“Nuestra Señora de La Merced.”

27/09/2017

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED


Entre las florecientes religiosísimas familias, que bajo el timbre y nombre de la serenísima Reina de los Ángeles María Santísima, Madre de Dios, militan con soberano acuerdo la santidad del papa Paulo V en la bula: Inter omnes vitæ regularis ordines, llamó á la Reina de los Ángeles María Santísima primera y verdadera instituidora y fundadora del real orden que en la Iglesia católica milita, con la invocación y timbre de Nuestra Señora de la Merced, Redención de cautivos: para que así como las ilustres religiones de san Francisco, santo Domingo y otras, reconocen á sus santísimos patriarcas por inmediatos y primeros instituidores y verdaderos fundadores; la ínclita, real y militar orden de María Santísima de la Merced, á la misma Reina de los Ángeles, no por disposición humana, sí por especial gracia, con que la Reina de los Ángeles quiso tener tales hijos, reconociéndose por su verdadera Madre y fundadora.
Habiendo ella manifestado ser esta su voluntad, cuando de ella, como de primera causa, apareciéndose á los bienaventurados Pedro Nolasco, Raimundo de Peñafort, y al clarísimo rey don Jaime I de Aragón, les hizo constar que de Ella, como de principio, emanaba la ínclita, real y militar religión de Nuestra Señora de la Merced, Redención de cautivos; como de la relación de la siguiente revelación de muchos sumos pontífices con muchos dones y gracias aprobada, y de la santa Iglesia con solemne culto ilustrada, constará.
Hallábase la mayor y más feliz parte de España del cruel y tirano dominio mahometano oprimida: tenían los bárbaros (enemigos del santísimo nombre de Jesucristo) á innumerables cristianos en crueles mazmorras encerrados, afligiéndoles y atormentándoles para hacerles negar la verdad de nuestra santa le católica: y como eran muchos los que desmayaban y faltaban á la constancia de la fé, lloraba la perdición de sus hijos nuestra madre la Iglesia Católica; mas no faltaron en ella santísimos varones, que, lastimados de la perdición de tantas almas, con mortificaciones y penitencias ofrecían con vivas lágrimas sus oraciones y súplicas á Dios, para que piadoso aplicase el remedio á tanto mal. Y así como los lastimosos clamores de los hijos de Israel fueron de Dios oídos, para el remedio de las aflicciones y penas que padecían en la esclavitud de Egipto; así la deprecación de aquellos piísimos varones fué oída, no solamente de Dios, sino también de su Madre María santísima, que no pudiendo contener sus piadosísimas entrañas á tan lastimosas súplicas, se inclinó á aplicar el remedio, como lo verificó el suceso. Estaba la piadosísima Reina de los Ángeles María Santísima en el trono de su majestad (donde, y en compañía de su preciosísimo Hijo Cristo Señor nuestro, goza eternas glorias), mirando las penas, miserias y calamidades que en la bárbara esclavitud padecían los pobres cautivos cristianos: y conmovida la clementísima Reina de los Ángeles de tantas miserias y calamidades, piadosa, así para consolar las lágrimas de la católica Iglesia, como para obviar no se perdiesen tantas almas, que á vista del cruel, duro y tirano rigor sarracénico desfallecían y faltaban á la constancia de la fé; aplicó para remedio de tanto mal la obra de caridad más perfecta, como es la redención. Y para ejecutar este su tan fino amor, y dar principio á tan perfecta obra que había de destruir la tirana servitud, eligió á tres esclarecidos ejecutores, siendo el norte con que se habían de gobernar la misericordia de quien les mandaba y gobernaba, que era la misma Reina de los Ángeles, bajando visiblemente del cielo á declararlos su voluntad que era de fundar una religión con el título de su piísima misericordia, disponiéndolo maravillosamente del siguiente modo.

