La muerte del Papa Francisco
De mortuis nisi bonum. Que no se diga nada de los muertos excepto
lo bueno. Este proverbio traduce el respeto que siempre se ha tenido en las
sociedades civilizadas hacia los difuntos.
En los últimos días, todos los medios de comunicación han dedicado
grandes espacios a la muerte del Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio.
Un conocido periódico español habló de un “vendaval social”.
Todos los aspectos de su muerte y de su pontificado han sido
analizados y escrutados por la prensa mundial de la manera más minuciosa.
Con una meticulosidad que a veces rozaba el exceso. Ya se ha dicho todo
lo que era necesario decir sobre el tema, e incluso más de lo que la
objetividad hubiera permitido.
Por nuestra parte, elevamos una oración a la Divina Providencia por
su alma. Es un deber reverente que ningún cristiano puede eludir.
¿Qué puedo comentar que no se haya ya dicho?
Un primer comentario es ver cómo, a pesar de la incesante campaña
laicista que ha golpeado a la Iglesia al menos desde el siglo XIX, el Papado
todavía atrae la atención general.
¿Qué dirían los grandes heraldos del laicismo, que profetizaron a
gran voz la desaparición de la Iglesia católica a finales del siglo XX,
viendo hasta qué punto el mundo de hoy está interesado en la muerte de un
Papa?
¿Por qué este gran interés?
Si bien los medios de comunicación influyen en la opinión pública,
también están profundamente influenciados por ella. Si se han dedicado
decenas de páginas a la muerte del Papa, esto se debe no tanto a la simpatía
de los directores y redactores, sino a la veneración, admiración y confianza
filial del público hacia la Cátedra de Roma.
Esta actitud de la opinión pública marca la victoria del Papado, como
institución e independientemente del ocupante, sobre la inmensa ofensiva
propagandística desatada contra él. Los que profetizaron su muerte yacen
en los cementerios. ¡La barca de Pedro continúa navegando por los mares!
Mi segundo comentario parte de una pregunta: ¿estamos seguros de
que este huracán celebratorio en torno a la figura del Papa Francisco
traduce el verdadero sentimiento de los fieles?
En esta época en la que tanta gente confunde público con publicidad
e imagina ingenuamente que el rostro de la publicidad expresa siempre el
del público, me pregunto: ¿es cierto que las masas ven y sienten las cosas
tal como muchos medios las presentan?
Por lo que puedo percibir, la respuesta es NO. Lo que el Pueblo de
Dios quiere saber es otra cosa.
En 1968 Pablo VI admitió que la Iglesia era víctima de un misterioso
“proceso de autodestrucción”. Cuatro años después, anunció que el “humo
de Satanás” había penetrado en ella. En 1981, Juan Pablo II denunció que
“los cristianos de hoy se sienten perdidos, confundidos, perplejos e incluso
decepcionados”. Y su sucesor, Benedicto XVI, también habló de un
“proceso de progresiva decadencia”, de una situación de “invierno
eclesial”, y lamentó “¡cuánta suciedad en el rostro de la Iglesia!”. El propio
Francisco tuvo que admitir que el estado de la Iglesia es tan grave que
parece “un hospital de campaña después de una batalla”.
El difunto Pontífice ha partido hacia la eternidad con la
autodestrucción en plena marcha y el humo de Satanás extendiéndose. De
hecho, bajo su mando el proceso se ha acentuado mucho más, hasta el
punto que el cardenal George Pell observó: “Somos más débiles que hace
cincuenta años”.
Próximamente se reunirá el Cónclave para elegir a su sucesor. Se
podrían hacer mil preguntas sobre el nuevo Papa. Pero lo principal es: ¿qué
hará ante la autodestrucción y el humo de Satanás? Cualquiera que se
encuentre a bordo de un barco en medio de una densa humareda y en
compañía de pasajeros que están desmantelando el barco, lo que más le
interesa es saber qué se hará al respecto.
Dejando de lado las metáforas: en el fondo, el problema que se
plantea hoy es si vale la pena continuar la experiencia del “cambio de
paradigma” iniciada por el Papa Francisco o si, por el contrario, se debe
hacer un gran esfuerzo para clarificar y reunir a los fieles en torno a los
postulados fundamentales de la fe católica, capaces de reavivar la
esperanza y el espíritu misionero que han caracterizado todos los
resurgimientos de la Iglesia a lo largo de su historia.
En otras palabras: ¿debe la Iglesia continuar a inclinarse ante el
mundo, siguiendo sus malas tendencias, o debe tener una reacción de
ufanía, proclamar su identidad fundada en Cristo y desafiar la
secularización moderna para reunir a los verdaderos fieles bajo el
estandarte de la Cruz?
Todos los estudios –que hemos discutido ampliamente en este canal
y a los que volveré más adelante– muestran que, mientras minorías cada
vez más pequeñas y canosas se inclinan por la primera opción, minorías
cada vez más numerosas y dinámicas, compuestas en su mayoría por
jóvenes, se inclinan decididamente por la segunda opción. La Iglesia no
debe ceder, sino más bien debe luchar.
Se trata de la Fe y la fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo, que desde
su trono en la eternidad juzga a vivos y muertos.
¿Qué piensan los señores cardenales reunidos estos días en Roma
para la Congregación General que precede al Cónclave? La respuesta no
está del todo clara, aunque sólo sea porque Francisco ha creado una plétora
de cardenales cuya orientación es poco conocida.
Dentro de poco uno de ellos aparecerá en el balcón de San Pedro
vestido de blanco. Frente al proceso de entrega al mundo descrito
anteriormente, ¿será un luchador, un negociador o un mediador?
Está claro que me cuento entre aquellos que se alegrarían de tener un
luchador
Al renovar nuestras oraciones por el alma del Papa recientemente
fallecido, pedimos a la Divina Providencia que dé luz y valor a los
Cardenales. El destino de la barca de Pedro está en sus manos.
Julio Loredo