Nobleza y élites en América Española – Trayectoria de la élite rural y urbana: una “aristocracia de tono menor” – El señorío “feudalizante” y patriarcal del hacendado – 8ª nota

28/03/2014

D José Sarmiento Virrey criollo de Mx Conde de Moct y Tula

El Virrey criollo de Méjico, D. José Sarmiento de Valladares,  Conde de Moctezuma y Tula

Nobleza y élites tradicionales análogas en América Española: origen, desarrollo, situación presente

Parte II – Siglos XVII y XVIII: renovación y gradual definición de caracteres

B – Trayectoria de la élite rural y urbana en Hispanoamérica: configuración de una “aristocracia de tono menor” (ítems 3 a 5) – Nota 8ª

 D Antonio de Mendoza Virrey de MxD Antonio de Ulloa sabio y Gobdor de Louisiana

D Fco de Larrea e hijos Gdor de Oaxaca por Jose Paez

Ilustraciones: (arriba) Don Antonio de Mendoza,  Conde de Tendilla, primer Virrey y Capitán General de Méjico

(abajo, izquierda) Retrato del Gobernador de Oaxaca, D. Francisco de Larrea, y sus hijos, por José Páez (Museo de América, Madrid)

(abajo, derecha) D. Antonio de Ulloa, gran marino y sabio español, Gobernador de Louisiana

B – Trayectoria de la élite rural y urbana en Hispanoamérica:

 Configuración de una “aristocracia de tono menor”

La política del Consejo de Indias fue “establecer una aristocracia de tono menor nutrida por letrados, nobles segundones e hijosdalgo enriquecidos, que alrededor de los virreyes y autoridades significaron un traslado del plano social de España” (Lohmann Villena, p. 78, n. 1).

Se pretendía impedir que la nobleza en Indias se expandiese fuera del control de la Metrópoli y destilase estirpes de gran poder e influencia.

3. De la encomienda a la gran hacienda: se define el señorío rural hispanoamericano

Durante los siglos XVI y XVII, la Corona no otorgaba grandes latifundios para evitar que se forme “una casta” de “propietarios latifundistas” con prestigio como para “constituir una nobleza territorial” (Konetzke, íd., n. 5). Ser grandes propietarios “les colocaba en el umbral del estado Noble” (Lira Montt), lo que estimuló la creación de una clase definidamente señorial de terratenientes.

La extinción de muchas mercedes de encomiendas determina un cambio de fisonomía, que se acentúa en el siglo XVIII. Los antiguos encomenderos, privados de ellas , buscan la forma de escapar al naufragio haciéndose hacendados, uniéndose en matrimonio con familias de nuevos ricos, y organizando la explotación de tierras baldías o “realengas” (V. Roel, p. 80, n. 3).

La transición de la encomienda a la hacienda se dio con naturalidad. Los indios trabajadores de las encomiendas continuaron percibiendo salario. Había trabajadores voluntarios, y medieros. Los antiguos encomendados, buscando protección, se radicaron en las haciendas, recibiendo casa y tierra de labranza a cambio de servicios. Este sistema para-feudal de “allegados” fue el preferido. Una variante fue el “yanaconazgo” de los que se niegan a trabajar en mitas mineras. Se refugian en las haciendas bajo protección del propietario, que los emplea  como aparceros,   prestando algunos servicios domésticos en casa del patrón. Este, en contrapartida, se obliga a defenderlo ante terceros o la burocracia, con marcado carácter paternalista, semejante al feudalismo (V. Roel, íd., n. 2).

4. Señorío “feudalizante” y patriarcal del hacendado

Así se va formando la gran hacienda hispanoamericana. Característica común será el prestigio y virtual señorío que confieren al propietario sus connotaciones patriarcales y feudales. La evolución de las élites análogas hispanoamericanas alcanza con ella su apogeo histórico.

Habitualmente se compone de un conjunto de viviendas alrededor de una plaza, en que se destaca la casa-hacienda o del mayorazgo. Hay además una serie de instalaciones para procesar los productos del campo: molinos, bodegas, ingenios, trapiches, etc.

