los fuegos de San Juan: el pulchrum del fuego en el desierto – Rincón de la Conversación

15/07/2017

  

 

Placer inocente y que eleva el alma es contemplar la belleza de lo creado. Aún los pueblos gentiles tenían sentido de lo bello y la trascendencia: los caldeos veían en los toros rosillos un espejo del firmamento estrellado, y en las tumbas reales de Ur se encuentran puñales taraceados con metales preciosos de una categoría que busca  un “plus ultra”, una elevación del hombre que supere lo prosaico y común y honre valores superiores con ricas expresiones artísticas -sin perjuicio de los desvíos, nada pequeños, de las culturas paganas en general.

Otro tanto podemos decir del Tutankamón que deslumbró a los arqueólogos ingleses, Lord Carnarvon y Carter,  todo radiante de oro y lapislázuli. Los tuaregs, esos nobles caballeros del desierto, se engalanan con índigo, tomando prestado de las aguas profundas del mar su azul penetrante, y llevan esas alforjas como escritas en finos bordados que enaltecen su fantasía y sentido de lo maravilloso. Es imponente la carga de caballería Tuareg con sus largas lanzas a todo lo que dan sus ágiles dromedarios.

Generaciones de ancestros de los Reyes Magos subían a sus altos observatorios en el Mons Victorialis, el Monte de las Victorias, a escudriñar el cielo en pos de la ansiada estrella de Belén, esplendorosa oriflama del Rey de Reyes! Oh alegría escalar esbeltas torres y lugares elevados, a interrogar el cielo o la profundidad del mar en busca de lo noble y excelente…, en busca de la aurora marial de Dios en medio de la oscuridad amenazadora. Por eso invocamos a la Virgen como Rutilans aurora…

Son los horizontes trazados por el Eterno Rey para el hombre, hecho a su imagen y en busca de la semejanza que debe lograr, siendo fiel a sus innatas nostalgias del paraíso y anhelos de ese Cielo empíreo del que tan poco se habla y que Dios nos convoca a conquistar: “El cielo padece violencia, y sólo los violentos ⌈los animosos, los varones de deseos⌋ lo conquistan”.

Es la escuela del pulchrum, uno de los trascendentales del Ser, junto al bonum y al verum. Escuela tan amada por los medievales, entre los que brilla el Doctor Seráfico San Buenaventura, cuya fiesta, llena de sedas encarnadas de los promesantes en honor de sus honras cardenalicias, se celebra en este 14 de julio en que escribimos estas notas; quien enseñaba que de los tres es el pulchrum el más dinámico, el que con más pujanza -como el vuelo de un halcón- nos lleva a conquistar la Jerusalén celeste, “el único fin de nuestros trabajos” como enseña Santa Teresita, Doctora de la Iglesia: “marchons en paix en regardant le Ciel, l’unique but de nos travaux”.

El pueblo iberoamericano es profundamente mariano;  en él viven las raíces hispano-portuguesas penetradas de amor a la Inmaculada Concepción, su Patrona de hábito azul y blanco, que nos legaron nuestros mayores. Y, como dice Roberto de Mattei en su “Apología de la Tradición”, es en el pueblo católico donde vive con más vigor el sensus fidei , antídoto de las falsas innovaciones y herejías, ese sentido de la Fe percibido inclusive -en el terreno estético y decorativo-  por aquel conocido Joaozinho Trinta, promotor del carnaval, que dice: “al intelectual le gusta la pobreza; al pueblo lo que le gusta es el lujo”.

Descartando lo censurable que hay en los excesos, lo que este hombre conocedor de la psicología popular observó es la connaturalidad del pueblo con lo atractivo, lo brillante, lo colorido, infaltable en las devociones populares. En cambio el intelectual fallido, semejante a esos falsos sabios del Evangelio, ama la negrura, la falta de esplendor, el miserabilismo teología de la ‘liberación’, o polvoriento de ‘Madre Tierra’, a lo Boff…

Y así queremos admirar en esta conversación contigo,  apreciado lector, el misterioso encanto de algunas escenas que Dios, Autor de la naturaleza -y no la triste ‘Madre Tierra’ subterránea e inerte, nos prodiga para nuestra formación.

Estamos contemplando una escena muy reciente de una tradición católica que data de los primeros siglos del Cristianismo. En medio de la más cerrada oscuridad, una llamarada de claridad la corta en dos como una cascada de plata, con fuerza invencible.

De pronto la hoguera asume un instante la forma de un personaje mitrado y sagrado, que avanza resplandeciente, como un torrente de luz. ¿A dónde va? Parece envuelto en una nube de incienso conduciendo al pueblo fiel a adorar el Santísimo en un Corpus Christi de luz.

Va escoltado por una guardia de populares alféreces con sus estandartes, bordados con imágenes que representan a un mensajero celeste que le pregunta a una Virgen, de parte de su Señor, si acepta ser la Madre virginal del inmaculado Cordero de Dios que enviará a rescatar a una humanidad “sentada a la sombra de la muerte”. Las restantes imágenes muestran el abrazo íntimo y respetuoso entre dos princesas de la Casa de David, dos primas que son como hermanas, una de las cuales exclama que, al escuchar la voz virginal de la más joven -que es la Obra maestra de la Creación-, el niño que lleva en su seno dio saltos de alegría y será llamado “Profeta del Altísimo”.

En el recogimiento de la noche oscura y fría, los devotos de San Juan, con la admiración pintada en sus rostros, están tomados de sereno maravillamiento. ¡Viva San Juan! se oye gritar en la soledad del cerro. ¡Viva la Virgen! ¡Viva la Santa Iglesia Católica!

¿Cuál es el origen de esta tradición y quien es su autor? El culto autor de “Mis Montañas” y de “Los fuegos de San Juan”, lo desconocía; por tanto, nada hay de sorprendente en que nosotros podamos desconocerlo. No obstante, “buscad y hallaréis”, nos dice el Divino Maestro. Y es El quien dijo de su pariente y precursor, humilde y viril (el que, al bautizarlo en el Jordán tuvo la gracia de oír la voz majestuosa de Dios diciendo: “Este es mi hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”)…: que ningún hombre nacido de mujer lo sobrepasaría en santidad. Y, luego de su martirio por rechazar de plano el adulterio de Herodes: “Juan era una antorcha que ardía y brillaba”.

Ardía de enlevo* como una hoguera interior; brillaba por la irradiación de su luz.

Viendo arder los fuegos de San Juan, en el contraste entre la fría noche y el calor de la fogata, entre la luz rutilante y la oscuridad impenetrable, la sabiduría popular encontró un medio -inspirado de lo Alto- para sentir al vivo los imponderables del espíritu de San Juan Bautista. …Muy afín a la figura del Profeta Elías, como refieren las Sdas. Escrituras,  cuya fiesta se celebra el 20 de julio, que fuera arrebatado en un carro de fuego y conservado vivo en el Monte de los Profetas hasta los días de sus épicas luchas contra el Anticristo.

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(*) enlevo: movimimiento de  alma de admiración llena de amor, veneración y ternura movido por la Gracia sobrenatural del Espíritu Santo 

 

 

 

 

 

 

 

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