Burchard, Fulrad y Bonifacio: la lección de los “bárbaros” a los neo-bárbaros – Rincón de la Conversación

13/06/2020

La lección de los “bárbaros” a los neo-bárbaros

Mausoleo real  de Luis XII y Ana de Bretaña – Abadía de St Denis

Pipino el Joven (Alemania) o el breve (Francia)

Sepulcro real de Pipino el Breve y Bertrade la Joven – Abadía de St. Denis

Monumento a San Bonifacio Patrono de Alemania en Mainz

El cristiano sabe que esta vida es un noviciado para ir cada vez más hacia el frente y hacia lo alto, como en la marial escala de Jacob, atraídos por aquel Corazón formado en el seno de María Virgen por el Espíritu Santo…, y por eso es pasajera.

Santa Teresita con traje de Santa Juana de Arco, cortado por ella misma, para la obra de teatro de su autoría, en el Carmelo de Lisieux

“La vie est ton navire et non pas ta demeure” (la vida es tu navío y no tu morada), enseña la Doctora Inocente de Lisieux, Santa Teresita, que amaba el campo de batalla al punto de reclamarle amorosamente al Sdo. Corazón: “ Dios mío, cómo es posible que yo muera en una cama!” …y hacía poesías, y obras de teatro en las que participaba, con las monjas del Carmelo, cortando su propia armadura y traje de guerra para representar a Santa Juana de Arco.

La doncella de Orléans era un “flash” que la atraía “hacia el frente y hacia lo alto”, y es oportuno imaginar a ambas vírgenes guerreras celebrando en la corte del Divino Rey la canonización de la ”Pucelle d’Orléans”, pues se cumplen este Anno Domini  100 años del magno acontecimiento –debidamente honrado por el Duque de Anjou, actual Jefe de la Casa Real francesa.


Ocasión histórica aquella, que el Sagrado Pontífice San Pío X –como lo cuenta el Dr. Plinio en un “Santo del Día” lleno de aspectos casi desconocidos (ver al final de estas notas) – aprovechó para dar una clarinada a todo el Reino Cristianísimo de Francia y descargar un mazazo, digno de Carlos Martel, al gobierno impío y revolucionario, que la oprimía como lo hacen todos los gobiernos revolucionarios e impíos, persiguiendo lo bueno, vulgarizándolo todo, “infiernizando” la vida de las familias que tratan de vivir conforme la Ley de Dios en estos “torrentes de iniquidad que inundan toda la tierra” al decir de San Luis María de Montfort. Y porque no siempre hay Pontífices como el fulminador de la herejía modernista…

Dios nos creó para lo grande, lo inmenso, lo sublime. Bien lo sabía aquel pastor, pobre y de auténtica grandeza de espíritu (como el Ven. Pierre Toussaint. esclavo negro , apóstol del amor a la jerarquía social) a quien un villano doctor-filósofo jacobino le preguntaba, desde un alto en que se contemplaban las elegantes torres y amenas plantaciones de varias moradas nobles:
-¿Y de quién es esa casa?
–Ah, respondía el pastor, del Marqués de tal…
-Y aquel coto de caza? –Del Señor de Trois-Fontaines…
-Y aquella torre inmensa? –Del Duque de Saumur…
Y, afilando su aguijón envenenado, le dispara: -Y…, por ventura, ¿qué es tuyo? ¿Nada, acaso??
-Ah, Monsieur, le responde el pastor aspirando una bocanada de aire puro, mirando a lo lejos: ¿¡Mío!?… ¡es todo el paisaje!!!
El jacobino se alejó como diablo rociado con agua bendita, mascullando maldiciones y deseándole al pastor toda clase de males, pensando: si estuviera aquí la Guardia revolucionaria, el calabozo te enseñaría modales, ¡maldito bruto!
Sí, pues los doctores voltairianos,  sembradores de la cizaña pseudo-democrática revolucionaria, desprecian al pueblo al que dicen defender.
Ya decía Voltaire, como cuenta el Abbé Barruel en sus Memorias para servir a la historia del Jacobinismo: ‘a esta canalla* (*de “can”, perro…!), no la queremos por compañía ni por apoyo. ¡Que vayan a engrosar las filas de los Apóstoles…!’
Se refería al pueblo menudo, lleno de vida e ingenio, con el que gustaba de conversar un Emperador del s. XX, de la legendaria Archicasa de Habsburgo, como Francisco José, que vemos en las fotos de traje típico de cazador, o sus antepasados cuando, paseando distendidos por el Prater y casi sin guardia -¡ni patrulleros ululantes!-, se paraba a conversar con el vendedor de flores o el lustrabotas (1). No en vano su antecesor, el Emperador Francisco, volviendo a la histórica capital, derrotado en la guerra napoleónica, el pueblo (¡que no era masa!) afluía a esperarlo y lo recibía al grito de: -¡No te aflijas, “Du hast uns!” –“Nos tienes a nosotros!”

