Licitud del derecho
a resistir
el “cambio de paradigma”
del Papa Francisco

Don José Antonio Ureta – Autor del libro
Trecho del libro
“El “cambio de paradigma” del Papa Francisco: ¿continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia?
Por José Antonio Ureta
23 de octubre de 2019

⇐ Cardenal Maradiaga: ‘El Cardenal Burke es un pobre hombre’
‘
El Papa Francisco organizando el Sínodo del Amazonas, otro “cambio de paradigma”
Licitud de la resistencia
…Ante esta situación general, es lícito no sólo estar perplejo sino también resistir, conforme el modelo enseñado por San Pablo (Gál. 2:11).
No se trata de poner en tela de juicio la autoridad pontificia -ante la cual nuestro amor y veneración no deben sino crecer-, mas el propio amor al Papado debe llevarnos a resistir los gestos, declaraciones y estrategias político-pastorales que contrasten con el depositum fidei [Depósito de la Fe] y la Tradición de la Iglesia.
Si bien ninguna herejía puede ser enseñada infaliblemente por los Papas, también es verdad que un Papa puede equivocarse al no hacer uso del carisma de la infalibilidad o al tratar de una cuestión no amparada por éste. Y en tal caso, por amor a la verdad y a la Iglesia, los fieles pueden y deben resistir.
Todo fiel que verdaderamente ama a la Iglesia siente gran respeto y afecto por el Papado, la Sagrada Jerarquía y el magisterio eclesiástico. Tal unión espiritual lo lleva a considerar inimaginable o a admitir al menos como improbable que la Iglesia pueda equivocarse, inclusive en asuntos disciplinarios. Esta actitud psicológica se vio reforzada por el renovado prestigio adquirido por el Papado con la proclamación de los dogmas de la Primacía de Jurisdicción del Sucesor de Pedro y de la Infalibilidad Pontificia, en la Constitución Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I, promulgada por el Beato Pío IX.
A lo largo del siglo XX, sin embargo, y más aún en la crisis que se manifestó particularmente en el Concilio Vaticano II -cuyos episodios más notorios fueron la rebelión de prelados y teólogos progresistas contra documentos pontificios de contenido tradicional, como las encíclicas Humanae vitae y Veritatis Splendor-, una posición equivocada comenzó a expresarse en la actitud de algunos de entre los mejores católicos conservadores. Dicha posición consistía en criticar a los progresistas no tanto por apartarse de la enseñanza tradicional sino por atacar la enseñanza del Papa reinante; de modo que, en el subconsciente de quienes así actuaban, la regla de la ortodoxia dejó de ser ante todo la conformidad con las enseñanzas de la Sagrada Escritura y la Tradición, y pasó a ser la concordancia con el magisterio más reciente como si fuera la suprema regla de fe.
Este desvío, llamado por algunos “magisterialismo” 1 , condujo inevitablemente a una forma de positivismo magisterial muy parecido al positivismo legal. Así como éste sostiene que la ley es ley no por ser justa, sino por haber sido promulgada por la autoridad competente, el positivismo magisterial afirma que, por constituir el magisterio actual la regla suprema, todo lo que el Papa del momento afirme -y los obispos que lo siguen-, tiene que ser verdadero 2 .
Las novedades magisteriales implícitas en el cambio de paradigma del Papa Francisco dieron lugar a esta situación paradójica: mientras los conservadores afectados por el “magisterialismo” quedaban paralizados ante la perspectiva de tener que estar en desacuerdo con el Papa reinante, los antiguos rebeldes se convertían en adalides del magisterio papal.
De hecho, según los prelados, teólogos e intelectuales que favorecen el ralliement [la unión] de la Iglesia con la Modernidad -es decir, con la Revolución anticristiana-, los fieles católicos estarían obligados en conciencia a acompañar el rumbo que el Papa Francisco le ha estado imprimiendo a la Iglesia, y no les sería lícito estar en desacuerdo con sus enseñanzas, o resistir a sus orientaciones y decisiones en esta dirección.
Es síntomático, en cuanto a la controversia relativa a la Comunión a los divorciados vueltos a casar, el que las figuras representativas de la corriente progresista, y otras cercanas al Papa Francisco, hayan afirmado que su visible cambio de orientación sería consecuencia de la acción directa del Espíritu Santo, y que rechazarlo sería , por lo tanto, oponerse a los propósitos de Dios.
