Prototipos de la aristocracia europeizada de Sudamérica en la Belle Epoque y el período entre-deux-guerres (15ª nota)

13/09/2014

55512 Salón palaciego altoperuano

Palacio chileno LN reduc

Continúa Cap. III – Tras la separación de España: cambio de fisonomía, continuidad en la misión, apogeo y decadencia – B – Renovación y europeización de la élite hispanoamericana

4. Prototipos de la aristocracia europeizada de Sudamérica, en la Belle Epoque y el período entre deux guerres

Otro gran viajero, el Príncipe heredero del Brasil, Don Luis de Orleans y Braganza, manifiesta su asombro por el tono europeo de las clases dirigentes rioplatense, chilena y boliviana (1910).
Sobre los estancieros argentinos comenta: “Dirigíos a una de esas estancias, conservadas, desde la época colonial, en el patrimonio de la misma familia que allí siempre vivió –extendiendo sus ramas por todas partes, en su bella fecundidad- la vida majestuosa y calma de sus ascendientes españoles.
“Ese argentino sólo lo podréis encontrar … en la más alta sociedad, tan digna y tan cerrada como ninguna de nuestras sociedades europeas, guardián vigilante de la herencia nacional contra la invasión avasalladora del Almighty Dollar”.
En las recepciones de que es objeto observa cómo, desde la élite, ese espíritu se difunde al pueblo y lo modela: ”en el fondo, todos los argentinos, desde el gaucho que emplea sus economías en adornar los arreos de su caballo lo más magníficamente posible, hasta el obrero que se viste como un gentleman y usa alfileres de corbata con diamantes, tienen en la sangre el amor al fausto y al lujo, y cultivan, para su país y para sí mismos, esta estética social de que hablan con orgullo, y que hace de ellos tal vez el pueblo más elegante de la tierra” (Sous la croix du Sud; ver citas en p. 126).

5551 Condes de Aranda
La benévola exageración del Príncipe no invalida su conclusión aplicable a toda Hispanoamérica: en la Argentina, “la sociedad, o antes bien, la aristocracia, tiene aún una misión muy noble y muy importante que cumplir: formar el espíritu de la raza, imprimirle las características que ella misma heredó de sus mayores” (ídem).
En Chile hace comentarios igualmente interesantes sobre las trescientas o cuatrocientas familias de pura cepa que descienden de los compañeros de Valdivia y de los ingleses de tiempos de la Independencia, que “detentan el poder, dirigen la política y los negocios, y poseen tres cuartos de la tierra”.
La comparación aflora, inevitable: “Buenos Aires es tal vez más brillante, Santiago más aristocrática”.
Rubén Darío dirá que “Santiago es rica, su lujo es cegador. Toda dama santiaguina tiene algo de princesa” (p. 127, n. 6).
En Bolivia, Don Luis de Orleans y Braganza encuentra una aristocracia muy cultivada. Se admira de que en un banquete ofrecido en su honor “nos encontrábamos de repente transportados a 4000 metros de altitud, en un medio finamente intelectual, tan volcado al arte de la conversación como indiferente a la de la especulación y los negocios. Literatura, filosofía economía, política, historia, hicimos aflorar esa noche toda las materias… . Guardaré un recuerdo encantador de esos quince días de vida mundana a 4000 metros de altura…” que le dejaron “una impresión de incomparable originalidad” (pp. 127-8, n. 1).
De Sucre, comenta -con algo de exaltación- la enciclopedia Espasa-Calpe que “no hay capital en toda América meridional cuya sociedad sea tan aristocrática y refinada…”. En pleno siglo XX, los potentados locales “suelen invertir grandes sumas en procurarse títulos de nobleza” española, y sus solares poseen “valiosas obras de arte que …han podido llegar a su destino transportadas a través de leguas y leguas en carretas de bueyes o a lomos de una mula”.
Por cierto la élite del Perú ostentó también una nota superlativamente aristocrática. El colombiano Caballero Calderón se refiere a “ese fenómeno único en la historia americana que es Lima; la cual todavía prolonga hasta nuestros días, en sus altos sectores sociales, el encanto, los prejuicios y las costumbres que constituyen lo que bien pudiera llamarse el temperamento virreinal en América” (p. 128, n. 3).
Mezclando verdades y errores les atribuye “el orgullo de raza, la vanidad heráldica, la mentalidad reaccionaria que menosprecia lo americano y sobreestima lo español al punto de que fuera Lima el ultimo baluarte peninsular y hubiera necesidad de libertarla a la fuerza, ya que sus aristócratas no querían la independencia ni la necesitaban…, su apego a lo tradicional …, su cortesía de maneras y lenguaje, su afición de lo bello y lo antiguo… (ibid., nota 4).

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