Revolución y Contra-Revolución en las tres Américas (II) : Siglos XVII y XVIII: Renovación y gradual definición de caracteres – América española: gran diversidad, sólida unidad, profunda catolicidad – 7ª nota

14/03/2014

La Virgen amparando las clases mejicanas

 

Nobleza y élites tradicionales análogas – Revolución y Contra-Revolución en las tres Américas – Parte II: SIGLOS  XVII y XVIII: Renovación y gradual definición de caracteres–América española, gran diversidad, sólida unidad, profunda catolicidad (7ª nota)

 

A – América española: gran diversidad, sólida unidad, profunda catolicidad

La fisonomía de las unidades políticas comienza a presentar rasgos propios y peculiares, acentuados por las enormes distancias, y surge gran variedad de tipos humanos regionales. Las diferencias son acentuadas por circunstancias ambientales e históricas. En Chile, por la conquista y la guerra de Arauco, se forma una aristocracia militar de viejas familias de hidalgos y soldados; otro tanto se da en el Tucumán. En el pacificado y ameno Perú se forma una sociedad culta y brillante.

La variedad se mantiene en la unidad por un triple factor unificador e inapreciable: la unidad de cultura, lengua y religión; fenómeno excepcional que abarca aun la América portuguesa.

1. Religión Católica, el gran factor unificador del “Continente de la Esperanza”

La mayor fuerza vinculante en América radica en el factor religioso: la unidad se debe al celo apostólico de los Papas más la preocupación misionera de los Reyes, cuya política de poblamiento libra al continente de las herejías. Por ello exigen “limpieza de sangre”, “no tener ascendencia de moro ni renegado, ni judío”. Así aparece a los ojos del mundo como el Continente de la esperanza, al decir de Pío XII (p. 74, n.3).

2. El bien común espiritual y la fisonomía católica de la nobleza hispanoamericana

La dedicación de las élites tiene centros de atención diferentes de los que tenían sus antepasados: en lugar de musulmanes a expulsar, aborígenes por someter, convertir y civilizar.

Hubo enfrentamientos militares con tribus recalcitrantes en su paganismo, en su mayoría de poca duración. Mantienen el uso de las armas contra sublevaciones como las de Túpac Catari o los Calchaquíes,  y en la resistencia a los piratas; pero su prioridad pasa a ser el apoyo  a la acción misionera, secundando a los reyes.

El resultado será prodigioso: “el hecho colosal de que, un siglo después del descubrimiento, América era virtualmente católica” dirá expresivamente Pío XII. Consideremos que Europa, con un territorio diez veces menor, tardó diez veces más en ser evangelizada. Proeza sin igual en la Historia: “las naciones del continente latinoamericano… nacieron cristianas”, dirá Juan Pablo II (p. 76, n. 1 y 2).

Las nuevas elites cooperaron para este estupendo resultado, favorecidas por las gracias del extraordinario movimiento de renovación, la Contrarreforma, coronada por el Concilio de Trento.

Su  efecto  regenerador  no tarda en hacerse sentir. Desvíos que el espíritu renacentista había introducido –hedonismo, jactanciosa autosuficiencia humanista- son combatidos y rectificados por un clero empeñado en establecer aquí una auténtica Cristiandad.

Sobresale el noble obispo, inquisidor y reformador, Santo Toribio de Mogrovejo y una pléyade de heroicos prelados misioneros, consagrados a la expansión del Reino de Cristo entre los aborígenes y a la reforma de costumbres en las nuevas cristiandades. Ejemplo característico fue el apostolado de San Francisco Solano con la población de Lima, después de haber catequizado durante más de tres lustros el Alto Perú, el Paraguay y el Tucumán.

El resultado de esta prodigiosa acción misionera sobre las clases dirigentes hispanoamericanas es que en ellas se imprimió una profunda marca de catolicidad.

Pertenecieron a las élites hispanoamericanas glorias de la Iglesia como S. Rosa de Lima, S. Mariana de Jesús Paredes y Flores, S. Roque González de Santacruz, S. Miguel Febres Cordero, S. Teresa de los Andes, y una larga lista de almas santas, como la Sa. de Dios Ma. Antonia de Paz y Figueroa, el “Virrey penitente” de Nva. Granada, el presidente-mártir Gabriel García Moreno, el héroe cristero Luis Segura Vilchis, que ofrenda su vida intentando salvar la del famoso P. Pro, y tantos otros.

Muchos nobles ilustran el Episcopado y el Clero; no pocos testimonian su fe con el martirio, como el famoso hidalgo tucumanense  Pedro Ortiz de Zárate, de estirpe conquistadora, que organiza a su costa una expedición misionera a los chiriguanos, y es martirizado por los tobas.

 

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