Esta imagen, que se encuentra en el exterior de la célebre Sainte Chapelle, en Paris, transmite bien la idea de quien fue San Luis IX.
Se ve en él una indiscutible majestad real. No la de un soberano agresor y anexador de tierras que no le pertenecen; sino la de un Rey defensor tranquilo y firme de sus derechos. Seguro de la convicción de que tiene derecho a mandar sobre las tierras que recibió de su antecesor.
En ese sentido, un monarca guerrero que va a la guerra si fuere necesario -como es su deber- para mantener la integridad de su reino. De este modo, su fisonomía traduce una determinación, una decisión, muy bonita.
La corona que ostenta no alcanzó todo el desarrollo de las coronas posteriores. Pero el tamaño de las flores de lis y de la diadema le dan una belleza tal que se puede plantear si las coronas posteriores, cerradas y rematadas por una cruz, son realmente más bellas que ésta.
La corona, sumada a la fisonomía y a la actitud del cuerpo, dan la impresión de una calma, una seguridad en la defensa de sus derechos, que caracterizan al Rey cruzado, al Rey batallador.
San Luis tuvo que emprender numerosas guerras durante su reinado, pero supo orientar esas lides de tal manera que no sólo salió victorioso en ellas sino algo más aún: en la relatividad de las cosas de la Edad Media, se puede decir que el suyo fue un reinado de paz.
♦ El 25 de agosto es la fiesta de San Luis Rey de Francia
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