La Nobleza en una sociedad cristiana – Perennidad de su misión y prestigio en el mundo contemporáneo – Las enseñanzas de Pío XII – Cap. IV – Visión de conjunto (10)

23/01/2015

La Nobleza en una sociedad cristiana
Perennidad de su misión y de su prestigio en el mundo contemporáneo
Las enseñanzas de Pío XII

010 Visión de conjunto rojo

Cap. IV – VISION de CONJUNTO

Continuamos brindando a nuestros lectores una visión de conjunto, necesariamente resumida y limitada, de esta obra esencial para entender la misión de las élites auténticas en la crisis contemporánea, recomendando vivamente la lectura del original, que se encuentra a disposición de quien desee adquirirla ( ⇐ ver “TOME CONTACTO CON NOSOTROS”). Asimismo podrán consultar el original  completo entrando al sitio Plinio Corrêa de Oliveira.info. Agradecemos a los directores del sitio tan importante posibilidad:

http://www.pliniocorreadeoliveira.info/LN_Espanha/Volume%20I/LN_ES_Cap_00_0_Indice.htm


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1. Clero, Nobleza y Pueblo
En la Edad Media, la sociedad estaba constituida por esas tres clases sociales, dotadas de especiales obligaciones, privilegios y honores. Participaban en su gobierno no sólo el Rey sino también el Clero, la Nobleza y el Pueblo, cada uno a su manera y en distinta medida.
La Iglesia y el Estado constituyen sociedades perfectas, distintas y soberanas en su propio campo: el espiritual y el temporal respectivamente. Esto no impide que pueda tener el Clero participación en la función gobernativa del Estado.
Al Clero le compete enseñar, gobernar y santificar en la Iglesia de Dios, mientras que a los simples fieles les cabe ser enseñados gobernados y santificados. Es el orden jerárquico de la Iglesia.
Numerosos documentos del Magisterio establecen esta distinción entre Iglesia docente y discente, como enseña San Pío X en la Enc. Vehementer Nos: “la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, cuya autoridad es administrada por pastores y doctores (…) sociedad de hombres en la cual algunos mandan a otros con plena y perfecta potestad para dirigir, enseñar, juzgar”. (1)

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El Concilio Vaticano II reafirmó la distinción —hecha en innumerables documentos del Magisterio eclesiástico— entre Iglesia docente e Iglesia discente, resaltando la misión que cabe a la Jerarquía Eclesiástica “de enseñar, de santificar y de regir” (cfr. Christus Dominus, 11).

