La monarquía moderada, la Iglesia y las formas de gobierno – Apéndice III de Nobleza y élites (10)

15/07/2017

⌈15. La posición de los católicos  ante las formas de gobierno⌉

Completamos el ítem 15 -ya publicado en esta sección junto con el ítem 16- con la importante nota 18 sobre la monarquía moderada como forma de gobierno preferida por numerosos autores:

* ⌈…⌉ Pero, según el recto orden de preferencias, el católico empeñado en mantener una impecable fidelidad a la doctrina de la Iglesia, debe admirar y desear más lo que es excelente que lo que es simplemente bueno; e, ipso facto, deberá sentirse especialmente agradecido a la Providencia cuando las condiciones concretas de su país permitan la mejor forma de gobierno que es, según Santo Tomás, la monarquía, o incluso clamen por ella. [18]

[18] “Casi todos los autores escolásticos antiguos y modernos, junto con un número ingente de otros autores no escolásticos afirman que la monarquía moderada es la forma que debe ser preferida en abstracto; aunque algunos autores de hoy dicen que, en abstracto, ninguna forma debe ser preferida a otra.” (P. Irineo GONZÁLEZ MORAL, S. J., Philosofiae Scholasticae Summa, BAC, Madrid, 1952, v. III, pp. 836-837).

17. Legitimidad de los principios anti-igualitarios
Se ha analizado hasta aquí la oposición entre el igualitarismo radical, que influye en muchos de nuestros contemporáneos a la hora de elegir una forma de gobierno y la doctrina social de la Iglesia sobre ese tema. En realidad el mencionado igualitarismo es el principio que, a manera de un tifón o terremoto, mayores y más sensibles transformaciones ha producido en Occidente.
Cabe ahora decir algo sobre la legitimidad de los principios anti-igualitarios aplicados a las formas de gobierno; principios que son justos cuando, inspirados en la doctrina cristiana, no sólo se oponen al igualitarismo radical, sino que admiten y prefieren tanto las formas políticas como las sociales basadas en una armoniosa y equitativa desigualdad de clases.
En resumen, dichos principios reconocen antes que nada la igualdad entre todos los hombres en lo que atañe a sus derechos como tales; pero afirman también la legitimidad de las desigualdades accidentales que se establecen entre los hombres por las diferencias de virtud, dotes intelectuales, físicas, etc.; desigualdades que no existen únicamente entre individuos, sino también entre familias, en virtud del bello principio enunciado por Pío XII que no hacemos aquí sino recordar: “Las desigualdades sociales, también aquellas que van vinculadas al nacimiento, son inevitables. La benignidad de la naturaleza y la bendición de Dios sobre la humanidad iluminan y protegen las cunas, las besan, pero no las igualan.” [20]
También según dichos principios, las desigualdades tienden a perpetuarse y acendrarse a lo largo de las generaciones y de los siglos —sin caer con ello en la exageración—, dando origen incluso a una severa legislación consuetudinaria o escrita que pune con la exclusión de la Nobleza a quienes se hacen indignos de ella por cualquier título, y abre al mismo tiempo sus puertas para las élites análogas auténticamente tradicionales.
Así pues, siendo legítimas las desigualdades existentes entre las personas, familias y clases sociales, resulta fácil deducir la legitimidad y excelencia de las formas de gobierno en que dichas desigualdades naturales son preservadas y favorecidas de modo equilibrado y orgánico, es decir, la monarquía y la aristocracia, tanto en su forma pura como en la moderada.

⌈20⌉ PNR 1942, p. 347

18. Reflejos de la mentalidad política sobre los cuerpos sociales intermedios
Se ha considerado hasta aquí el complejo aunque bello tema de las formas de gobierno en varios de sus aspectos más importantes y, a manera de complemento, algunos reflejos de la mentalidad inherente a estas formas en la vida social, cultural y económica de las naciones. Cabría considerar también los reflejos de dicha mentalidad sobre los cuerpos sociales intermedios entre el Estado y el individuo, los cuales hacían de las naciones de la Europa pre-revolucionaria conjuntos pujantes de “sociedades orgánicas”; pero lo vasto y rico del tema impide que esto se haga en el presente libro.
Si todos nuestros contemporáneos tuvieran una noción exacta de lo que fueron una región, un feudo, un municipio, una gran entidad corporativa autónoma, etc., en el contexto de la “sociedad orgánica”, eso haría tanto que ganasen en claridad las premisas de muchos raciocinios sobre formas de gobierno como que ganasen en firmeza de rumbos y utilidad práctica las discusiones referentes al tema, a veces apasionadas, a veces somnolientas.
Las “sociedades orgánicas” constituyen, por cierto, un tema que está lejos de carecer de oportunidad, pues las elucubraciones e intentos hechos en el sentido de realizar una Europa aglutinada en un solo todo político-socio-cultural-militar-económico han dado lugar a la eclosión tanto de regionalismos como de centralismos exacerbados, los cuales, en los tumultuosos noticiarios de la prensa contemporánea, parecen otras tantas naves bogando en un verdadero piélago de indecisiones, como si fuesen embarcaciones sin brújula, timón ni lastre. De esta carencia fundamental les viene una lamentable fragilidad de ligazón entre sus varias partes, que amenaza al conjunto de descoyuntamiento y fin.

(Próxima entrada del Apéndice III: C- La Revolución Francesa, modelo prototípico de República revolucionaria)

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