Era muy “nuevo” cuando vi y –como le habrá pasado al lector en situaciones análogas- me llamó la atención aquel nombre desconocido –que me sonó a centroamericano- de María de la O. Sin sospechar que era una riqueza de nuestro pueblo latinoamericano, grabado en la pupila de la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América.
Y digo latinoamericano –como podría decir hispanoamericano o iberoamericano- con admiración por todo lo que representa la latinidad, forja que amalgamó a tantos pueblos cristianos, latinos y germánicos, y mestizos de sangre europea, indígena y africana. Y, naturalmente, a aquellos de quienes, sin tener sangre latina decían los primeros pobladores: “las Indias, sin indios, no son Indias”. Pues también recibieron su influencia cristiana benéfica,
Mundo latino-americano que encierra imágenes de fértiles extensiones del Lacio, donde pacían aquellos “vitulii” protohistóricos de grandes cuernos de forma musical, que dieron su nombre a Italia.
Grandezas de “Mare Nostrum”, gestos célebres como el cesáreo “alea jacta est” (la suerte está echada), que pasó para siempre al “salón de los espejos” de la leyenda.
Mundo cuya alma es la Roma Eterna de pontífices y emperadores, tan odiada por los adversarios de la Iglesia, externos e implacables, o internos y “auto-demoledores –cf. S.S. Pablo VI-, y no menos implacables.
La que tiene como protectoras las aguas fontanas brotadas milagrosamente del rebote de la cabeza de San Pablo al caer bajo la espada en defensa de la Fe, y la sangre del Príncipe de los Apóstoles, San Pedro, poderosas “simientes de cristianos”.
La que las muy latinas España y Portugal trajeron a América en temerarias embarcaciones que desafiaron la inmensidad y deslumbraron a los nativos con la Santa Cruz de sus velas.
Continente de la esperanza cuyas naciones –parafraseando al Santo Padre Juan Pablo II- ‘nacieron marianas’.
El Padre Francisco de Paula Morell, SJ dice que se llama a esta fiesta –de la que proviene el devoto nombre – Nuestra Señora de la O, por las antífonas (bello término!) que empiezan con esa letra , cantadas en la liturgia tradicional hasta las vísperas de la Navidad.
Ese “Oh!” expresa la admiración de la Virginal Reina ante la proximidad del alumbramiento de su Hijo, por lo que, de acuerdo al mandato de patriarcales Arzobispos de Toledo, se conoce a la festividad como la Expectación del Parto.
…Para recordar los ardientes deseos con que los santos suspiraron por ver nacido y hecho Redentor del mundo al Niño Dios. Ya nuestros primeros padres aliviaron con esta esperanza las penas a las que por su transgresión y desobediencia se vieron sujetados.
El propio Nuestro Señor manifestaba que el patriarca Abraham (desde la sombra acogedora y fresca de sus coposos terebintos) había deseado ver su venida a este mundo, diciéndole a los judíos “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis, porque muchos reyes y profetas desearon verlo y no lo alcanzaron”.
Jacob, prefigura de los elegidos, decía: “Señor yo esperaré vuestra salud y vuestro Salvador”. Moísés le pedía que enviara al que había de enviar.
Pero el que con mayor fuerza de razones expresaba estos deseos era el profeta Isaías: “Enviad Señor aquel Cordero que ha de señorear todo el mundo. Cielos, enviad vuestro rocío desde lo alto y las nubes lluevan al Justo: ábrase la tierra y brote y produzca al Salvador”.
Y agregaba: “Oh, si rompieses Señor esos cielos y descendieses y acabases de venir”. Oraciones de gran unción y poético encanto.
Si todos estos santos y profetas pedían el Mesías prometido con tanta insistencia, ¡qué haría la que era más santa que todos y tenía más lumbre del cielo para conocer y estimar este soberano beneficio, y más caridad para desear el remedio de todas nuestras pérdidas y calamidades…!
Ella sabía que el que traía en su seno virginal era verdadero hijo suyo y unigénito del Eterno Padre, y que se acercaba el bienaventurado día en que Ella habría de dar al mundo su Redentor, su Salvador, su vida, su gloria y su bienaventuranza.
Cómo se desharía en júbilo su espíritu viendo que ya eran oídas las súplicas de tantos justos, los gemidos de las naciones, y los ruegos y lágrimas, anhelos y arrobamientos de admiración con que Ella había suplicado a Nuestro Señor que no tardase en venir y manifestarse ‘vestido de su carne’ para dar espíritu a los hombres carnales y hacerlos hijos de Dios!
Deseaba con increíble deseo verle ya nacido para adorarlo como a su Dios, reverenciarlo como su Señor, y abrazarlo y besarlo como a su dulcísimo Hijo.
A grandes deseos da Dios grandes cosas, dice el P. Morell.
Por eso la Santísima Virgen obtuvo con sus deseos tan ardientes que Dios abreviase nuestra redención,
Pidamos a la Medianera de todas las gracias que nuestro corazón también suspire en esta Navidad por ver, ya en esta vida, que es preparación para la futura, las perfecciones de Dios reflejadas en la belleza de las criaturas, en el heroísmo de los cruzados, en la sabiduría de los grandes pensadores y hombres de acción de la Cristiandad, en la distinción, delicadeza y fortaleza de una Isabel la Católica, en la virtud de un padre de familia o de un hijo ejemplar, y así nos preparemos, con la Expectación de hijos de María, a ver a nuestra Madre, “Clarísima Estrella del Cielo” y “Diadema en la cabeza del Sumo Rey” (Letanías de la Orden de Predicadores). …“Ut videntes Jesum, semper collaetemur” (Para que al ver a Jesús siempre nos alegremos, cf. himno “Ave Maris Stella”.
Participando de los deseos de la Reina de los Corazones, nos despedimos deseándole a nuestros apreciados lectores y amigos una muy Feliz y Santa Navidad, y un Año Nuevo pleno de gracias y de cristianas realizaciones.