Esta distinción entre jerarcas y fieles, gobernantes y gobernados, es también afirmada en documentos del Concilio Vaticano II:
“Los seglares, del mismo modo que, por determinación divina, tienen por hermano a Cristo, (…) tienen por hermanos a aquellos que, colocados en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y gobernando con la autoridad de Cristo, apacientan a la familia de Dios, para que todos cumplan el nuevo mandamiento de la caridad” (Lumen Gentium, § 32).
“(…) procuren los seglares, así como los demás fieles, abrazar con prontitud y cristiana obediencia todo lo que los sagrados pastores, representantes de Cristo, establecen en la Iglesia como maestros y gobernantes” (Lumen Gentium, § 37).
“Cada uno de los Obispos, a quienes bajo la autoridad del Sumo Pontífice les está confiada la dirección de cada iglesia particular (…) apacienta sus ovejas en nombre de Dios, ejerciendo…sus funciones de enseñar, santificar y regir.” (Christus Dominus, § II). (2)
Cabe al Clero la misión excelsa y específicamente religiosa de proveer la salvación y santificación de las almas. Esta produce efectos sumamente beneficiosos, pues supone imbuirlas de la moral cristiana y guiarlas en la observancia de la Ley de Dios; un pueblo receptivo a esa influencia se encuentra idealmente dispuesto para ordenar sus actividades temporales de modo tal que lleguen a un alto grado de acierto, eficacia y florecimiento.
Es célebre la imagen trazada por San Agustín de una sociedad en la que todos sus miembros fuesen buenos católicos. Imaginemos, dice, “un ejército con soldados tales como los forma la doctrina de Cristo; Gobernadores, maridos, esposos, padres, hijos, señores, siervos, reyes, jueces, contribuyentes y recaudadores de impuestos como los quiere la doctrina cristiana, y atrévanse [los paganos] a decir que ésta es enemiga de la república. Por el contrario, han de reconocer sin dudarlo que cuando se la observa fielmente, le sirve de salvaguarda.” (3)
Correspondía al Clero el asentar y mantener firmes los propios fundamentos morales de la civilización perfecta, que es la cristiana. Por natural conexión, la enseñanza y las obras de asistencia y caridad, estaban a cargo de la Iglesia, que desempeñaba, sin carga para el erario público, los servicios adscriptos en los Estados laicos contemporáneos a los ministerios de Educación y Sanidad. Se comprende así que haya sido reconocido el Clero como la primera clase de la sociedad.
Por otro lado, el Clero, que en el ejercicio de su altísima misión no depende de ningún poder terreno, es factor activo en la formación del espíritu, de la mentalidad de una nación. Entre Clero y nación existe normalmente un intercambio de comprensión, confianza y afecto que le proporciona posibilidades inigualables de conocer y orientar las ansias, preocupaciones y sufrimientos de la población; y también los aspectos de su vida temporal que le son inseparables. Reconocer al Clero voz y voto en las grandes y decisivas asambleas nacionales es para el Estado un medio precioso de auscultar las pulsaciones del corazón de la nación.
Así, pese a haber mantenido su alteridad frente a la vida política, elementos del Clero han sido, a lo largo de la Historia, consejeros oídos y respetados y partícipes valiosos en la elaboración de ciertas materias legislativas y en la fijación de determinados rumbos de Gobierno.
No está compuesto por ángeles que viven en el Cielo, sino por un conjunto de hombres que, como ministros de Dios, actúan en esta tierra. Esta clase forma parte de la población del país, frente al cual tiene derechos y deberes. La protección de esos derechos y el recto cumplimiento de esos deberes es del mayor interés para la existencia de ambas sociedades perfectas: la Iglesia y el Estado. Así lo afirma León XIII en la encíclica Immortale Dei. (4)
El Clero se distingue como una clase social perfectamente definida, parte viva del conjunto del país y, en cuanto tal, con derecho a voz y voto en su vida pública. (5)

LN_ES_Cap_IV_03_Jura_Fernando_VII_2Jura de Fernando VII como Príncipe de Asturias, en septiembre de 1789, por Luis Paret y Alcázar. En El centro del altar, el príncipe presta juramento ante el Cardenal Lorenzana. A la derecha, besa la mano de su padre. (Museo del Prado)          
Al Clero le seguía como segunda clase la Nobleza, de carácter esencialmente militar y guerrero. Le correspondía la defensa de la nación contra las agresiones externas y la del orden político y social. Además, en sus tierras, los señores feudales ejercían acumulativamente, sin gastos para el Rey, funciones un tanto semejantes a las de los alcaldes, jueces y comisarios de policía actuales.
Ambas clases estaban básicamente ordenadas hacia el bien común y, en compensación por sus graves y específicas funciones, merecían los correspondientes honores y privilegios, entre los cuales la exención de impuestos.
El Pueblo, a su vez, era la clase vuelta de modo particular hacia el trabajo productivo. Eran privilegios suyos el participar en la guerra en grado mucho menor que la Nobleza y, casi siempre, la exclusividad en el ejercicio de las profesiones más lucrativas, como el comercio y la industria. Sus miembros no tenían normalmente ninguna obligación especial con el Estado. Trabajaban para el bien común tan sólo en la medida en que cada cual favorecía sus legítimos intereses personales y familiares; de ahí que fuera la clase menos favorecida en honores especiales y sobre la cual recaía, en consecuencia, el peso de los impuestos.
“Clero, Nobleza y Pueblo”: esta trilogía recuerda las asambleas representativas que caracterizaron a muchas monarquías del periodo medieval y del Antiguo Régimen: las Cortes de España y Portugal, los Estados Generales franceses, el Parlamento de Inglaterra, etc. En ellas había una representación nacional auténtica que reflejaba fielmente la organicidad social.
Con la Ilustración, otras doctrinas de filosofía política y social comenzaron a conquistar ciertos sectores directivos. Bajo el efecto de una mal comprendida noción de libertad, el Viejo Continente comenzó a caminar hacia la destrucción de los cuerpos intermedios, la laicización del Estado y la nación, y la formación de sociedades inorgánicas, representadas por un criterio únicamente cuantitativo: el número de votos.
Esta transformación, ocurrida desde las últimas décadas del s. XVIII hasta nuestros días, ha facilitado peligrosamente el fenómeno de degeneración pueblo-masa, tan sabiamente señalado por Pío XII. (N.: destaque de la R.).