¿Es realmente preferible “equivocarse con el Papa, que tener razón contra él”?

⇐Mons. Pio Vito Pinto, Decano de la Rota romana
El caso más significativo es el de Mons. Pio Vito Pinto, Decano de la Rota Romana, quien, en entrevista a Religión Confidencial, declaró que aquellos que expresan dudas con respecto a Amoris laetitia están cuestionando “dos sínodos de obispos sobre el matrimonio y la familia. ¡No sólo un sínodo sino dos! Uno ordinario y otro extraordinario. No se puede dudar de la acción del Espíritu Santo”, concluyó 3 . Así, para la corriente progresista, la oposición a tales reformas sólo puede ser fruto del egocentrismo 4 , de la defensa egoísta de viejos privilegios 5 o simplemente del miedo a abandonar la rutina por temor al cambio 6 .
Esto lleva a los paladines de la corriente progresista a exigir la plena adhesión al nuevo magisterio sin hacer las necesarias distinciones entre los diversos grados de solemnidad de las enseñanzas pontificias y del asentimiento que se les debe. Por ejemplo, en una entrevista a la revista jesuita de los Estados Unidos, el Cardenal Donald Wuerl, hablando de los opositores a la línea seguida por el actual pontífice, dijo: “La Iglesia ‘con y bajo Pedro’ sigue adelante. Siempre hay personas descontentas con algo que pasa en la Iglesia, pero la piedra angular del auténtico catolicismo es la adhesión a las enseñanzas del Papa. La roca es Pedro, la piedra angular es Pedro y, como dice el Santo Padre, es la garantía de la unidad. […] Ellos [los Papas] son la piedra angular de la autenticidad de la fe” 7 .

Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa
Criticando explícitamente a uno de los Cardenales firmantes de las dubia sobre la interpretación de Amoris laetitia, el Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa y Secretario del Consejo de los Nueve para la Reforma de la Curia, en el libro que lanzó en 2017 en Italia, llegó incluso a identificar a la persona del Papa con el Magisterio de la Iglesia: “Él [el Cardenal Burke] no es el Magisterio: el Santo Padre es el Magisterio , y es quien le enseña a toda la Iglesia. Este otro expresa sólo sus propias ideas, que no merecen más comentarios. Son sólo las palabras de un pobre hombre” [sic!]. Y agregó, sin hacer las debidas distinciones, en el párrafo final: “Los Cardenales ‘papables’ que [los conservadores] querían se quedaron allí, mientras que aquel que el Señor quería es el que fue elegido 8 ; así, el disenso es lógico y comprensible, [porque] no podemos todos pensar del mismo modo; sin embargo, es Pedro quien guía a la Iglesia y, por lo tanto, si tenemos fe, debemos respetar las opciones y estilos del Papa venido del ‘fin del mundo’. […] Si dicen encontrar una “herejía” en las palabras de Francisco , están cometiendo un gran error, porque están pensando tan sólo como hombres y no como el Señor quiere . […] “
El Cardenal Maradiaga concluye el prefacio de su libro diciendo que se requiere una lealtad incondicional al ocupante de la cátedra de Pedro: “Antes se llamaba Benedicto, antes de eso se llamaba Juan Pablo II, y de ahí en adelante. Lo que Jesús me pide es que sea fiel a Pedro. Quienes no lo hacen, buscan tan sólo popularidad” 9 .
El ex-Presidente de la pequeña Conferencia Episcopal griega, el Obispo capuchino Fragkiskos Papamanolis, Obispo emérito de Syros, Santorini y Creta, dijo inclusive que los Cardenales que presentaron las dubia, además del pecado de escándalo, cometieron “el pecado de herejía” (¿y de apostasía? Así, de hecho, comienzan los cismas en la Iglesia)”. Y añadió: “Está claro en vuestro documento que de hecho no creéis en la autoridad magisterial suprema del Papa, reforzada por dos Sínodos de Obispos de todo el mundo. Es evidente que el Espíritu Santo sólo os inspira a vosotros y no al Vicario de Cristo, y ni siquiera a los Obispos reunidos en Sínodo” 10 .

