El ciclo del palo brasil y las capitanías – El ciclo de la caña de azúcar y la aparición del Señor de Ingenio – Apéndice I de Nobleza y Elites – “Nobleza de la tierra” (3a. nota)

13/06/2020

4. El ciclo del palo brasil y las capitanías
Tres años después del Descubrimiento de Brasil comenzó la explotación por medio de feitorias [30] del palo brasil, madera de un árbol que se encontraba en el litoral de nuestro territorio, particularmente buscada en los mercados europeos por la tinta roja que era posible extraer de ella. Las feitorias estaban encargadas de cortar los árboles y apilar los troncos en lugares desde donde pudiesen ser fácilmente embarcados.
Dicha explotación, hecha sobre todo por salvajes que trabajaban con hachas y otras herramientas suministradas por quienes los contrataban, no generó ningún tipo especial de colonización.
En aquel entonces, D. Juan III, preocupado con la defensa de Brasil, decidió promover su colonización, instaurando el régimen de las Capitanías hereditarias, para las que eligió “personas decididas a vivir en Brasil, y suficientemente ricas como para colonizarlo.” [31]
Expidió el Rey la primera Carta de Donación el 10 de marzo de 1534 a favor de Duarte Coelho. Al principio fueron doce las Capitanías. Las concedía el Rey de Portugal procurando que fueran los donatarios “la mejor gente. Antiguos navegantes, hombres de guerra, personajes de la Corte.” [32]
Ese régimen era una “especie de feudalismo” [33]. Asegura Néstor Duarte: “Las capitanías son, por tendencia y desdoblamiento de sus finalidades, una organización feudal. Se caracteriza la institución feudal en relación al Poder Real por dos requisitos: a) la transmisión de la propiedad plena y hereditaria y b) la fusión de la soberanía y la propiedad. (…)
“Allí están en las cartas forales que completan aquellas donaciones puesto que son ‘un contrato enfitéutico perpetuo, en virtud del cual se constituyen en perpetuos tributarios de la Corona y de los donatarios capitanes mayores, los hacendados que recibiesen tierras de sesmaría’. Es la jerarquía feudal: el rey en la cumbre, los señores territoriales en los escalones inferiores y, por debajo de ellos, el sesmero y el colono.” [34]
En el régimen de las Capitanías, [35] el donatario, que gozaba del título de Capitán y Gobernador, era lugarteniente del rey. En la carta de donación, el monarca le concedía una cierta extensión de tierra de la Capitanía en propiedad plena, inmediata y personal, y de la restante tenía únicamente el usufructo. Recibía los provechos del feudo que le había sido concedido por su soberano.
Dichos provechos —que consistían en los títulos y beneficios vinculados a la posesión de la Capitanía— eran inalienables y transmisibles por herencia al primer hijo varón, sin partición con los demás herederos. En el orden de sucesión seguían, dentro del mismo grado de parentesco, los descendientes varones de menor edad; a su vez los hijos legítimos precedían a los bastardos.
Dentro de las leyes del Reino y de los límites de su fuero, ejercía el donatario los derechos de soberanía. Le cabía toda la jurisdicción civil y criminal, nombraba Oidor y todos los funcionarios del Foro y presidía por sí mismo o mediante su Oidor la elección de los jueces y oficiales de las Cámaras.
Tenía también el Capitán derecho a crear villas donde lo juzgase conveniente y repartía tierras de sesmaría a cualquier persona, de cualquier condición —excepto a su esposa y a su sucesor en su Capitanía— con tal que fuesen cristianos. Tenía la propiedad de todas las marinas de sal, molinos de agua y de cualesquiera otros ingenios que se levantasen en las tierras de su Capitanía.