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[1] ASS XXXIX [1906] 8-9
[2] Sacrosanctum Oecumenicum Concilium Vaticanum II, Constitutiones, Decreta, Declarationes, Typis Polyglottis Vaticanis, 1974, pp. 154, 162, 285.
[3] Epist. CXXXVIII ad Marcellinum, § 15, in Opera omnia, Migne, t. II, col. 532.
[4] “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba las naciones. En esa época, el vigor propio de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en las costumbres de los pueblos, en todas las categorías y relaciones de la sociedad civil; y la religión instituida por Jesucristo, firmemente establecida en el grado de dignidad que le era justo, florecía en todas partes por el favor de los príncipes y la protección legítima de los magistrados. Entonces el sacerdocio y el imperio estaban unidos por una auspiciosa concordia y por el amistoso intercambio de buenos oficios. Organizada así, la sociedad civil produjo frutos superiores a toda expectativa, cuya memoria vivía y vive aún consignada como está en innumerables documentos históricos que ningún artificio de los adversarios podrá desvirtuar u obscurecer” (ASS XVIII [1885] 169).
[5] Otro aspecto de la legítima participación del Clero en la vida pública nacional fue la existencia en el tiempo del feudalismo de diócesis y abadías cuyos titulares eran, ipso facto y al mismo tiempo, titulares de sus respectivas circunscripciones feudales. Así por ejemplo, los Obispos-Príncipes de Colonia o Ginebra, independientemente de su origen, noble o plebeyo, eran ipso facto, por el propio hecho de ser obispos, Príncipes de Colonia o Ginebra. Uno de estos últimos fue el dulcísimo San Francisco de Sales, doctor de la Iglesia. A la vez que Obispos-Príncipes, existían dignatarios eclesiásticos de graduación menos eminente en la Nobleza; en Portugal, los Arzobispos de Braga, que eran al mismo tiempo Señores de dicha ciudad, y los Obispos de Coimbra eran, ipso facto, Condes de Arganil (desde D. João Galvão, XXXVI obispo de Coimbra, agraciado en 1472 con dicho título por D. Alfonso V), de donde venía que usasen corrientemente el título de Obispos-Condes de Coimbra.

2. El deterioro del orden medieval en los tiempos modernos
Esta organización de la sociedad, política, social y económica, se deshizo a lo largo de la Edad Moderna (cfr. Cap. II). A partir de entonces, las sucesivas transformaciones han tendido a confundir todas las clases, y a negar al Clero y a la Nobleza el reconocimiento de una situación jurídica especial. Dura contingencia ante la que esas clases no deben cerrar los ojos con pusilanimidad.
Pío XII, en una de sus magistrales alocuciones describe ese estado de cosas con impresionante precisión:
“En primer lugar, mirad con intrepidez y valor la realidad presente (…). Nos parecería vano y poco digno de vosotros disimularla con eufemismos prudentes (…). La nueva Constitución de Italia no os reconoce ya como clase social ninguna misión específica, ningún atributo, ningún privilegio ni en el Estado, ni en el pueblo” (6). Punto final, observa el Pontífice, de una especie de “caminar fatal” (7).
Ante tales “formas de vida bien diversas” (8), los miembros de la Nobleza y de las élites tradicionales no deben perderse en lamentaciones inútiles ni ignorar la realidad, sino tomar una actitud clara ante ella. Es la conducta propia a las personas de valor: “Mientras los mediocres no hacen sino fruncir el ceño ante la adversidad, los espíritus superiores saben (…) mostrarse ‘beaux joueurs’ (9), conservando imperturbable su porte noble y sereno” (10).

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[6] PNR 1952, p. 457; Cfr. Capítulo II, 1.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Buenos jugadores, que se inclinan lealmente ante la victoria del adversario.
[10] PNR 1952, pp. 457-458.