Florecía en aquella ocasión en la nobilísima ciudad de Barcelona, cabeza del principado de Cataluña, en santidad y virtud san Pedro Nolasco, de nación francés, nacido en el lugar dicho de las Puellas, cercano á la ciudad de Carcasona, hijo de padres ilustres, de la nobilísima casa de los condes de Blés. Estaba entonces en aquella tierra muy extendida la herejía albigense: y hallándose el santo joven muy adornado de todas virtudes, y aborreciendo todo género de herejía, se resolvió para apartarse de ella á dejar su casa, padres y parientes: y para ejecutar su santo intento vendió su rico patrimonio, y recogido lo que había sacado de él, con todas sus riquezas se puso en camino, que le tomó para el principado de Cataluña: y entrando en él, fué su primer cuidado ir á visitar aquel religiosísimo y angelical santuario de la Reina dé los Ángeles, la Virgen Santísima de Monserrat, donde, empleando días y noches en fervorosa oración, satisfizo al voto que tenía hecho. Cumplido esto, se fué á la ciudad de Barcelona, donde por lo esclarecido de sus virtudes, acompañadas de la nobleza de su sangre, fué magnificentísimamente del ínclito y clarísimo rey don Jaime, de Aragón hospedado. Era entonces el rey don Jaime (digno de eterna memoria entre los esclarecidos reyes de Aragón) obedecido, jurado y aclamado en la nobilísima ciudad de Barcelona, en la cual era grande la estimación que se hacía de la persona de san Pedro Nolasco, viendo las obras tan heroicas de caridad en que se ejercitaba, á quien gustosamente oía el rey, siempre que san Pedro Nolasco le hablaba de la redención de cautivos; y tanto se encendía el magnánimo rey en el amor de los cautivos, que lleno de piedad, todo era discurrir, cómo había de destruir y aniquilar á los sarracenos, para librar de sus manos á los pobres cristianos cautivos. Concordes los dos para este tan realzado fin, resolvieron aplicarse cada uno de por sí á la consecución de él, valiéndose cada uno de sus medios; y así, cuando el esclarecido rey con sus fuerzas belicosas opugnaba los lugares y castillos de los moros, estaba san Pedro Nolasco en fervorosa oración, contemplando, y llorando los trabajos y calamidades que en la mísera esclavitud los miserables cautivos padecían, y como verdadero imitador de nuestro Redentor Jesucristo, sentía sus penas, no como ajenas, sí como propias, como lo verificó bien su ardiente caridad; pues habiendo consumido todo cuanto tenía por la redención de muchos, no una vez sola se entregó en rehenes, para dar libertad á muchos más.
Alentaba y fomentaba los ánimos de estos dos héroes, del ínclito rey y de san Pedro Nolasco, viéndoles ejercitados en tan excelente piedad, san Raimundo de Peñafort, que, graduado en ambos derechos, estaba entonces resplandeciendo el ardentísimo celo de su caridad y virtud, en consolar á los enfermos de los hospitales, en enseñar á los ignorantes, y en convertir herejes, judíos y sarracenos; por cuyas heroicas obras, y su grande doctrina, mereció verse colocado en el puesto de canónigo en la ilustre y santa iglesia catedral de Barcelona; y asimismo el prudente rey le eligió por su grande santidad y sabiduría para su confesor. Viéndose san Raimundo constituido confesor del ínclito rey (á quien también san Pedro Nolasco fiaba la dirección de su alma, habiéndole hecho participante, en el secreto de la confesión, de sus fervorosos y píos deseos), tomó por su cuenta alentar los píos ánimos de los dos para la consecución de tan realzado fin, como era la libertad de los pobres cautivos cristianos; y así tanto en el secreto de la confesión con sus exhortaciones, como en lo público de sus sermones, con pías y santas palabras les alentaba y animaba á la redención de los pobres cautivos; y tanto con sus vivas razones enfervorizó los ánimos del esclarecido rey, y de san Pedro Nolasco á esta piedad, que no solo san Pedro Nolasco, sino también el mismo rey, se empleaban en fervorosa oración, suplicando á Dios y á la Reina de los Ángeles María santísima, y demás santos, en particular á los patrones de la ilustre ciudad de Barcelona, les inspirasen y favoreciesen con medios para poder copiosamente cumplir con esta obra de caridad. Y oyendo el Padre celestial, y Padre de misericordias, Dios nuestro Señor, tan pías súplicas, clementísimo remuneró tan fervorosos deseos, con el favor tan grande que fué darlos la ilustre religión de la Merced, ejecutándose su fundación con este maravilloso modo.

