La Reina y la “niña de oro” – Rincón de la Conversación

05/12/2016

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El Rincón de la Conversación


“¡Qué bonita!¡Qué bella!¡Qué gracia inocente!” Una gran intimidad y afectividad brota de esta escena. La niña, candorosa y suave,  le habla a la señora mirándola con admiración y cariño, dándole los tesoros de su inocencia, de su alma dorada como la miel de su pelo, de un rubio pálido con destellos de oro, tocado con simplicidad y gracia por un moño de terciopelo azul.

Viene al alma una impresión de frescura inmarcesible.

Natural, calma, junta las manos con limpieza de espíritu, ternura y veneración. Conversa con una señora que despierta en ella profundos sentimientos, con su bondad y elegancia.

La “niña de oro” nos muestra al vivo la escena del amor del Sagrado Corazón por los niños que relata el Evangelio.

Resuenan en el alma ecos de una campanada, de una Capilla en lo alto de una aldea rodeada de afiladas cumbres nevadas, con sus trigales, sus casas de roble cuyos nombres ancestrales en letras góticas cuelgan de artesanales herrajes, todo con la suavidad de un villancico, con la presencia de aldeanos y de caballeros, de damas elegantes y de campesinas que visten ufanas trajes bordados con encanto e imaginación, que vienen de adorar al Niño Dios…

La señora corresponde con gracia al encanto y admiración de la niña. La mira como si fuera una hija, inclinándose con bondad y ánimo de protección, con una límpida sonrisa sin sombras, haciéndole sentir que para ella no hay nadie más en el mundo, en ese momento, que el ser angelical que acaba de regalarle un ramo de delicadas flores.

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En verdad, al soplo de las antiguas tradiciones, la señora es en cierto sentido su madre, pues se trata de Matilde, Reina de Bélgica. Reina en un mundo tan disonante de los valores de la monarquía católica -aún la existente en estos timpos…- que parece un milagro que se trate de una escena real y actual.  

Pero en las misteriosas y promisorias continuidades de la civilización cristiana, de renovado arraigo en la Europa del III milenio,  el Rey sigue siendo de algún modo el padre de su pueblo y la Reina, la madre. Lo tenemos ante nuestros ojos….

Agradecemos al amigo que tuvo la iniciativa de hacernos llegar esta foto, rica en altos valores cristianos, doblemente valiosa por tratarse de una “perla fina” en medio de un día a día reflejado en un noticiero poblado de escenas poco dignificantes y espectáculos vulgares, indecentes o tenebrosos. En el que nada, o muy poco, se encuentra que dé gloria a Dios y haga bien a las almas, como la escena de la Reina y la “niña de oro…”

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Estas tradiciones existen también con juvenil vitalidad en nuestros países hispanoamericanos, que fueron monarquías –los reinos de ultramar de España-,  sin hablar de Portugal, que dio a luz un Imperio con una tradición viva que continúa en la Familia Imperial de Orléans y Braganza.saliendo-de-la-iglesia-de-san-vicente-de-nonogasta

Para ceñirnos a los de origen hispano, se intentó hacer olvidar que tuvieron su Nobleza, presente en las crónicas hasta las primeras décadas del siglo XIX.

san-vicente-nino-dios-eucaristico-n-sra-de-fatimaPaíses en los cuales, como enseña Pío XII, florecieron élites al servicio de la cosa pública prestando además el gran servicio de ser una fuente de cultura y elevación, de buena educación y de Fe,  altamente beneficiosa para el pueblo (como enseña la doctrina católica sobre la misión de la Aristocracia: ver Apéndice IV de Nobleza y élites; ver también Apéndice hispanoamericano, en los archivos de este Boletín).

En los pueblos  más antiguos -y también en las ciudades más tradicionales- es frecuente encontrar familias descendientes de fundadores y primeros pobladores, de guerreros y cabildantes, que luego –ya en tiempos de la república- continuaron prestando preciosos servicios al Estado.

Aquí tenemos un ejemplo de estas tradiciones, que mencionamos en el “Rincón” anterior: las fiestas patronales de San Vicente Ferrer de Nonogasta, el varonil santo que alertaba contra el incipiente neopaganismo revolucionario que se difundía como una lepra renacentista. Por su voz de trueno, simbolizada por la trompeta de plata, era llamado el Angel del Apocalipsis.

En las tradicionales fiestas, los devotos llevan en andas la Imagen para ser “vestida” en la señorial casa paterna de la familia Gordillo Dávila.

Fieles a la tradición heredada de sus ancestros, vemos a miembros de la familia llevando en andas la artística talla del Patrono, acompañado por otras imágenes que manifiestan la sed de Fe y tradición del pueblo riojano, gran familia de la que la “aldea señorial” de Nonogasta –como la llamaba don Joaquín V. González- es un baluarte.

Agradecemos mucho también a nuestros amigos nonogasteños por las valiosas imágenes que muestran su invalorable tradición.  

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