Clarinadas – San Clemente María Hofbauer, Patrono de Viena – Un apóstol contrarrevolucionario –

14/03/2014

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Clarinadas

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Retrato del santo tomado de:

“Der heilige Klemens Maria Hofbauer – Ein Lebensbild”

Johannes Hofer C.SS.R. – Freiburg im Breisgau 1923 – Herder

A la derecha y abajo: maravillosos ambientes del Imperio Austro-húngaro, que San Clemente amaba desinteresadamente, por amor a Dios y a las esencias cristianas originadas en el Sacro Imperio


Sala celeste de Schonbrunn
San Clemente María Hofbauer,
un apostol contrarrevolucionario
Reedificó los restos vivos del Sacro Imperio
en la tormenta post- Revolución Francesa

Pocos conocen las luchas y aventuras de San Clemente María Hofbauer, elevado a los altares por San Pío X, y por él designado Patrono de Viena.
Fiel a la doctrina de los Papas sobre formas de gobierno, defendió el Imperio católico y luchó contra las tendencias e ideas de la Revolución igualitaria (*), que por manos de Napoleón  -a quien llamaban “el Anticristo”- acabó con el milenario Sacro Imperio Romano-Germánico. Continuador de éste fue el Imperio Austro-húngaro, cuna y teatro de acción de nuestro santo. (*) v. “Revolución y Contra-Revolución” del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, ed. digital.

Su familia campesina le brindó una eximia educación en la Fe, llena de encantadoras tradiciones, basada en el espíritu de cruz, la virtud de la confianza, la devoción al Rosario y la Historia Sagrada.
De niño, cuando se narraban hechos heroicos en clase transbordaba de entusiasmo y daba vivas al héroe. A veces soñaba que la maternal Emperatriz María Teresa estaba rodeada de feroces turcos mahometanos y él llegaba a caballo a liberarla.
Pensaba ser militar, como sus hermanos, y admiraba, como otra especie de milicia, la vocación misionera. Comenzó a ver cuánta necesidad había de luchadores por la Fe, pues el contagio de la Revolución Francesa destruía el estilo de vida y las mentalidades cristianas.
Se decidió por la vocación sacerdotal, pero sin lograr encontrar lo que buscaba. En los propios ambientes eclesiásticos chocaba con el espíritu de la “Ilustración”, que envenenaba las mentes con deísmo e igualitarismo.
La mano de Dios lo llevó a la Congregación de San Alfonso María de Ligorio, quien tuvo una visión consoladora del futuro glorioso de su obra por la fidelidad del enérgico joven germano, ordenado sacerdote redentorista en 1785.
La inestable situación política lo disuadió de actuar en tierras de los Habsburgo, dirigiéndose a Varsovia, donde formó un vigoroso movimiento católico, lo que le atrajo el odio de poderosos enemigos.
Curiosamente, para perseguir más cómodamente al Padre Hofbauer y sus colaboradores, se apoyaban en clérigos y dignatarios eclesiásticos. El Rey de Prusia –protestante- exigía que los párrocos católicos aprobaran previamente cualquier prédica que quisieran hacer los hofbauerianos en sus tierras.
Entre tanto, San Clemente hacía permanentes viajes para extender la Congregación en distintos puntos. Pero las ideas anticristianas habían avanzado terriblemente en el Clero.
Fue la causa de la persecución que sufrió al comenzar su misión en la Selva Negra, en la Iglesia de Santa María del Pino.

Su apostolado tradicional atraía muchedumbres, mientras las iglesias de sacerdotes revolucionarios quedaban vacías. Estos se quejaban, furiosos, y llevaban a cabo una campaña de calumnias en su contra. Uno de ellos amenazó con negarle la comunión pascual a los fieles que asistiesen a sus meditaciones (cf. Erwin Dudel, “Klemens Hofbauer”, Bonn, 1970, p, 91),
Por detrás se hacía sentir la acción del Obispo Wessenberg, ligado a la secta de los Iluministas de Baviera, precursores del comunismo, que promovían “la abolición de la Religión, la Familia y la Propiedad”, como dice el Abbé Barruel en sus famosas Memorias para servir a la historia del Jacobinismo.