Capellán militar P. Christian Venard⇒
Ni siquiera en un asunto tan contingente como la inmigración sería aparentemente lícito disentir del Papa Francisco. El periodista Laurent Dandrieu relata en su libro, citado anteriormente, el expresivo caso del sacerdote y capellán militar P. Christian Venard quien, después de las sorprendentes declaraciones papales que identifican la violencia islámica con la supuesta violencia católica, escribió un primer artículo llamado “El Papa Francisco y la ‘violencia católica’: estupefacción, reflexión y reverencia” 11; la semana siguiente se vio obligado a escribir un segundo artículo llamado” Prefiero equivocarme con el Papa que tener razón contra él”, con el subtítulo “De la necesidad de seguir al Santo Padre bajo cualquier circunstancia” 12 , exceptuando luego, en el cuerpo del artículo, tan sólo el pecado.
Otro ejemplo de promoción de una aceptación incondicional fue brindado por el Teólogo Ashley Beck, Profesor de Doctrina Social de la Iglesia de la Universidad de St Mary’s, en el sureste de Londres. Respecto de Laudato Si, dijo: “Si bien la Iglesia permite opiniones divergentes sobre algunos temas (Laudato Si, 61), no tenemos la libertad de disentir de las enseñanzas de esta encíclica, así como no somos libres de disentir de la doctrina católica sobre otras cuestiones morales” 13 .
¿Qué pensar de estas afirmaciones? ¿Son doctrinariamente aceptables, y objetivas y justas en sí? ¿Es realmente mejor, como dijo el Capellán militar francés, “equivocarse con el Papa que tener razón contra él”? ¿Nos pide el Espíritu Santo que renunciemos a nuestra razón? ¿O, por el contrario, que permanezcamos fieles a las verdades perennes e inmutables de la Fe católica, alimentándonos con el sensus fidei para que, si fuera necesario, resistir a las autoridades eclesiásticas?
El Espíritu Santo no ha sido prometido para predicar una nueva doctrina
No hace falta tener un conocimiento especializado de Eclesiología para comprender que la autoridad y la infalibilidad papales tienen límites, y que el deber de obediencia no es absoluto. Esta posición equilibrada se puede resumir en las siguientes verdades, que son parte del patrimonio intelectual y espiritual de todo católico bien formado:

Obispo Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de Astana: “El Papa es tan sólo el Vicario, no el sucesor de Cristo”
Por la Fe sabemos que, por voluntad expresa del propio Jesucristo, el Papa es la cabeza de la Iglesia visible como sucesor de Pedro, a quien se le dieron las llaves del Reino, lo que explica no sólo todo nuestro amor a él (“el dulce Cristo en la tierra”, como dijo Santa Catalina de Siena), sino también la obediencia a sus enseñanzas y decisiones como Doctor y Pastor Universal del rebaño de Cristo. Pero, como el Obispo Athanasius Schneider, Obispo auxiliar de Astaná, recordó oportuna y concisamente en una entrevista al portal católico Rorate Coeli, “la Iglesia no es propiedad privada del Papa. El Papa no puede decir: “Yo soy la Iglesia”, como lo hizo el Rey de Francia Luis XIV, que dijo: “L’État, c’est moi” [¡El Estado soy yo!] El Papa es tan sólo el Vicario, no el sucesor de Cristo”.14
De hecho, el Papa, cuyo ministerio supremo es el de “confirmar a sus hermanos” en la fe (Lc. 22:32 ), es el primero que debe custodiar, interpretar y anunciar al mundo la Palabra de Cristo, sin agregar ni quitar nada (Deut. 4, 2). Como dijo el Apóstol San Pablo: “Incluso si alguien, nosotros o un ángel bajado del cielo, os anunciara un evangelio diferente al que os hemos anunciado, sea anatema” (Gál. 1: 8). Por eso, en el propio preámbulo de la Constitución Pastor Aeternus , que define la infalibilidad pontificia, el Concilio Vaticano declara solemnemente que “el Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de San Pedro para que éstos, en su revelación, prediquen una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, conserven santamente y expongan fielmente el depósito de la fe, es decir, la revelación heredada de los Apóstoles “. 15
No hay duda de que el soplo del Espíritu Santo “renueva la faz de la tierra” (Sal 103, 30) y conduce a la Iglesia a la plenitud de la verdad (Jn 16:13), valiéndose de su magisterio vivo -y especialmente del magisterio pontificio- para mediar y actualizar la enseñanza divina inmutable. Pero no lo hace en el sentido de enseñar nuevas verdades, sino en el de profundizar aún más esas mismas palabras reveladas que no pasan (Mt 24:35). El magisterio, por lo tanto, no contiene ni propone ninguna novedad, sino que reitera y profundiza de una nueva manera la misma verdad contenida en las Escrituras y la Tradición: non nova sed nove. Así, en el ejercicio del magisterio, debe estar ausente aún la menor sombra de contradicción entre verdades antiguas y nuevas, ya que las verdades contenidas en el depósito de la fe son inmutables, y el progreso en su comprensión debe ser “en el mismo sentido, según una misma interpretación “(Conmonitorio de San Vicente de Lérins, 23) 16 .