3. La Nobleza debe mantenerse como clase dirigente en el contexto social, profundamente transformado, del mundo actual
¿En qué consiste este reconocimiento objetivo y varonil de condiciones de vida con respecto a las cuales “se puede pensar lo que se quiera” (11) —que no se está obligado a aplaudir— pero que constituyen una realidad dentro de la cual se está obligado a vivir?
¿Han perdido la Nobleza y las élites tradicionales su razón de existencia? ¿Deben romper con sus tradiciones, con su pasado? ¿Deben disolverse en la plebe confundiéndose con ella, borrando todo lo que conservan de altos valores de virtud, cultura, estilo y educación?
Para el Pontífice, las élites tradicionales deben continuar existiendo y teniendo una alta misión: “ en interés al bien común y por amor a él, para la salvación de la Civilización Cristiana en esta crisis, que, lejos de atenuarse, parece más bien ir creciendo, permaneced firmes en la brecha, en la primera línea de defensa. Vuestras particulares cualidades pueden también hoy ser allí excelentemente utilizadas. Vuestros nombres, que (…) resuenan con fuerza en el recuerdo y en la historia de la Iglesia y de la sociedad civil, traen a la memoria figuras de grandes hombres y hacen resonar en vuestro espíritu la voz admonitora que os recuerda el deber de mostraros dignos de ellos.” (12)
Aún más claro queda en la alocución de 1958 (13):
“En particular, recordaréis … cómo el Papa de vuestra infancia y niñez no omitió indicaros los nuevos deberes que las cambiadas condiciones de los tiempos imponían a la Nobleza; que, por el contrario, os explicó muchas veces cómo la laboriosidad había de ser el titulo más sólido y digno para aseguraros la permanencia entre los dirigentes de la sociedad; que las desigualdades sociales, a la vez que os elevaban, os prescribían particulares deberes en pro del bien común; que de las clases más altas podían descender para el pueblo grandes beneficios o graves daños; que, si se quiere, los cambios en la forma de vivir pueden conjugarse armónicamente con las tradiciones de que las familias patricias son depositarias.” (14)
El Pontífice no desea la desaparición de la Nobleza en el contexto social profundamente transformado de nuestros días; por el contrario, invita a sus miembros a desarrollar los esfuerzos necesarios para que se mantenga en la posición de clase dirigente también dentro del amplio cuadro de categorías a las cuales toca orientar al mundo actual; y de modo que la presencia de la Nobleza tenga un sentido tradicional, el valor de una continuidad, el sentido de una “permanencia”; de fidelidad a uno de los principios constitutivos de la Nobleza: la correlación entre “las desigualdades sociales” que la “elevaban” y sus “particulares deberes en pro del bien común”.
Así, “los cambios en la forma de vivir pueden conjugarse armónicamente con las tradiciones de que las familias patricias son depositarias.”
Pío XII insiste en que la Nobleza debe permanecer en el mundo de la posguerra, con tal que se muestre verdaderamente insigne por las cualidades morales que la deben caracterizar: “…os exhortamos a tomar parte activa en la curación de las llagas producidas por la guerra, en la reconstrucción de la paz, en el renacer de la vida nacional, evitando las ‘emigraciones’ o abstenciones; porque aún quedaba en la nueva sociedad un amplio lugar para vosotros si os mostrábais verdaderamente élites y optimates, es decir, insignes por vuestra serenidad de ánimo, prontitud para la acción, generosa adhesión.” (15)

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[11] PNR 1952, p. 457.
[12] PNR 1952, p. 459.
[13] Cfr. Capítulo I, 6.
[14] PNR 1958, p. 708.
[15] Ibídem.

