La nueva aristocracia – Prudente renovación y tradición (6ta. nota)

25/03/2019


Comentado por el autor de Nobleza y élites tradicionales análogas, Prof. Plinio Corrêa de Oliveira

8. La nueva aristocracia

También trata el esquema sobre aquello que llama “nueva aristocracia”.

Si se desea tener una idea exacta sobre la necesaria pero prudente renovación de las aristocracias, hay una metáfora que describiría el hecho con casi entera precisión: el método de purificación en ciertas piscinas contemporáneas. En ellas el agua se renueva incesantemente, pero de un modo tan gradual que pasa desapercibido, o casi desapercibido, para quienes tratan de observar el fenómeno. Se trata, pues, de una renovación auténtica. Sin embargo, la masa de agua está lejos de fluir rápidamente, y menos aún con una precipitación torrencial, impetuosa, revolucionaria podría decirse.

“Con casi entera precisión”, hemos dicho un poco antes, y no, “con entera precisión”, pues en la piscina, la renovación, por más lenta que sea, tiene por objetivo el desaguar de toda la masa de agua, mientras que en la renovación de la Nobleza no es precisamente eso lo que se debe desear; por el contrario, cuanto más lenta ésta sea, tanto mejor será. En efecto, la Nobleza está tan vinculada a la tradición por su propia naturaleza por lo que lo ideal sería que el mayor número posible de familias nobles se conservara indefinidamente por los siglos de los siglos, bajo la condición de que esto no se diese en beneficio de elementos esclerosados, muertos, momificados y, por tanto, incapaces de participar de manera válida en el acontecer ininterrumpido de la Historia.

Esta metáfora corresponde a lo que se ha dicho sobre esta misma materia en el presente libro, [4] y entra en entera sincronía con todo lo que se encuentra a ese respecto en la citada obra del Cardenal Herrera Oria.

“Siendo la aristocracia elemento necesario de una sociedad bien constituida, parece natural, como principio práctico, que se salven las aristocracias históricas, que de ordinario conservan grandes virtudes; y que al mismo tiempo se creen otras aristocracias.

“La aristocracia no puede ser cerrada. Una aristocracia cerrada se hace casta, que es la antítesis de la aristocracia, porque la casta como tal no conoce el principio de la caridad, que es el alma de la aristocracia.

“Desgraciadamente, no pocas veces el virus mundano, al infiltrarse en los medios aristócratas, convierte a éstos en círculos herméticos.

“El gran problema moderno en este campo es precisamente rehacer las clases aristocráticas y crear nuevas formas de aristocracia.”

De ahí nace una pregunta: si una aristocracia ha decaído, y sus miembros ya no son los mejores sino los peores, ¿qué se debe hacer?

Sería preciso crear nuevas clases aristocráticas, sin omitir que se haga lo posible para rehabilitar a la antigua aristocracia: Queda entendido, sin embargo, que si ésta no se deja levantar conviene no pensar más en ella. Si la aristocracia degenera, al cuerpo social le corresponde la misión de engendrar alguna otra salida para la situación, lo que se hará, en la mayor parte de las ocasiones, de modo instintivo y consuetudinario, buscando el apoyo de los elementos sanos que componen la sociedad.

Decimos “instintivamente” porque en las situaciones de emergencia son habitualmente más eficaces el sentido común y las cualidades del pueblo que los planes, a veces brillantes y seductores, de soñadores o burócratas, constructores de “paraísos” y “utopías”, los cuales, por no estar fundados en la realidad, sólo generan, en la mayor parte de las veces, fracasos y decepciones.

                                                                               

Pero si en la aristocracia no existen “mejores”, si no hay en la plebe quien quiera asumir, en virtud del principio de subsidiariedad, la misión de propulsar hacia lo alto, y si en el propio clero se nota una carencia análoga, parece levantarse un problema: ¿Cuál es, entonces, la forma de gobierno que puede evitar la ruina de esa sociedad, de esa nación?

Para resolver este problema no han faltado quienes se hayan puesto a elucubrar soluciones políticas en virtud de las cuales un gobierno supuestamente compuesto de hombres buenos conseguiría resolver la gran cuestión de un modo casi mecánico y desde fuera de un cuerpo social que no está en buenas condiciones.

Ahora bien, cuando todo el cuerpo social no está en buenas condiciones, el problema es pura y simplemente insoluble, y la situación se configura como desesperante: cuanto más se intenta remediarla, tanto más se enreda en sus propias complicaciones y acelera su propio fin. Las situaciones desesperantes sólo pueden resolverse cuando un puñado de personas con Fe, esperando contra toda esperanza —“contra spem in spem credidit” (Rom. IV, 18), elogio que San Pablo hace de la Fe de Abraham— continúa esperando y esperando; es decir, cuando almas llenas de Fe recurren humilde e insistentemente a la Providencia para conseguir de ella una intervención salvadora. “Emitte Spiritum tuum et creabuntur, et renovabis faciem terrae” [5] (Antífona de la fiesta de Pentecostés).

Sin ello es vano esperar que alguna forma de gobierno, sociedad o economía, la salve. “Nisi Dominus custodierit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam” [6] (Ps. CXXVI, 1).

El denso esquema sobre aristocracia que acabamos de comentar, extraído de la significativa obra elaborada bajo la dirección del Cardenal Herrera Oria, termina con las siguientes consideraciones:

“Decir, pues, que hacen falta almas aristocráticas en nuestros días, es decir que hace falta una clase que se eleve sobre las demás por su nacimiento, por su cultura, por sus riquezas, pero antes que nada y sobre todo por sus virtudes cristianas y por su misericordia sin límites.

“Aristocracia sin reserva abundante de virtudes cristianas perfectas es rótulo vacío, historia sin vida, institución social decaída.

“Su amor, su espíritu y su vida han de ser el espíritu, la caridad y la vida de Cristo.

“En definitiva, sin perfección cristiana habrá aristocracias de hecho y de fachada, pero no aristocracias auténticas, de obras y de derecho.”

Si el lector toma en su sentido propio y natural estas últimas palabras del esquema, se dará cuenta de que está contenido en ellas un juicio sobre la aristocracia del tiempo en que el Cardenal Herrera Oria publicó su obra: “Hace falta una clase que se eleve sobre las demás por su nacimiento…”; es decir, la aristocracia de aquellos días, en concreto, no cumplía esa misión, su misión.

Si el esquema contuviese un elogio sin reservas a la aristocracia de su tiempo no hay duda de que sería acribillado con objeciones de unilateralidad, diciendo que, aunque la aristocracia tiene notables cualidades, tiene también graves defectos. Ahora bien, el presente juicio peca por unilateralidad, pero en sentido opuesto. A favor de la verdad histórica ha de decirse que si bien la aristocracia de los años 50 mostraba tener numerosos defectos, es imposible negar que afloraban en ella señaladas cualidades.

NOTAS

Las notas 1 a 3 corresponden a las anteriores publicaciones de este Apéndice IV de “Nobleza y élites tradicionales análogas…”, que pueden ubicarse en el buscador (“search”)

[4] Cfr. Capítulo VII, 9.

[5] Enviad vuestro espíritu y todo será creado; y renovaréis la faz de la Tierra.

[6] Si el Señor no guardare la ciudad, en vano vigila el centinela.

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