… o la amorosa costumbre real del lavapiés de los pobres el Jueves Santo, a ejemplo del Rey de Reyes…,

o el Rey de Francia que, siguiendo una tradición secular, luego de su coronación en la Catedral de Reims, “con las manos y el corazón limpio” salía a saludar las filas de enfermos escrofulosos que venían de toda Francia y esperaban expectantes su paso, al toque marcial del tambor, y su beso paternal, para oir de él la fórmula ancestral: “El Rey te toca, ¡que Dios te cure!” Y muchos se curaban, como lo certifican las actas de los Parlamentos. Y, valle de lágrimas…,  anota Funck-Brentano: “… había que tener estómago…!”, que lo tenían esos príncipes, aunque fuesen niños de 13 años, como le tocó hacerlo a Luis XV.

-Tienes razón –digo-, esto no lo enseñan los textos escolares! pero la diferencia es que ¡“esto”…, “es verdad”!, verdad histórica…, que no a todos los que tienen poder sobre la Educación les cae bien!

Retrocedamos en el tiempo histórico. Imaginemos la embajada del famoso Pipino el Joven, como le llaman los alemanes, o “el Breve”, como lo hacen los franceses, de baja estatura pero singularmente robusto, lleno de fuego y audacia, en aquel siglo VIII de la era cristiana. Se dirige a Roma para consultar al Vicario de Cristo, al “Rex pacificus”, que era el Papa San Zacarías, paternal y protector árbitro del mundo cristiano. Van a consultarle un asunto de mucha gravedad, y son los embajadores del hijo de Carlos Martel (q.v. en “search) -aquel que en Poitiers frenó con su maza la arrolladora invasión musulmana-, Fulrad, Abad de Saint-Denis, y Burchard, Obispo de Würzburg.

Podemos imaginarlos -con sus nombres sonoros-, graves, sólidos, sesudos, compenetrados de su investidura sagrada, capaces de acariciar un niño que se acerca a besar su anillo viendo en ellos una imagen viva de Cristo Rey, o de frenar con su báculo un tirano en armas y su ejército,… o de oscular, transidos de emoción y reverencia, el anillo de San Pedro.
También la consulta era grave. Se trataba de que la dinastía real merovingia, a pesar de llevar la sangre fundadora de Clodoveo y Santa Clotilde, estaba decadente, como pasa en este valle de lágrimas, a punto de ser conocidos históricamente como los “rois fainéants”, los reyes ‘que no hacen nada’, -pero que el buen pueblo fiel seguía reverenciando.
Y, consideraba con razón Pipino, la situación era anómala, pues él era un digno vástago de la dinastía señorial que  prestaba aristocráticos e inmensos servicios a la Iglesia y al Estado, llenando el vacío de poder llevando el timón del reino con mano segura, sin máscara ni hipocresía,… ponderando que no era bueno para la salus populi mantener la ficción de un rey que no gobernaba, y de un mayordomo de palacio (él) que era el rey de hecho.
La sabiduría del Sucesor de Pedro no defraudó la consulta de Burchard y Fulrad… aconsejando, y prometiendo dar su bendición, al necesario paso de reinar no sólo de hecho sino de pleno derecho, substituyendo ordenada y legítimamente al rey figurativo.
El santo Pontífice respondió: “que era mejor llamar rey al que tenía, más que a aquel que no tenía, el poder real”. Dado que “el que está investido de poder legítimo debe también llevar su título para que no se perturbe el orden“ (ver nota 3).
Sí, hacía varias generaciones que los ‘rois fainéants’ cumplían una función meramente ornamental, mientras que los carolingios ascendían orgánicamente, prestando históricos servicios al reino y la Cristiandad, y aún haciendo fenomenales proezas! 