4. Mediante una juiciosa adaptación al mundo moderno, la Nobleza no desaparece en la nivelación general
Esa indispensable adaptación al mundo no significa para la Nobleza una renuncia a sí misma y a sus tradiciones desapareciendo en la nivelación general sino, por el contrario, mantenerse como valiente continuadora de un pasado inspirado en principios perennes, de los cuales el Pontífice realza el más alto: la fidelidad al “ideal cristiano”. “Recordaréis también cómo os incitábamos a desterrar el abatimiento y la pusilanimidad frente a la evolución de los tiempos, y cómo os exhortábamos a que os adaptárais valerosamente a las nuevas circunstancias, fijando la mirada en el ideal cristiano, verdadero e indeleble título de genuina nobleza.” (16)
Esta es la valiente adaptación que cabe a la Nobleza llevar a cabo. En consecuencia, no se trata de que renuncie a la gloria que hereda de su abolengo, sino de que la conserve para sus respectivas estirpes y, lo que es más, de actuar en beneficio del bien común con la “valiosa contribución” que “todavía estáis en condiciones de prestarle”:
“Pero, ¿por qué, amados hijos e hijas, os hicimos entonces estas advertencias (…)[sino] para asegurar a la sociedad a que pertenecéis la valiosa contribución que todavía estáis en condiciones de prestarle?” (17) .

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[16] Ibídem.
[17] PNR 1958, pp. 708-709

5. Para corresponder a las esperanzas en ella depositadas, la Nobleza debe brillar en los dones que le son específicos
Después de realzar una vez más la importancia de la fidelidad de la Nobleza a la moral católica, Pío XII traza un cuadro fascinante de los atributos que la Nobleza debe aportar para corresponder a las esperanzas que en ella deposita. Importa especialmente notar que esas cualidades deben brillar en cuanto “fruto de largas tradiciones familiares”, obviamente hereditarias, y constituyen, algo de propio, de específico de la clase noble:
“Sin embargo —Nos preguntaréis tal vez— ¿qué hemos de hacer, en concreto, para alcanzar tan alto objetivo?
“Ante todo, debéis insistir en vuestra irreprensible conducta religiosa y moral, especialmente dentro de la familia, y practicar una sana austeridad de vida. Haced que las otras clases perciban el patrimonio de virtudes y dotes que os son propias, fruto de largas tradiciones familiares. Son éstas la imperturbable fortaleza de ánimo, la fidelidad y dedicación a las causas más dignas, una tierna y munífica piedad para con los débiles y los pobres, el prudente y delicado modo de tratar los asuntos graves y difíciles, aquel prestigio personal, casi hereditario en las nobles familias, por el que se llega a persuadir sin oprimir, a arrastrar sin forzar, a conquistar sin humillar el espíritu de los demás, ni siquiera el de vuestros adversarios o rivales”.
También constituyen estas enseñanzas “(…) la más convincente respuesta a los prejuicios y sospechas (…)” (18)
El Pontífice enseña aquí a sus ilustres oyentes un modo adecuado de replicar las invectivas del igualitarismo vulgar de nuestro tiempo.

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[18] PNR 1958, p. 709.

 

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“Ante todo, debéis insistir en una conducta religiosa y moral irreprensible, especialmente en la familia…

Haced que las otras clases noten el patrimonio de las virtudes y dones que os son propios…

Tales son la imperturbable fortaleza de ánimo, la fidelidad y la dedicación a las causas más dignas, la piedad tierna y munificente hacia los más débiles y los pobres, el trato prudente y delicado en los negocios difíciles y graves”

6. Incluso los que ostentan desprecio por las antiguas formas de vida no son del todo inmunes al esplendor nobiliario
Pío XII realza el “vigor y fecundidad en las obras” como “características de la genuina Nobleza”, y la incita a que los aporte al servicio del bien común (19).
Parece refutar una posible objeción formulada por aristócratas desanimados ante la oleada de igualitarismo que ya entonces se extendía por el mundo moderno: “Este mundo —alegarían tales aristócratas— desdeña a la Nobleza y nos niega su colaboración.”

LN_ES_Cap_IV_05_Palacio_de_Sobrellano_XIIPalacio de Sobrellano, construido por el Marqués de Comillas, en Comillas, Santander. Allí acostumbraba a pasar los meses de verano, siendo visitado en varias ocasiones por el Rey.

