El Papado: amenazado por los lombardos, abandonado por el Emperador bizantino

20/05/2014

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El Papa Esteban II, gran defensor de los derechos del Papado, del “dominio intangible del Apóstol San Pedro”

La situación del Papa se hacía cada vez más crítica. Los lombardos habían cortado las comunicaciones entre el Exarca de Ravena (representante del Emperador Romano de Oriente en Italia) y el Ducado de Roma, cuyo centro era la Ciudad Eterna.
El monarca bizantino reivindicaba sus derechos sobre Roma al par que descargaba en los Papas los deberes de defensa y gobierno que le correspondían a él. A la abnegación infatigable de los Pontífices debían los romanos su existencia libre y bienestar.

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Los emperadores de Constantinopla, León el Isáurico  y Constantino Coprónimo, favorecieron de mil maneras las acciones de los enemigos de los Papas

Más de un siglo sostuvieron los sucesores de Pedro el peso abrumador de la administración y de la lucha contra los conquistadores bárbaros radicados en la Península. Los emperadores se desentendían de Occidente pero no de cobrar los tributos y de dar instrucciones.
Los Papas los trataban con paciencia y humildad, y no cambiaron de actitud más que cuando estos “señores indignos se pusieron a perseguir a un pueblo que habían renunciado a proteger” (Kurth).
Entre tanto, el veneno de la herejía y el desatino de la autosuficiencia avanzaban en Constantinopla. Los siglos VI y VII habían presenciado el bochornoso atropello imperial ensañándose sobre los Papas Silverio y Virgilio; a San Martín le tocó morir de miseria en Cherson por defender la Fe contra un Emperador hereje. Otros dos Pontífices se salvaron de caer en manos de los indignos soberanos cuando los romanos rechazaron indignados a los esbirros que mandaron para prenderlos.

Aistulf's_Italy.svgItalia en vías de caer en manos de los bárbaros lombardos, por Castagna

El poder temporal de los Papas
“Roma, rechazando a los ejércitos del Emperador y alineándose en torno de los Papas, ¿qué era sino el poder temporal de los Papas saliendo de las aclamaciones populares como suprema necesidad social? pregunta con certera visión histórica Godofredo Kurth.
No obstante los Pontífices no quisieron sacar partido de la situación, y lograron que los romanos siguieran respetando la autoridad del Imperio.
En 713, rechazan al duque bizantino que venía a tomar posesión de Roma en nombre de un Emperador hereje. No obstante consintieron en conservar el yugo que acababan de demostrar que podían sacudir. Pero su indignación se desbordó ante los edictos iconoclastas del infausto emperador León el Isáurico, que reanudó las persecuciones sangrientas y los martirios.
Aún así, el Papa Gregorio II no quiso romper los lazos que aún ligaban la Península a los emperadores. Con estos prodigios de fidelidad, los Pontífices glorificaban a la faz del mundo la doctrina evangélica, de la que eran guardianes incorruptibles.
Sólo por amor al Papado consintieron los italianos una vez más en volver a la obediencia, pero se fue tornando cada vez más evidente que era el Papa “el verdadero soberano de un pueblo sobre el cual ejercía tal ascendiente” (ibid.). La situación era similar a lo que pasaba en el Imperio franco antes de la coronación de Pipino (*): el soberano nominal había dejado de ejercer el poder y el verdadero soberano no llevaba tal nombre.
Por una especie de “ironía divina”, los enemigos más peligrosos del Pontificado en aquel momento, los bárbaros lombardos, fueron sin quererlo los causantes de su elevación. Pues su atentado, que debía paralizar el desenvolvimiento de la autoridad de los Pontífices de Roma provocó, por el contrario, “su reconocimiento jurídico, oficial y definitivo, y transformó en institución de derecho internacional público lo que no había sido hasta entonces sino una situación de hecho” (Mourret). San Pedro velaba por la Iglesia desde el cielo…
El proceso fue relativamente corto, debido a la maduración de varios siglos. Se destacaban entonces, principalmente, tres regiones: la Italia lombarda, la bizantina y, en el centro, el Ducado de Roma y otras jurisdicciones.
En 750, siguiendo empecinadamente el “caminar fatal” de sus predecesores, el rey lombardo Astolfo, aprovechando la debilidad del Emperador de Oriente, se dispuso a conquistar sus posesiones itálicas.
A los primeros rumores del avance enemigo, el exarca huyó de Ravena, y el rey lombardo se instaló en su palacio. Lo que restaba de poder imperial romano iba aceleradamente rumbo a su desaparición.
Embriagado por los fáciles triunfos, el ejército de Astolfo pasó a amenazar al Ducado de Roma –o sea, al Vicario de Cristo-, conmocionando a la opinión pública. Si bien era aún tierra imperial, era ante todo “la tierra sagrada, el dominio intangible del apóstol san Pedro” (Mourret).