Le correspondían además la vigésima parte de los rendimientos del palo brasil y del pescado, el rediezmo de todas las recaudaciones del erario, los derechos de portazgo en los ríos y una pensión anual de 500 reis con cargo a los notarios de las villas y poblados de la Capitanía.
El comercio era libre, tanto con el Reino como con el extranjero. Este último estaba sujeto a diezmo real.
Los derechos y deberes de los colonos estaban declarados en los fueros. La justicia, así como las condiciones civiles y políticas les venían aseguradas por las leyes y costumbres de la Metrópoli. Les estaba garantizado el derecho a pedir y recibir sesmarías, la exención de todo y cualquier impuesto que no estuviese declarado en los fueros, entera libertad de comercio y privilegios sobre los comerciantes extranjeros.
Se obligaban, con toda su gente —hijos, agregados y esclavos— a seguir al Capitán en caso de guerra.
La Corona se reservaba para sí el monopolio del palo brasil, especias y drogas, y la quinta parte de todas las piedras y metales preciosos (deducido el diezmo para el donatario) y el diezmo de las capturas de pescado.
El Rey tomaba a su cargo los gastos del culto.
Se iniciaba así de modo sistemático la ocupación y colonización del suelo brasileño. Como afirma Pedro Calmon del primer donatario, Duarte Coelho, éste “vino a residir en sus dominios. Repitió la acción sabia de Martim Afonso en San Vicente. Fundación de una aldea, plantación de caña, instalación del ingenio, entendimiento con los indios sensatos, duro castigo a los que le hostilizaran.” [36]
5. El ciclo de la caña de azúcar
La “plantación de caña” y la “instalación del ingenio” de que habla el historiador constituyeron la agricultura naciente que hacía que la gente se arraigara a la tierra.
Fue, por lo tanto, ya dentro del cuadro feudal de las Capitanías cuando tuvo inicio el ciclo de la caña de azúcar. “La plantación de caña traída de Madeira se convirtió en San Vicente, en Espíritu Santo, en Bahía, en Pernambuco, en Ilhéus, en Itamaracá, en la principal actividad, recomendada en las Cartas de Donación de las Capitanías de Brasil y por ellas prevista. (…) Los primeros señores fueron los propios donatarios.” [37]
Al principio eran, por regla general, las personas ricas, quienes plantaban caña, pues “la carestía de los negros importados hacía menos accesible el ingenio a los recién llegados, a los que no habían conseguido soportar aún el clima durante largo tiempo; de ahí su escaso número, en manos de una Nobleza territorial entrelazada mediante matrimonios, formándose, sin prisa, en el medio pobre, donde las actividades debían resignarse a un ritmo tranquilo.” [38]
a) La aparición del Señor de Ingenio
Se refiere Pedro Calmon a la “Nobleza territorial”. En efecto, la exención de impuestos a la entrada de azúcar en el Reino hizo progresar la plantación de caña y multiplicarse los ingenios, proveyendo poco a poco una sólida riqueza, consolidando la colonización, y también configurando la organización social del Brasil de entonces, al formar una aristocracia rural. “El prestigio de su organización familiar, económica y religiosa —casa-grande, ingenio y capilla— y el poderío que conquistaron en sus latifundios, hacen de los grandes propietarios de las tierras fértiles del litoral una aristocracia agraria: son o se convierten en Señores de Ingenio los ‘bien nacidos’, los hidalgos de su tiempo.” [39]
Otro autor señala que la consecuencia social más importante del ciclo brasileño de la caña de azúcar “fue, sin ninguna duda, la aparición del ‘señor de ingenio’ y el clan que enseguida se formó en torno a él (…)