MarquesdeComillas_smallLas exhortaciones del Pontífice encontraban un reciente y extraordinario ejemplo en España, en la figura de Don Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas. Ostentando una de las mayores fortunas de España, demostró su decidido patriotismo en incontables ocasiones, y por su atención hacia las clases más necesitadas fue apellidado de “Limosnero Mayor de España”. Con valor acometió los peligros, enfrentándose numerosas veces a las turbas revolucionarias, ganando así, con su arrojo, el afecto de los obreros, como bien lo demuestra la impresionante peregrinación que organizó a Roma, en 1894. Creía uno de sus deberes mostrarse tranquilo en la general turbación, y jamás el miedo hizo cambiar su manera de vida. Su proceso de beatificación está en curso. (Oleo de Salaverria, Universidad de Comillas, Madrid)
En ese sentido, pondera que pueden distinguirse dos tendencias del hombre de hoy ante la Nobleza: una “conserva un justo respeto a las tradiciones y aprecia su alto decoro”, por lo que “no rehúsa la cooperación de los escogidos talentos que hay entre vosotros”; otra, “que ostenta indiferencia y quizá desprecio hacia las viejas formas de vida, tampoco queda del todo inmune a la seducción del esplendor” nobiliario. Más adelante, Pío XII menciona indicios expresivos de esa disposición de ánimo.

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(De izquierda a derecha, de arriba abajo)
Palacio de los Condestables de Castilla ( Casa del Cordón – Burgos )
 Casa de los Condes de Santa Coloma – Sevilla
Casa Medina Sidonia – Sevilla
Pazo de San José de Vista Alegre – Tuy ( Pontevedra) 

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[19] ibidem

 

7. Las virtudes y cualidades específicas de los nobles se comunican a cualquier trabajo que ejerzan
Prosigue el Pontífice aludiendo al hecho de que en el régimen político y socio-económico vigente antes de la Revolución Francesa, ciertas profesiones no eran generalmente ejercidas por los nobles, pues eran consideradas inferiores a la Nobleza. Su ejercicio podía implicar incluso la pérdida de la condición nobiliaria. A título de ejemplo puede mencionarse el ejercicio del comercio, reservado en muchos lugares, en la mayor parte de los casos, a la burguesía y al pueblo.
Estas limitaciones fueron desapareciendo a lo largo de los siglos XIX y XX, hasta el punto de haber sido enteramente eliminadas en nuestros días.
Pío XII parece también tomar en consideración el hecho de que los trastornos originados por las dos Guerras Mundiales arruinaron económicamente a un considerable número de estirpes nobles, cuyos miembros quedaron reducidos al ejercicio de actividades subalternas, impropias, no sólo de la Nobleza, sino también de la alta y media burguesía. Se puede hablar incluso de la proletarización de ciertos nobles.
Frente a tan duras realidades, Pío XII estimula a esas estirpes a que no se disuelvan en la banalidad del anonimato sino que, por el contrario, practicando sus virtudes tradicionales, actúen con “vigor y fecundidad”, y comuniquen así una nota específicamente noble a cualquier trabajo que ejerzan por elección propia, o que se vean obligados a aceptar. De este modo, conseguirán que la Nobleza sea comprendida y respetada, ¡incluso en las más penosas situaciones!

8. Un altísimo ejemplo: la familia de estirpe real en cuyo hogar nació y vivió el Dios humanado
Estas altas enseñanzas hacen también pensar, sin embargo, en el matrimonio nacido de la estirpe real de David, en cuyo hogar, al mismo tiempo principesco y obrero, nació y vivió durante treinta años, ¡el Dios humanado! (20)
Análoga reflexión se encuentra en la alocución a la Guardia Noble en 1939: “Nobles erais aun antes de servir a Dios y a Su Vicario bajo el estandarte blanco y dorado. La Iglesia, a cuyos ojos el orden de la sociedad humana reposa fundamentalmente sobre la familia, por humilde que sea, no desestima aquel tesoro familiar que es la nobleza hereditaria. Se puede decir, por el contrario, que no la despreció ni el propio Jesucristo: el varón a quien confió la misión de proteger su adorable Humanidad y a su Madre Virgen era de estirpe real: ‘Joseph, de Domo David’ (Luc. I, 27). (21)
Por eso Nuestro Antecesor León XII (…) atestiguaba que la Guardia Noble está ‘destinada a prestar el servicio más próximo e inmediato a nuestra misma persona y, tanto por la finalidad de su institución, como por la calidad de los individuos que lo componen, constituye un Cuerpo que es la primera y más respetable de todas las armas de nuestro Principado’.” (22)

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[20] Cfr. Capítulo V, 6; PNR 1941, p. 363.
[21] José, de la Casa de David.
[22] Discorsi e Radiomessaggi, vol. I, p. 450.