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Aistulfo (der.), rey lombardo, soñaba con instalar su trono en la Ciudad Eterna y someter al Papado. El rey lombardo Ratchis (izq.), había fracasado en su intento de seguir la misma política.
Los romanos sentían una antipatía profunda por “aquellos hombres de barba inculta, de arreos extravagantes, mal olientes, así se decía, y propagadores de la lepra” (ibid.). No había matrimonios entre ambos pueblos y cuanto

más intervenían los lombardos en la vida romana, más se avivaba esa repulsión. Astolfo pretendía trasladar su capital de Pavía a Roma, por lo que la exasperación popular llegó a su colmo.
El Papa Esteban II comprendía muy bien la gravedad de la situación. El Liber Pontificalis lo describe como “defensor enérgico y apasionado de la Iglesia y mantenedor decidido de las tradiciones eclesiásticas”.
Sus representantes obtienen una tregua de cuarenta años. No habían pasado cuatro meses cuando el perjuro Astolfo rompía la tregua y amenazaba a Roma.
Luego de reiterados pedidos de ayuda pontificios a Bizancio, el Emperador Constantino Coprónimo decide –aparentemente- romper su pasividad. Envía al silenciario Juan (pintoresco cargo que implicaba, entre otras funciones, la de impedir la bulla en el palacio imperial). ¿Qué misión traía? Un pedido al Santo Padre para que interceda ante el agresor para que cese sus incursiones!
A pesar de lo insólito de la propuesta, el Papa, siempre digno y honrando sus compromisos, consintió en enviar al rey Astolfo a su propio hermano, acompañado por el silenciario Juan. Volvieron con las manos vacías y los oídos llenos de desplantes e insolencias. Esteban II comunicó entonces al Emperador que el único remedio era el envío de un ejército.
La consternación de los romanos ante el devenir de los hechos se iba transformando en pánico. Astulfo rugía como fiera y hablaba de decapitarlos a todos.

Relicario de la Sagrada Imagen “aqueropsita” en Letrán

800px-Acheropita_lateranense800px-Cappella_di_San_Lorenzo_in_Palatio_(Sancta_Sanctorum)Presentación2

Privado de todo auxilio humano, el Pontífice pidió el auxilio celestial. Encabezó procesiones y letanías con las reliquias e imágenes más preciosas, inclusive la “Aqueropsita”, la “no tocada por manos de hombres”: la Santa Faz del Salvador, conservada en la Iglesia de Letrán.
Todos se cubrían la cabeza con ceniza en penitencia y rezaban ante la cruz estacional. Al pie de la cruz se había fijado un ejemplar del tratado violado por el rey de los lombardos.
Pasaban los días y no llegaba el ejército pedido por el Papa al emperador Constantino Coprónimo.
El aprieto era grande. ¿Seguiría esperando el Papa el socorro de emperadores tan desleales? ¿Le negaría el Cielo su ayuda? ¿Quién sería el instrumento de la Providencia para sostener al Papado ante el peligro inminente?

Tocante cuadro de la Sagrada Faz – Escuela flamenca 
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(*) Cfr. Sacralidad medieval: Pipino ungido Rey de los Francos por San Bonifacio, Apóstol de Germania y Legado papal

Ver artículos anteriores de esta serie haciendo click en el “tag” La civilización cristiana al vivo, 1200 años de Carlomagno, Sacro Imperio

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

Godofredo Kurth, “Los orígenes de la civilización occidental”, Emecé Editores, Buenos Aires
Fernando Mourret, “Historia General de la Iglesia”, t. III La Iglesia y el mundo bárbaro, 2ª. ed., Barcelona – París – Bloud y Gay, Editores

Frantz Funck-Brentano, “Les Origines”, L’histoire de France racontée à tous, 10ª ed., Hachette, Paris

Henri Pirenne, “Mahoma y Carlomagno”, Ed. Claridad, Buenos Aires, 2013

 

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