Patrona y Generala del Ejército Argentino
En las calendas de agosto, primero de dicho mes, dedicado á san Pedro Ad-vincula, en el año 1218, gobernando la Iglesia de Dios la santidad de Honorio III, para librar de la fiera esclavitud sarracena á los pobres cristianos cautivos, fué enviada de Dios desde el empíreo la Reina de los Ángeles María Santísima á la ilustre ciudad de Barcelona, y acompañada de muchos celestiales espíritus, y grande concurso de santos y santas, y entre ellos el apóstol san Pedro y Santiago, patrón de España, san Cucufate, san Severo, san Paciano, santa Madrona y santa Eulalia, patrones de Barcelona, visible y corporalmente en el punto de la media noche bajó, se apareció y manifestó á san Pedro Nolasco, empleado en fervorosa oración y contemplación: y lleno el santo y humilde siervo de Dios de gozo y alegría, por el favor de tan admirable y gloriosa presencia, mereció oír de la misma boca de la Reina de los Ángeles estas palabras: Yo, hijo, soy la Madre del Hijo de Dios, que por la salud y libertad del género humano derramó su sangre, y padeció cruel muerte: vengo, pues, á buscar hombres, para que á ejemplo de mi Hijo, pongan sus almas por la salud y libertad de otras almas que no la cumplir el divino precepto; tienen: y siendo esta la caridad más acepta á mi Hijo, será para mi muy agradable, si en honor mío se funda una religión, cuyos hijos con fé viva, y verdadera y perfecta caridad, pues no la puede haber mayor, rediman á los cautivos cristianos del poder y tiranía de los turcos, y ofreciéndose ocasión, en que de otro modo no se puedan librar, se queden en rehenes por la libertad de los cautivos. Declaróte, hijo, esta mi voluntad; porque te advierto, que cuando tú con vivas lágrimas solicitabas por medio de la oración el remedio de los cautivos, recogías limosnas y los redimías, presenté yo tus súplicas á mi Hijo, el cual se dignó, para consuelo tuyo, y para instituir esta religión, con especial título mío, bajase del cielo: y á ti, Pedro, te elegí; porque tú has de ser la piedra fundamental sobre la cual se ha de edificar esta mi religión. Concluido este razonamiento fervoroso y humilde, respondió san Pedro Nolasco á la Reina de los Ángeles, diciendo: Con viva fé creo, Señora, que vos sois la Madre de Dios vivo que habéis bajado á este mundo para remedio de los que miserablemente padecen la bárbara esclavitud. Pero decidme, Señora, ¿quién soy yo para que vaya á los bárbaros enemigos de vuestro santísimo Hijo, y saque de sus crueles mazmorras á los cristianos cautivos? No temas, Pedro (le dijo la Reina de los Ángeles); que yo te asistiré en todo: y para que lo creas, y en señal de que te elijo, verás con brevedad cumplido cuanto te he dicho, y se gloriarán los hijos é hijas de esta mi religión en vestir hábitos blancos, del modo que á mí me ves vestida. Dicho esto, desapareció la Reina de los Ángeles subiéndose al trono de su gloria.
Tan soberanamente favorecido san Pedro Nolasco, con lo que con sus propios ojos vio y oyó con sus oídos, perseveró hasta el amanecer en fervorosa oración, meditando y contemplando tan celestial favor. Amanecido el día, con presuroso cuidado fué en busca de su confesor san Raimundo de Peñafort, para darle cuenta de la admirable visión. Hallado y postrado á sus pies, apenas empezó á manifestar la celestial visión, y el precepto divino de fundar el nuevo orden; suspenso y lleno de admiración san Raimundo, le interrumpió sus palabras, diciéndole, que también él había tenido la misma visión aquella noche, habiendo sido favorecido de la Reina de los ángeles, y oído de su boca el precepto en que le mandaba que, para la construcción y consecución de tan grande