Este Obispo comprometido con las logias prestaba oídos a todas las quejas contra el P. Hofbauer y llegó a suspender la actuación de los redentoristas. “Nunca hubiese pensado que vuestro bondadoso corazón fuese capaz de castigarme con tanta dureza”, le escribió San Clemente (ibid., p. 99). El  prelado no se conmovió y tuvieron que irse, con gran dolor del pueblo fiel que, indignado ante la injusticia, estalló en un desorden y el párroco Höhn –principal instigador- tuvo que huir, sin poder regresar jamás.

Polonia había caído en manos de Napoleón, “el jacobino coronado” (como lo llama Ranke), quien se interesaba minuciosamente por las actividades del P.Hofbauer. ¡El olfato de los enemigos de la Iglesia no se equivoca!
No tardó en hallar un pretexto para clausurar la misión de San Benno y expulsar a quien tanto había hecho por Varsovia.

Su obra de 20 años quedó reducida a cenizas, aunque sin duda vive en la catolicidad del pueblo polaco. Con 57 años,  debía comenzar de nuevo, desde cero. Paradójicamente, no era el ocaso sino el auge de la acción lo que se venía.

Comenzaba su apostolado inmortal en la esplendorosa capital del Imperio.

La juventud aristocrática, los encumbrados miembros del Congreso de Viena y de la Corte imperial, los partidarios del orden de los más diversos orígenes, y numeroso pueblo fiel, son el impresionante campo de acción del ya entonces célebre Vicario General Hofbauer. Funda asociaciones, inspira círculos influyentes que establecen colegios y sociedades católicas, interviene en cuestiones políticas esenciales para la sociedad temporal y se convierte en foco de irradiación que ilumina a Viena y, desde allí, se difunde por todo el orbe cristiano. Escritores prestigiosos como Schlegel, Adam Müller, Eichendorff, Brentano, reflejan en su obra el influjo del espíritu hofbaueriano.
Sus enemigos tampoco permanecían inactivos. El Vicario de la Catedral de San Esteban, Canónigo Gruber,  visita al regente del Imperio, Archiduque Rainiero, llevándole para su firma un decreto de expulsión del P. Hofbauer.

El Archiduque lo oye en silencio y, cuando termina, lo despide con las siguientes palabras: “Si me permite darle mi opinión concisamente, aquí no hace falta un Padre Hofbauer sino por lo menos seis como él. ¡Buenas tardes, señor Vicario capitular!”.
El Emperador Francisco I, a su vuelta de Roma, lo llama a San Clemente y, luego de abrazarlo, le autoriza por fin el establecimiento del primer convento redentorista en Austria. Gruber se entera y cae en cama, para no levantarse más… (“El Pe. Hofbauer –el portaestandarte de Dios”, W. Hünermann, Innsbruck, pp. 321 y ss.).

Esa fundación fue una gracia que recibió de Nuestra Señora poco antes de su muerte, ocurrida el 15 de marzo de 1820, en que la Iglesia celebra su fiesta.

Para el último adiós se abrió la puerta gigantesca de la catedral de San Esteban, como se hacía sólo para despedir a los grandes del reino. Y éste realmente lo era, por su alta vocación, que renovó los fundamentos del Imperio y de la civilización cristiana.

Multitudes llenaban las calles con antorchas, toda Viena estaba iluminada. Un paladín de la Iglesia militante entraba triunfalmente al reino de los Cielos.
Este santo extraordinario no merece el olvido en que se lo tiene, máxime cuando las analogías de situación son tan notables actualmente.

Que desde su trono celestial interceda para que la Ssma. Virgen, Reina de todo lo creado y Emperatriz de la Cristiandad, renueve en las almas el deseo de la vuelta a la civilización católica.

“…con excepción de los actuales ‘demócratas’ y anarquistas, que no nos miran con buenos ojos y nos consideran siervos pagados por los reyes para acostumbrar al pueblo a la servidumbre y privarlo de su libertad, que merecen ser ahorcados, nadie tiene nada que decir de nosotros, y así, en el fondo, eso no nos preocupa. Sólo lamentamos no poder hacer más por el bien de los necesitados (…).” Joh. Clemens M. Hoffbauer, Congregation. Ssimi Redemptoris – Vicar. Gen.
Carta al ministro Otto von Voss, fechada en Varsovia, el 12 de septiembre de 1800 (“Monumenta Hofbaueriana”, Cracovia, 1915, Imprenta de los PP. Redentoristas).


007 Roland recortado

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