Aguas de oro, púrpura pontificia, maravillas de los santos – Rincón de la Conversación

13/09/2014

024 Rinc de la Conversac septiembre 2014

Inocencio

El santo del cisnetermas-de-rio-hondo

 

Cuántos tesoros vienen a buscarnos todos los días, a llamar suavemente a las puertas del alma para regalarnos con lo maravilloso. Lo recuerdan esos versos tocantes de Lope de Vega:

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

…el rocío, el hielo frío, el ángel, las purísimas plantas, la hermosura soberana… ¿no hay para llenar una canasta en un bosque paradisíaco, acompañados por el ángel de la guarda?

Imaginemos que estamos en las aguas doradas que aquí vemos, que atravesaron las puras plantas del “sol del Tucumán”, San Francisco Solano. Pues se trata de Río Hondo, donde hizo  bajar las aguas para aliviar los viajeros que estaban varados de un lado y otro del río, diciéndoles, con hidalga gracia montillana: “ahí tenéis a vuestro río hondo…”

Algo de la magia del Apóstol de América parece estar vivo y presente en ese torrente de un dorado bíblico, que incendia las aguas, el monte poblado de garzas y aves musicales que se esconden y juegan en las nubes…

San Francisco, hijo espiritual del Seráfico Buenaventura, era un contemplativo. Su principal ejercicio era admirar esos tesoros y por medio de ellos intuir la imagen grave y bondadosa del “Gran gentilhombre que está en los Cielos”, como decía Chateaubriand.

Encantarse en las salas y bosques de ese Gran Señor “qui est aux Cieux…”

Fue “el sol del Tucumán” sin duda un precursor de otro contemplativo del Siglo de Oro, que se alimentaba con la Légende Dorée inagotable de la vida de los santos, dotado de un ojo-vitral, que captaba creando, que nos legó el retrato de San Hugo de Lincoln que aquí vemos, santo misterioso y desconocido que domó al formidable Ricardo, el de Corazón de León, pues era  casi tan noble como un rey, y se educó en las ricas soledades conventuales junto a su padre, Conde en Borgoña, en esos tiempos en que los hombres iban en pos de los apóstoles de la sublimidad.

Zurbarán nos lo representa como un silencioso que pasa como una sombra luminosa, tocando lo sobrenatural del cáliz con naturalidad, acompañado del legendario cisne de Stowe, que siempre lo seguía, y lo protegía mientras dormía.

Salimos de las brumas de Inglaterra y pasamos al resplandor romano. En una de las salas encontramos el retrato de un Papa. No está absorto en la contemplación, como el cartujo de Lincoln. Lo ha retratado el enviado del Rey de España. En tal carácter y con hispana grandeza, Diego Velásquez no acepta que Su Santidad Inocencio X le pague más que lo convenido, como era su deseo para retribuir la excelencia del cuadro. Acepta, sí, agradecido y honrado, la medalla de oro del Vicario de Cristo.

La mirada del Papa es serena, penetrante y paternal. Su trono, rico y sobrio al mismo tiempo, realza la majestad de su oficio, sublimado por la púrpura  que, como una montaña protectora  de seda, representa altos valores, regios y sumamente humildes, por aquello de San Agustín: “ubi humilitas, ibi majestas”. “Donde está la humildad, ahí está la grandeza”, dos virtudes reversibles.

Oro de los Reyes Magos y oro del sol en las aguas; cisne protector, con aire de ángel. Ascético santo capaz de enseñarle majestad a los soberanos, al servicio del Rey de Reyes.

Son algunas melodías y colores que acuden al alma que nos prodiga Aquel que dijo: “Vine para que tengáis la vida y la tengáis en abundancia”. Y en prueba de ello nos dio su preciosísima sangre y nos regaló a Aquella de quien enseñan los santos que es insondablemente bella, pues es “la obra maestra de la Creación”: “Hijo, he allí a tu Madre”. ¿Nos faltan tesoros…?

 

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