La verdad católica no subsistiría, no habría verdadera Tradición, si hubiese contradicción entre una enseñanza o disciplina nueva y una enseñanza o disciplina inmemorial 17
Hay momentos en que es legítimo suspender prudentemente el consentimiento
La infalibilidad de la enseñanza, es decir, la no contradicción con el depósito de la fe confiado a la Iglesia, se le ha garantizado a ésta en sólo dos situaciones bien precisas: a) en las declaraciones solemnes (ex cathedra) del Papa o en un Concilio reunido y aprobado por el Papa; y b) en la enseñanza universal ordinaria de los Obispos en unión con el Papa 18 , es decir, lo enseñado “en todas partes, siempre y por todos” 19. Por lo tanto, las enseñanzas del magisterio cotidiano o auténtico que no gozan de ninguna antigüedad y aportan novedades no están revestidos del carisma de la infalibilidad y, por lo tanto, no constituyen regla próxima de la fe (que no admite ninguna duda). A ellos se les debe dar, no un asentimiento de fe, sino tan sólo un asentimiento religioso de la inteligencia y de la voluntad.
Ahora bien, cuando aparece claramente una contradicción entre una novedad magisterial y la enseñanza tradicional, o cuando una enseñanza o prescripción son claramente contrarias a la razón (como en la cuestión de la inmigración o de la agenda ecológica radical), no es obligatorio “errar con el Papa”, 21 y es perfectamente legítimo suspender prudencialmente el asentimiento 22 e incluso hacerle una “corrección fraterna” 23. Es válido para la enseñanza pontificia o para los gestos o actitudes del Papa lo que Mons. Brunero Gherardini, Decano durante años de la Facultad de Teología de la Universidad de Letrán, declaró, con su profundidad habitual, sobre el magisterio de la Iglesia en general: “El Magisterio no es una super-Iglesia que imponga sus juicios y comportamientos a la propia Iglesia, ni una casta privilegiada situada por encima del pueblo de Dios, una especie de poder fuerte a ser obedecido y punto. … A menudo se hace del instrumento un valor en sí mismo [independiente], y se recurre a él para cortar toda discusión desde su inicio, como si estuviera por encima de la Iglesia, y como si no tuviera ante sí el enorme peso de la Tradición a acoger, interpretar y retransmitir en su integridad y fidelidad” 24 [
La resistencia pública a las enseñanzas erróneas es legítima
Más aún, en casos graves es legítimo resistir públicamente a los pastores, e inclusive al Pastor Supremo, cuando la resistencia privada o el simple silencio obsequioso no resulta suficiente para que los fieles permanezcan fuertes en la fe (1 P 5: 9); para salvaguardar la fe de la Iglesia, o para defender lo poco que queda de los cristianos en los países donde los fieles son ciudadanos.
Numerosos tratadistas de primer nivel reconocen explícitamente la legitimidad de la resistencia pública a las decisiones o enseñanzas equivocadas de los pastores, incluido el Soberano Pontífice. Ellos fueron ampliamente citados en el estudio de Arnaldo Xavier da Silveira llamado “La resistencia pública a las decisiones de la autoridad eclesiástica” y publicado por la revista Catolicismo en agosto de 1969 25 . El primero de estos grandes autores citados es el propio Santo Tomás de Aquino 26 , seguido de San Roberto Bellarmino 27 , Suárez 28 , Vitória 29 , Cornélio A Lápide 30 , Wernz-Vidal 31 y Peinador 32
Analizando los pasajes en que ciertos tratadistas parecen legitimar tan sólo el silencio obsequioso pero no la resistencia pública, el estudio citado muestra que tales autores se refieren a casos ordinarios, pero no a casos extraordinarios en los que se manifiesta un “peligro próximo para la fe” del pueblo cristiano (Santo Tomás), una manifiesta “agresión a las almas” (San Roberto Bellarmino), o un “escándalo público” (Cornelio A Lápide). “Sostener lo contrario sería ignorar el papel fundamental de la Fe en la vida cristiana”, concluye A. Xavier da Silveira, en cuya opinión esto es válido tanto para las enseñanzas doctrinarias como para las decisiones disciplinarias.”