Para quien no esté picado por el gusto del desorden y el despojo, es una bocanada de aire fresco ver cómo se solucionó el caso sin arbitrariedad, sin sangre, y sin deponer con una asonada al rey merovingio. Pipino tuvo la humildad y buen sentido de no actuar a su antojo, teniendo en cuenta que, por fuertes que seamos, por mayores que sean los poderes de que podamos hacer uso o abuso, al final del camino nos espera el Justo Juez. Y allí no habrá poderes ocultos, ni sibilas con bolas de cristal, ni fraudulentos apoyos políticos que nos salven, -si bien que para buenos y malos, Dios en su misericordia constituyó a la Ssma. Virgen “Abogada y Medianera de todos los hombres”.

Qué santa envidia y nostalgia despiertan esos ejemplos. Sentir nostalgias no es lo mismo que ser “nostálgicos”, epíteto tan del gusto de los pregoneros de la demagogia y lo “políticamente correcto”. No obstante tratarse de tribus germánicas aún en tren de civilizarse, la gracia de Dios, la rectitud natural, el apostolado de un Papa santo y el perfume de vida de obispos fieles iban cimentando esa maravilla que fue la monarquía orgánica medieval, que llegaría a su auge en tiempos de San Enrique y Santa Cunegunda Emperadores, de San Esteban de Hungría (recientemente honrado por la Constitución de su país), de San Luis Rey de Francia, San Eduardo de Inglaterra y San Fernando de Castilla.
Así gobernaban esos hombres:
“En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, Yo, Carlomán, duque y príncipe de los francos, en base al consejo de los servidores de Dios y de mis grandes, he reunido a los Obispos y a los sacerdotes que hay en mi reino…para que ellos me den consejo sobre el medio de restaurar la ley de Dios y de la Iglesia, corrompidas en tiempos de los anteriores príncipes, a fin de que el pueblo cristiano pueda asegurar la salvación de su alma y no se deje arrastrar a su pérdida por falsos sacerdotes”.
Una muestra al vivo de monarquía orgánica medieval: un príncipe que, “en su reino”, no actúa como rey absoluto sino teniendo en cuenta a los Obispos y grandes señores. La aristocracia entonces vigente, dentro del orden monárquico, implicaba la obligación de sus miembros de aconsejar lealmente a la cabeza del reino. Exponente, asimismo, de monarquía sacral, ejercida “en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”, con la expresa finalidad de que “el pueblo cristiano pueda asegurar la salvación de su alma”. Magnífica interpenetración del orden temporal y el espiritual…

Algo trascendente estaba ocurriendo en ese amanecer de la Cristiandad, luz dolosamente silenciada de la historia del mundo.

En aquella jornada memorable el nuevo rey electo recibió a seguir la unción santa de manos del Obispo de Germania, San Bonifacio, enviado personal del Papa!
El representante del Vicario de Cristo dejaba ver a los francos que el nuevo orden tomaba forma en total conformidad “con aquel que debía ser considerado el más legítimo intérprete de la voluntad divina”, el Papa.
El gesto del Apóstol de germanos y francos, al derramar óleo santo sobre la cabeza de Pipino, hacía del príncipe carolingio el elegido de Dios al mismo tiempo que el elegido del pueblo.
Renovada de los tiempos bíblicos, la coronación-unción (le sacre), retomaba a los ojos de todos su antiguo valor. Así como Saúl y David, Pipino era “el ungido del Señor”. En ese espíritu, era su mandatario; de El tenía el cargo del que estaba investido.
El espíritu de la civilización cristiana contenía las verdes simientes de una concepción sacral de la autoridad. Ya en el siglo VI, el cristiano rey merovingio Gontrán se inspiraba en las palabras de la Sabiduría:
“Per me regnant reges…”. “Es por Mí que reinan los reyes y que los legisladores ordenan lo que es justo; por Mí los príncipes mandan y los poderosos dictan justicia” (Proverbios, VIII, 15-16).
Si es por El…, como la Fe y la Historia nos enseñan, debemos esperar “contra toda esperanza” un nuevo amanecer de Cristiandad que surgirá de las ruinas del neopaganismo ateo y brutal que, como virus letal, quiere someter la humanidad a su neo-barbarie.

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(1) Brion, “Viena en los tiempos de Schubert y Mozart”, cap. 1, p. 48, Ed. Hachette, Buenos Aires (2) Funck-Brentano, “El Antiguo Régimen”, cap. IV, pp.146-7, Ed. Destino, Barcelona

(3) Ver citas bibliográficas en las notas sobre Pipino y el linaje carolingio, en “search” de este Boletín

 

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