obra, pusiese todo su cuidado, y que con todas veras aplicase todo su estudio, para que con la eficacia de sus sermones alentase los corazones de los católicos á una obra de tan grande caridad; y así, que gozoso y agradecido á tan celestial favor había con toda presteza venido á la iglesia mayor para dar á Dios, y á la inmaculada Reina de los Ángeles las gracias de tan soberano beneficio. ¿Quién podrá declarar la alegría de los dos puros corazones de aquellos dos santos varones, hallándose igualmente favorecidos de la Reina de los Ángeles? Todo sería conferir entre sí el modo de cuando para quitar toda dificultad á su cumplimiento, y tenor la obra todo el lleno de la admiración; el ínclito rey don Jaime, habiendo participado el mismo favor aquella noche, para que no fuese notado por negligente ejecutor de la Reina de los Ángeles, el que había sido compañero en la visión, acudió puntual á la iglesia catedral, para dar á Dios y á la Reina de los Ángeles las gracias del beneficio recibido: y viendo en ella á aquellos dos píos varones confiriendo entre sí, llamándoles para sí, y apartados de todo concurso en la misma iglesia, les manifestó la alegre visión que había tenido, con estas palabras: La purísima Reina de los Ángeles María Santísima muy bella y hermosa me apareció esta noche y me mandó que instituyese un orden que se ocupase en redimir cautivos, y que se llamase de Santa María de la Merced, ó de Misericordia: y como reconozco en tí, Pedro Nolasco, esta inclinación innata de redimir, te elijo para la ejecución de esta obra; y á tí, Raimundo, por la mucha virtud y doctrina que miro en ti, te nombro por idóneo coadjutor de ella. Concluidas por el rey sus palabras, respondieron los dos santos varones, que también ellos habían sido favorecidos aquella misma noche de la Reina de los Ángeles, refiriéndole al rey las palabras que habían oído de la purísima Virgen, y los mandatos que á los dos había dado. Conferida, pues, entre si tan admirable aparición, asegurados de la verdad de ella, unánimes y conformes, declararon ser esta la voluntad de la purísima Virgen; y para su cumplimiento deliberaron instituir en honor de la Reina de los ángeles el orden de Nuestra Señora de la Merced, Redención de cautivos.
Llegado, pues, el día 10 de agosto del mismo año del Señor de 1218, día señalado para la ejecución de tan grande obra; como ya se había divulgado el prodigioso milagro por todo el reino, era grande el concurso que concurrió á celebrarle: y así con magnífico aplauso fueron el rey y los dos santos varones acompañados de los conselleres de Barcelona, de toda la nobleza y pueblo, á la iglesia catedral, donde estaban ya convocados por el rey todos los prelados eclesiásticos, así los de afuera, como de dentro la ciudad, y todos los grandes del reino, y entre ellos el ilustrísimo señor don Berengario Palaciolo, obispo de la ilustre ciudad de Barcelona, vestido de pontifical, para celebrar el oficio divino, que comenzándole y dicho el evangelio, subió san Raimundo de Peñafort al púlpito, y con fervoroso espíritu, de la celestial visión inflamado, realzando los favores de la Reina de los ángeles María Santísima con relevante, pía y santa ponderación manifestó para mayor gloria de Dios, y de su santísima Madre, la celestial revelación de aquellos tres tan fidelísimos testigos aprobada, que oída del pueblo, fué tanto el gozo y alegría que infundió en los píos corazones, no pudiendo contenerse, oyendo con sus oídos lo que aquellos dichosos varones vieron con sus ojos, aclamando todos tan prodigioso milagro, con pías voces alababan las piadosísimas entrañas de María santísima.

 

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