9. La más alta función de la Nobleza: conservar, defender y difundir las enseñanzas cristianas contenidas en las nobles tradiciones que la distinguen
En su alocución de 1958, el Pontífice se refiere a la obligación genérica que tienen “clases altas, entre las cuales está la vuestra” de resistir moralmente a la corrupción moderna: “Quisiéramos, por fin, que vuestra influencia en la sociedad le evitase un grave peligro, propio de los tiempos modernos. (…) Sucede que, por la debilidad de la naturaleza humana, habitualmente son [los vicios y abusos] los que se propagan, y [esto ocurre] hoy con tanta mayor celeridad cuanto más fáciles son los medios de comunicación, información y contacto personal. (…) ni las distancias ni las fronteras nunca impiden que el germen de una epidemia alcance en corto tiempo lejanas regiones. Ahora bien, las clases altas, entre las cuales está la vuestra, a causa de las múltiples relaciones con países de diferente nivel moral, quizá hasta inferior, de las frecuentes estancias en ellos, pueden fácilmente convertirse en vehículos de desviaciones en las costumbres.” (23)

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“El hecho, pues, de pertenecer a una categoría particularmente distinguida de la sociedad humana, al mismo tiempo que requiere una adecuada consideración, representa una invitación a los que forman parte de esa categoría, para que den más, como conviene a quien más ha recibido y un día deberá rendir cuenta de todo a Dios” (Alocución de Juan XXIII en 1960). En las fotos de arriba, dos aspectos de la audiencia concedida por Juan XXIII al Patriciado y a la Nobleza de Roma, el 10 de enero de 1963.
El Santo Padre define más específicamente las características de esa obligación en lo que se refiere a la Nobleza: es un deber de resistencia a cumplir, ante todo, en el campo doctrinal, aunque se extiende también al terreno de las costumbres. (N.: el destaque es de la R.).

Jean_XXIII_sediaJuan XXIII entra en la Basílica de San Pedro, en silla gestatoria, para las ceremonias del Domingo de Ramos. A la izquierda, aparece el Asistente al Solio Pontificio, Príncipe Aspreno Colonna, seguido de los Cardenales Alfredo  Ottaviani y Francis Spellman. A la derecha, detrás del guardia suizo con alabarda, aparece el Comandante de la Guardia Palatina, Conde Francesco Cantuti di Castelvetri y el “Esente Aiutanti Maggiore” del Cuerpo de la Guardia Noble, Conde Carlo Nasalli Rocca de Corneliano. A la derecha del Sumo Pontífice, detrás de la alabarda, el Marqués de Castel Romano, Don Giulio Sacchetti, “Foriere Maggiore” de Su Santidad.
“Por lo que a vosotros respecta, vigilad y proceded de modo que las perniciosas teorías y los perversos ejemplos nunca cuenten con vuestra aprobación y simpatía, ni mucho menos hallen en vosotros vehículos favorables para la infección ni focos de ella.”
Este deber es elemento integrante de “aquel profundo respeto a las tradiciones por vosotros cultivado, mediante el cual pretendéis distinguiros en la sociedad”. Estas tradiciones son “preciosos tesoros” que la nobleza ha de guardar “en medio del pueblo”.

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 Juan XXIII con la Guardia Noble, después de su alocución del 7 de enero de 1959.

“Ésta puede ser la más alta función social de la Nobleza de hoy; éste es ciertamente el mayor servicio que podéis prestar a la Iglesia y a la patria”, afirma el Sumo Pontífice. (24)
Conservar, defender y difundir las enseñanzas cristianas contenidas en las nobles tradiciones que la distinguen: ¿qué más alto uso puede hacer la Nobleza del esplendor de los siglos pasados, el cual aún hoy la ilumina y pone de relieve? (25)

LN_ES_Cap_IV_10_Escudo_Nobiliario¿Una élite? Bien podéis serlo. Tenéis todo un pasado de tradiciones seculares, que representan valores fundamentales para la sana vida de un pueblo”. 

