“Y hallaron que la Mari López los había guardado muy bien con su espada y su rodela” – Rincón de la Conversación

13/05/2016

004 Título Rincón de la Conversación Mari Lopez espada

 

Hablábamos en el Rincón anterior de los primeros pobladores católicos de nuestro territorio, que merecen considerarse, con otros héroes de envergadura, Padres de la Patria. Y también tenían a su lado las sufridas y heroicas Madres de la Patria –que no estaban ociosas.

El sexo débil no podía darse el lujo de serlo en el Tucumán acosado por los calchaquíes – ni era propio de aquella España en que Santa Teresa exhortaba a sus monjas del Carmelo a ser fuertes como hombres.

La hoy olvidada Córdoba del Calchaquí, en el N.O. argentino,  tenía sentencia de muerte. Era una audaz avanzada en el valle famoso donde la ciudad hispánica no podía penetrar. Don Juan Calchaquí padre así lo había decretado. Su hijo, en cambio, tendría la gracia de abrirse al apostolado del Padre Barzana, “indio con los indios”, y de beneficiarse de la amistad de un varón de la talla de Juan Ramírez de Velasco, apostólico fundador de ciudades.

Cortadas estaban las acequias y rodeada la ciudadela de enemigos. Sólo quedaba encomendarse a la Virgen y jugarse el todo por el todo.

El hecho emociona: las mujeres de Córdoba de Calchaquí decidieron morir junto a sus maridos. En un descuido de los indios, cargan sobre ellos. Las señoras combaten con espada y rodela, “estimando por menos infortunio morir con las armas en las manos al lado de sus consortes. Con un coraje precipitado se echaron sobre los bárbaros en un momento de descuido, y desde el primer encuentro los arrollaron” en increíble victoria (*).

La posterior destrucción de Córdoba del Calchaquí se debió a la saña y violación de la palabra dada por “el pérfido cacique” don Juan Calchaquí. En esa ocasión -la postrera de la noble ciudad- los pobladores intentaron abandonarla en las tinieblas de la noche, pero los llantos de las criaturas alertaron a los sitiadores.

El legendario Hernán Mexía de Mirabal con seis compañeros se abrió paso  “por entre una espesa multitud”, logrando escapar y llegar a la también desaparecida Nieva. Fuera de él, “ninguno escapó con vida”.

Matrimonio español

Entre estas mujeres de espada y rodela, debemos recordar con admiración a Mari López, heroína de la “Gran Entrada”. Su marido la había entrenado en el manejo de esas armas. Buen ejemplo de armonía conyugal y vigilancia…

Estaban rodeados por indios belicosos, en número muy superior. El plan era arriesgado. Abandonar el real para atacar primero, antes de ser arrasados por un enemigo muy superior en número, dejando a un soldado solo para custodiar unos curacas que estaban de rehenes. Se ofreció un valiente, de nombre Juan Gil, para la osada misión.

¡Qué temple el de esas mujeres! ¡Qué confianza en el amparo de la Providencia, pues eran conscientes de ser –con sus más y sus menos- portaestandartes del Redentor en tierra de paganos a convertir! Cuando Mari López lo oyó, protestó:

“No es tiempo -dijo- de que los hombres tengan las manos quietas. El oficio de guardián ahora me pertenece a mí. Yo sabré guardar a los curacas con mi espada y mi rodela”.

Podemos imaginar su angustia, cuando, sola en el real, custodiando a cuatro curacas,  en cierto momento ve a los indios invadir el campamento, armados con arcos, porras y medias lanzas.

Imaginamos a alguna actriz hollywoodiana dando un alarido y cayendo desmayada. Pero Mari López se mantuvo al acecho y los prisioneros no osaron dar la al-arma.

Fue un gran alivio oir, desde el lugar que los invasores indígenas menos esperaban, el glorioso grito de guerra:

“¡Nuestra Señora, Santiago y a ellos!”

Se dio un gran entrevero. “Al fin triunfaron las armas, la astucia y el brío de los españoles, y los aborígenes se dieron a la fuga…” .

“Cuando se dio por concluida la pelea, los victoriosos fueron a ver cómo estarían los curacas presos… . Llegaron al lugar y ‘hallaron que la Mari López los había muy bien guardado con su espada y su rodela’ ”  (*).

 ¡Qué alto honor cristiano pertenecer a la gran familia argentina, descendiente de tales padres y madres, cuya sangre se cruzó tempranamente con la de los naturales, como anhelaba Isabel la Católica!

Que la Virgen de Luján, Reina y Patrona de esta tierra mariana, nos dé la gracia de estar a su altura en la defensa de nuestra identidad, ante las maniobras insidiodas y masificantes de la Revolución anticristiana y sus agentes, velados o declarados, evidentes o embozados…

 Soldados de la conquista foto 1

Relato extraído de “Devisadero” de luces doradas, en “…aquel reino del Tucumán”;  pasaje basado en datos historiográficos de Teresa Piossek Prebisch, “Los Hombres de la Entrada”, 2ª ed., pp. 133-4.

 

 

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