La hacienda tiende a bastarse a sí misma; recrea, centrada en la figura patriarcal del propietario, la sociedad heril de tiempos feudales. El estilo de vida de la élite rural es “feudalizante” (Phelan, p. 82, n. 2). Esto se expresa de múltiples formas, como la autoconcesión del título de “señores” de sus dominios pese a no existir señorío jurisdiccional. La costumbre se propagó por todo el Imperio. En México, la encomienda de Tecamachalco vinculada al mayorazgo del Valle de Orizaba, se mantuvo en poder de sus sucesores como señorío hereditario; la familia usaba entre sus títulos el de “Señores de Tecamachalco” (Ladd, p. 82, n. 3). En el Tucumán, la familia Brizuela y Doria, detentora del mayorazgo de San Sebastián, continuó usando hasta entrado el siglo XX el título de “Señores de San Sebastián de Sañogasta”; el estanciero Candioti y Cevallos, dueño de inmensas extensiones en el Paraná, era conocido como el “príncipe de los gauchos” (Sáenz Quesada, p. 82, n. 5).

Esos visos de feudalidad se hacen más evidentes al considerar su aspecto militar. En las extensiones americanas, los grandes hacendados debían mantener, como los señores de las marcas fronterizas feudales, hombres de armas propios, para enfrentar incursiones de indios de guerra. En regiones pacificadas, comandan milicias, frecuentemente mantenidas a sus propias expensas.

La conjunción de trazos militares y relacionamiento personal con su  gente es lo que más puede ser considerado “feudalizante”. En las vaquerías, los señores territoriales rioplatenses arman ejércitos particulares para abatir rebaños y defenderse de las incursiones de portugueses y tupíes. El estanciero dirige la faena ganadera y las operaciones militares, surgiendo así un “nuevo tipo de feudalismo” (Morquio Blanco, p. 83, n. 2).

Este tardío vestigio del señorío rural y militar de los nobles medievales, se volverá más expresivo aún en la primera mitad del siglo XIX.

5. Evolución de los municipios hacia una aristocracia urbana

Paralelamente, en las ciudades los cabildos toman una fisonomía cada vez más definidamente aristocrática. Transformación trascendental si se considera que la colonización es esencialmente urbana.

En general, la élite es ciudadana; poblar equivale a urbanizar: la civitas hispanoamericana domina la vida socio-cultural, y al crecer su importancia crece la del cabildo, su institución rectora.

Foros representativos de la aristocracia criolla, reúnen el poder de decisión sobre lo que atañe a la vida pública, espiritual y temporal de la región. Sus cargos se revisten de honras y privilegios nobiliarios, expresión de preeminencia social reforzada por dos características ennoblecedoras: perpetuidad y hereditariedad.  El cargo de cabildante o regidor quedó prácticamente “reservado a la Nobleza de Indias” (Márquez de la Plata y Valero de Bernabé); (p. 84, notas 5; 6).

Análoga evolución sufre el Cabildo Abierto, suerte de asamblea plenaria de vecinos para situaciones excepcionales, tendiente a ser  una “corporación cerrada de notables” (Konetzke, p. 84, n. 7).

El Cabildo de Lima adquiere tal preeminencia  que su procurador es recibido por el Rey con honras de Embajador (Riva-Agüero y Osma, p. 85, n. 1).

La Corona intervino para contrarrestar el creciente poder de esos cuerpos municipales. Se crean los cargos de corregidor y de alcalde mayor, como representantes del poder central -s. XVIII-, y  el del todopoderoso intendente, jefe administrativo regional típico del absolutismo borbónico; el poder de los cabildos declina paulatinamente.

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Salvador de Madariaga sintetiza la obra colonizadora de España en los reinos de ultramar americanos con el término “ennoblecer”. Lo vemos en esta galería de ilustres gobernantes, oriundos de la Península o de América.

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