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[23] PNR 1958, p. 710.
[24] Ibídem.
[25] Sobre cuánto predispone y estimula la nobleza de sangre para la práctica de las virtudes cristianas, véase especialmente la admirable homilía de San Carlos Borromeo reproducida en Documentos IV, 8.

10. Es deber de la Nobleza no diluirse en el anonimato, sino resistir al soplo del igualitarismo moderno
Pío XII insiste paternalmente en que no se deje diluir la Nobleza en el anonimato al que quieren arrastrarla la indiferencia y la hostilidad de muchos al soplo del rudo igualitarismo moderno, y le indica, además, otra función, también ésta de gran alcance: por la presencia actuante de las tradiciones que cultiva e irradia, la Nobleza debe contribuir a preservar de un cosmopolitismo descaracterizante los valores típicos de los diferentes pueblos. (26)
Al terminar con paternales bendiciones tan expresiva alocución, el Pontífice hace aún un especial gesto a favor de la continuidad de la Nobleza, recordando que a los niños de estirpe noble allí presentes, les toca el grave y honroso deber de ser continuadores en el futuro de las más dignas tradiciones de la Nobleza: “A fin de que el Omnipotente corrobore vuestros propósitos y haga realidad Nuestros votos escuchando las súplicas que le dirigimos en ese sentido, descienda sobre todos vosotros, sobre vuestras familias, especialmente sobre vuestros niños, continuadores en el futuro de vuestras más dignas tradiciones, Nuestra Bendición Apostólica.” (27)

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[26] PNR 1958, pp. 710-711.
[27] PNR 1958, pp. 711

11. La Nobleza: Categoría particularmente distinguida en la sociedad humana — Deberá rendir cuentas especiales a Dios
Una aplicación más puede ser encontrada en la alocución de Juan XXIII al Patriciado y a la Nobleza romana de 9 de enero de 1960 (cfr. Resumen de la de la Poliglotta Vaticana):
“El Santo Padre se complace en realzar que los distinguidos oyentes reflejan aquello que constituye el consorcio humano en su totalidad: una múltiple variedad de elementos, cada cual con su propia personalidad y actuación, a la manera de flores a la luz del sol, y dignas de respeto y honor, cualquiera que sea su magnitud y proporción.
“El hecho, pues, de pertenecer a una categoría particularmente distinguida de la sociedad humana, al mismo tiempo que requiere una adecuada consideración, representa una invitación a los que forman parte de esa categoría, para que den más, como conviene a quien más ha recibido y un día deberá rendir cuenta de todo a Dios.
“Obrando así se coopera con la admirable armonía del reino del Señor, con la íntima convicción de que hasta lo que de más notable se encuentra en la historia de cada familia debe reforzar su compromiso —precisamente en conformidad con su particular condición social— con el sublime concepto de fraternidad cristiana y con el ejercicio de virtudes particulares: la paciencia dulce y suave, la pureza de costumbres, la humildad y, sobre todo, la caridad. Sólo de esta manera será posible obtener para cada uno [de los integrantes de esa categoría] una grande e imborrable honra!
(…)
“A fin de estimular las mejores disposiciones de los presentes, el Sumo Pontífice da su Bendición para cada uno y para sus familias (…). Agrega el deseo paternal de que se comporten de un modo tal, que no vivan —como suele decirse— ‘al día’, sino que sientan y manifiesten en la vida de cada día pensamientos y obras según el Evangelio, por el cual fueron marcadas las vías luminosas de la Civilización Cristiana. ¡Quien obra de esta manera sabe desde ahora que su nombre será repetido en el futuro con respeto y admiración!” (28)
También es recordado por Juan XXIII este papel específico de la Nobleza contemporánea en la alocución al Patriciado y a la Nobleza romana del 10 de enero de 1963:
“Quien más ha recibido, quien más se destaca, se encuentra en mejores condiciones de dar buenos ejemplos; todos deben aportar su contribución: los pobres, los humildes, los que sufren, bien como aquellos que han recibido del Señor numerosas Gracias y gozan de una situación que entraña graves y particulares responsabilidades.” (29)

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[28] Discorsi e Radiomessaggi, vol. II, pp. 565-566.
[29] Ídem, vol. V, p. 348.

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