“Partiendo de la posesión de la tierra, en un rápido esquema de esa influencia señorial, llegamos enseguida a la constitución del cultivo de los cañaverales por el sistema de aparcería o por la plantación realizada directamente por los emprendedores. Tenemos en este caso, en primer lugar las sesmarías, a continuación la contribución solidaria de los vecinos pobres, los ‘mutirões’ [40] y los ‘adjutórios’ [41] de la verdadera colonización; unos y otros se basaban, sin embargo, en la institución servil. Después, para fundar ingenio, se complican los factores: es el abastecimiento de maderas para leña y embalajes; es la navegación para el transporte fluvial y marítimo en el interior de las bahías; son las vinculaciones con los traficantes, los intermediarios y no raras veces con financiadores internacionales. Establecido el centro de producción y población, con su jefatura natural y la consecutiva agrupación de elementos humanos, vienen las consecuencias de La mezcla racial, de la omnipotencia señorial, de la opulencia o, por lo menos, de abundancia, que es una característica general del régimen. (…)
“Esto es, en sus líneas generales, lo que significó para la formación de Brasil el ciclo del azúcar, que como primera actividad agrícola e industrial se convirtió enseguida en la dominante de los dos primeros siglos de vida nacional y caracterizó durante el Imperio toda una gran región del país”. [42]
b) Los ambientes y costumbres de los Señores de Ingenio
Al principio, esta clase noble llevaba una existencia austera y no libre de riesgos que el Señor de Ingenio tenía que enfrentar valientemente. En esto se parecía al Señor de los inicios del feudalismo europeo.
Es concluyente en ese sentido la siguiente descripción de lo que era su casa, una mezcla de residencia y fortaleza, como también lo fue el castillo feudal: “La Casa-Grande —así se llamaba corrientemente a la casa del Señor de Ingenio— tenía aún el aspecto de un reducto militar.” En el inventario de Mem de Sá es descrita de este modo: “‘Casa fortaleza nueva de piedra y cal, con tejado reciente y entarimada a medias, rodeada toda ella de madera secando al sol para hacer balcones’. [43] Había más: ‘un baluarte cubierto y cercado con empalizadas.’ [44]
“‘En las haciendas se estaba como en un campo de guerra’, escribe Teodoro Sampaio refiriéndose al primer siglo de colonización. ‘Los hombres ricos solían proteger sus viviendas y mansiones con dobles y poderosas estacas a la manera de los salvajes, guarnecidas por los fámulos, paniaguados e indios esclavos, y hasta servían para los vecinos cuando eran de súbito acosados por los bárbaros.’” [45]
El progreso económico de la fase posterior proporcionó a los Señores de Ingenio residencias con mejor apariencia y más confortables. “Casas grandes con la capilla al pie, destacándose sobre el tejado y la senzala[46], que dan testimonio de la solidez de las fortunas allí engendradas (…) Las generaciones sucesivas supieron mantenerlas en el resguardo de la tranquilidad agrícola, a la sombra de las instituciones que garantizaban la permanencia del Ingenio y su continuidad viva, en un aislamiento defensivo en el que se fue elaborando, discreta y dignamente, el sentimiento de clase, nacionalidad y autonomía de los señores.” [47]
A la autoridad patriarcal y a los poderes y bienes de los Señores de Ingenio correspondían “tamaña grandeza y ostentación que no sólo no pasaron desapercibidas a los cronistas de la época, sino que causaron la más profunda impresión a los viajeros extranjeros. Todo en sus casas de piedra y cal, o de adobe y ladrillo, vastas y sólidas, denunciaba —junto con la riqueza— el recato y la hospitalidad de las antiguas familias de vida patriarcal, cuyo espíritu religioso se recuerda en las cruces ornamentales, en los oratorios y en las capillas.” [48]