El derecho a seguir el camino de la fidelidad al Evangelio en materia de fe y moral y, en asuntos contingentes, la libertad de conciencia de seguir las propias convicciones (basadas en el análisis de la propia razón), es tanto más imperativo con relación al cambio de paradigma de la Iglesia, promovido por el Papa Francisco y descripto en este trabajo, que abre las puertas a la penetración torrencial de los errores de la Revolución anticristiana en la Iglesia.
Lo expuesto anteriormente significa someter a coacción la conciencia bien formada de millones de católicos, impulsados por las más altas autoridades de la Iglesia Católica a aceptar:
• una nueva Fe que no corresponde, en algunos puntos esenciales, a las enseñanzas perennes de Nuestro Señor Jesucristo;
• los errores de la filosofía agnóstica y relativista de la llamada Modernidad y de la Revolución anticristiana, que es su núcleo; y
• soluciones políticas y socioeconómicas, o hipótesis científicas que no corresponden a las conclusiones alcanzadas después del correspondiente estudio y de una reflexión madura y objetiva.
Esta coacción sobre las almas es aumentada aún más por el hecho de que el Papa Francisco busca a menudo descalificar la actitud de fidelidad a los preceptos del Evangelio y razona con imágenes ofensivas y epítetos que tienen gran repercusión en la gran prensa y favorecen una verdadera “caza de brujas” de aquellos que disienten de la orientación del actual pontificado. “Fundamentalistas”, “rígidos”, “hipócritas”, “duros de corazón”, “legalistas”, “restauradores”, “casuistas”, “contadores del Espíritu”, “pelagianos”, “sombríos”, “pietistas”, “doctores de la ley “,” reaccionarios “, etc., son los epítetos que el Papa Francisco se complace en emplear para estigmatizar, sin nombrarlos explícitamente, a los que critican sus opciones pastorales y las ideas que las fundamentan 33 .
Se aplica al caso lo que el Obispo Athanasius Schneider comentó sobre las discusiones en los dos sínodos sobre la familia: “En la gran crisis arriana del siglo IV, los defensores de la divinidad del Hijo de Dios también fueron llamados ‘intransigentes’ y ‘tradicionalistas’“. San Atanasio incluso fue excomulgado por el Papa Liberio y el Papa lo justificó, argumentando que Atanasio no estaba en comunión con los Obispos orientales, la mayoría de los cuales eran herejes o semi-herejes. En esta situación, San Basilio Magno declaró: “Hoy sólo se castiga severamente un “pecado”: la cuidadosa observancia de las tradiciones de los Padres de la Iglesia. Por ese motivo, los buenos son despojados de su cargo y expulsados al desierto (Ep. 243)”. Mons. Schneider continúa: “En verdad son los Obispos los nuevos Fariseos y Escribas que apoyan dar la santa Comunión a los ‘divorciados recasados’, ya que ellos desdeñan el mandamiento de Dios, contribuyendo a que los adulterios sigan proviniendo del cuerpo y del corazón de los ‘divorciados recasados’ (Mt. 15:19), y porque quieren una solución externamente ‘limpia’ y ellos mismos parecer ‘limpios’ a los ojos de los poderosos (los medios, la opinión pública) 34 .
El derecho de resistencia se convierte en deber cuando el bien común está en juego
Nuestro Señor nos enseña en el Evangelio a “poner la otra mejilla” y “rezar por los que nos maltratan” (Mt 5, 39,44). Estamos seguros de que, individualmente considerados, esos millones de católicos perplejos aceptan resignadamente la coacción a la que se someten sus convicciones racionales y su integridad moral. Pero pueden, y a veces deben hablar cuando dichos ataques ponen en peligro no sólo su propia fe, sino también la de millones de católicos más débiles, e incluso la propia existencia de sus naciones. Situados ante la alternativa de cruzar resignadamente los brazos para no disentir del Papa Francisco, o resistir a sus opciones pastorales y sociopolíticas, pueden, por una cuestión de conciencia, sentirse obligados a “resistirle de frente”, como San Pablo resistió a San Pedro (Gal 2, 11-14).