Ingenios coloniales de azúcar en estado de Pernambuco, siglo XVI

Era tal el esplendor de esas residencias señoriales que cuando Labatut [49] atravesó los campos del Recóncavo para asediar la ciudad de Salvador, al verlas a lo lejos exclamó con admiración: “Parecen unos principados”.[50]
A esta opulencia correspondía una proporcionada hospitalidad y abundancia. Impresionado con ella afirma el P. Fernán Cardín: “De una cosa me maravillé en esta jornada, y fue la gran facilidad que tienen en agasajar a los huéspedes, porque a cualquier hora del día o de la noche en que llegábamos, en brevísimo espacio nos daban de comer a cinco de la compañía (afuera los mozos) (…) De todo tienen la casa tan llena que en la abundancia parecen unos condes.” [51]
El refinamiento en las residencias caminaba parejo al modo en que se vestían damas y caballeros, y al brillo de sus diversiones.
“De la Nobleza de Pernambuco de comienzos del II siglo, dice el autor del Valoroso Lucideno [52] que por miserable es tenido entre ella quien no tiene un servicio de plata; y que las damas son tan ricas en los vestidos y aderezos con que se adornan, que parece que hayan ‘llovido en sus cabezas y gargantas las perlas, rubís, esmeraldas y diamantes’.” [53]
Un poco más adelante añade el mismo historiador: “Esos aristócratas de Pernambuco guardaban aún las tradiciones hípicas del tiempo de D. Duarte, el rey caballero (…) Es de verse su amor por las corridas de toros, por las carreras y juegos a caballo. Excelentes jinetes, llenos de donaire y arrojo, se extreman todos ellos en la elegancia y gentileza de la montura, en la riqueza de los jaeces, enteramente cubiertos de plata, en la destreza con que torean, en el garbo con que practican los juegos de la anilla, de las alcancías, de las cañas”, [54] tradiciones y entretenimientos éstos muy al gusto de la nobleza de Portugal.
Es también significativo el testimonio de Juan Alfredo Corrêa de Oliveira: “Los señores de ingenio formaban una clase grave, unida, bienhechora y hospitalaria; tenían buen trato, montaban caballos robustos bien enjaezados, se acompañaban con pajes con uniformes galoneados; el pueblo los estimaba y saludaba reverentemente; en la ciudad iban con casaca a las fiestas de la Iglesia, a las juntas del concejo, a la audiencia y a las elecciones.” [55]
c) La actuación militar de los Señores de Ingenio
La vida de los nobles hidalgos de la Edad Media y del Antiguo Régimen estaba lejos de limitarse a la fruición del lujo casero y al brillo de las distracciones sociales. La guerra impuesta por las circunstancias ocupaba en ella un lugar destacado.
Lo mismo les ocurría a los “hombres buenos” y a los nobles del Brasil de antaño. En efecto, constituyeron los Señores de Ingenio la gran fuerza que, por un lado, se opuso a las invasiones de los holandeses, franceses e ingleses, enemigos de la Fe y del Rey y, por otro, repelió los ataques de los salvajes refractarios a la acción evangelizadora de los misioneros. Esta aristocracia rural reforzaba así su carácter noble por el heroísmo militar, aspecto más esencial de la clase nobiliaria y, al mismo tiempo, arquetipo para las demás variedades de Nobleza.

Batalla de los Guararapes, ganada a los holandeses por Juan Fernandes Vieira, Andrés Vidal de Negreiros, Enrique Días y Felipe Camarão [ Manoel Dias de Oliveira, o Brasiliense – Batalha dos Guararapes, 1758, Museu Histórico Nacional, Rio de Janeiro ]

Juan Fernandes Vieira rechaza el oro con el cual los holandeses pretendían comprar su honra – Fr. Raphael de Jesus – Castrioto Lusitano ou Historia da guerra entre o Brazil e a Hollanda, durante os annos de 1624 a 1654, terminada pela gloriosa restauração de Pernambuco e das capitanias confinantes, 1844
“Para la organización del Ingenio, fábrica y fortaleza al mismo tiempo, (…) contribuyó notablemente la defensa de la tierra a lo largo del litoral. Fábrica y fortaleza con población numerosa constituida por esclavos y obreros rurales, es la casa-grande de los ingenios la que más tenaz resistencia opuso a la invasión holandesa, íntimamente vinculada a la historia del ciclo agrícola azucarero, con el que se asentó el primer marco de nuestra civilización. En las inmediaciones del litoral, las tierras del “massapé” [56] mantenían los ingenios, en cuyas casas-grandes, amuralladas y construidas a manera de fortaleza para resistir los embates de las tribus indígenas, se forjaron, en la organización y en la disciplina, las armas para la defensa de la colonia contra las incursiones de navíos corsarios y las invasiones holandesas.” [57]
Por su parte, Gilberto Freyre destaca el carácter fundamentalmente religioso de estas acciones militares.
“Se repitió en América, entre los portugueses esparcidos por un vasto territorio, el mismo proceso de unificación que en la península: cristianos contra infieles. Nuestras guerras contra los indios nunca fueron guerras de blancos contra pieles-rojas, sino de cristianos contra salvajes. Nuestra hostilidad contra los ingleses, franceses, holandeses tuvo siempre el mismo carácter de profilaxis religiosa: católicos contra herejes (…) Es al pecado, a la herejía, a la infidelidad, a lo que no se deja entrar en la Colonia, y no al extranjero. Es al infiel al que se trata como enemigo, no al indígena, y no al individuo de raza diversa o de color diferente.” [58]

(Continúa en 4a. nota)

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