Nobleza y élites: Cap. I (ii) – Deshaciendo objeciones previas – Visión de Conjunto (6)

01/08/2014

Continuamos brindando esta visión de conjunto, necesariamente resumida y limitada, recomendando vivamente la lectura de esta obra, que se encuentra a disposición de quien desee adquirirla (ver “TOME CONTACTO CON NOSOTROS”). Nota: los subtítulos numerados y en negrita pertenecen al original; los destaques en letra cursiva y negrita, salvo aclaración en contrario,  pertenecen a nuestra Redacción.

010 Visión de conjunto rojo

3. Objeciones antinobiliarias impregnadas del espíritu igualitario de la Revolución Francesa

Nobleza, élites: ¿por qué sólo se trata aquí de ellas? Es la objeción que se les ocurrirá a lectores de mentalidad antinobiliaria. La sociedad está saturada de prejuicios radicalmente igualitarios acogidos incluso por personas de las que se podría esperar una compacta unanimidad en sentido opuesto: miembros del clero entusiastas de la trilogía revolucionaria libertad, igualdad, fraternidad, olvidados de que era interpretada en sentido frontalmente opuesto a la doctrina católica.

Si esto se da en ciertos medios del clero, no es tan de sorprender que también ocurra entre nobles o miembros de otras élites tradicionales -el ejemplo del noble revolucionario por excelencia, el Duque de Orleáns, Philippe Egalité, no ha dejado de fructificar en más de una estirpe ilustre.

Cuando León XIII publicó su célebre encíclica Rerum Novarum no faltaron en ciertos ambientes capitalistas quienes objetaran que las relaciones entre capital y trabajo constituyen materia específicamente económica, ajena al Romano Pontífice.

No faltarán lectores que se pregunten qué tiene que ver un Papa con la Nobleza o con las élites, cuya subsistencia en nuestros días les parecerá un vestigio arcaico e inútil del mundo feudal; …un punto de irradiación de maneras de pensar, sentir y actuar que no aprecia el hombre de hoy, que las considera fatuos sentimientos meramente estéticos o poéticos, o de orgullo y vanidad. Nada impedirá –pensarán- que la evolución histórica acabe limpiando de la faz de la Tierra estas obsoletas excrecencias; y si Pío XII no ayudó al curso de la Historia –así entendido- le cabía al menos no levantarle obstáculos.

¿Con qué intención, pues, trató tan ampliamente el Pontífice sobre este asunto en un sentido que visiblemente agrada a los espíritus contrarrevolucionarios como el de quien aquí recogió su doctrina, la anotó y la ofrece ahora a la publicidad? ¿No habría sido mejor que se hubiera callado?

La respuesta a estas objeciones impregnadas del viejo espíritu de 1789 es sencilla. Nada mejor que oírla de los propios autorizados labios de aquel Pontífice, que indica el profundo sentido moral de su intervención; realza el papel legítimo de la Nobleza en una doctrina social inspirada en el Derecho Natural y en la Revelación; muestra las riquezas de alma que en el pasado cristiano se convirtieron en características de la Nobleza “y afirma que esta última continúa siendo la guardiana de dichas riquezas, …que le toca la elevada misión de afirmarlas e irradiarlas en el mundo contemporáneo, aún cuando la acción devastadora de las revoluciones ideológicas, de las guerras mundiales y de las crisis socio económicas haya reducido a una condición modesta a muchos nobles”. A éstos les recuerda de modo altamente honroso “la analogía de su situación con la de San José, Príncipe de la Casa de David, modesto carpintero, sin embargo, y por encima de todo, padre legal del Verbo Encarnado y casto esposo de la Reina de todos los Angeles y de todos los Santos”.

4. Las enseñanzas de Pío XII, escudo valioso frente a los oponentes de la Nobleza

No es imposible que algunos lectores pertenecientes a la Nobleza se pregunten qué provecho puede traerles la lectura del presente estudio. ¿No habían recibido ya la mayor parte de esas enseñanzas en el ambiente venerable del hogar paterno? ¿No las habían ya practicado a lo largo de su vida?

Tal vez no estuviese tan clara en su espíritu la inapreciable raíz religiosa de estos deberes ni su fundamentación en los documentos pontificios. Sin embargo, ¿en qué les enriquece el alma, si lo que guardaban como precioso legado les ha venido bastando para dar a su existencia una orientación genuinamente aristocrática y cristiana?

Juzgar inútil el estudio de los imperecederos documentos de Pío XII daría muestras de una deplorable superficialidad de espíritu y de formación religiosa. La integridad moral del católico, o se funda en el conocimiento lúcido y amoroso de las enseñanzas de la Iglesia, o carece de base seria, con lo que se expone a derrumbarse en estos días conturbados y saturados de incitaciones al pecado y a la revolución social.

Contra las seducciones y presiones de esa sociedad, la suave y profunda influencia de la formación doméstica no basta sin sustentarse en la Fe y en la observancia efectiva de los Mandamientos, la práctica asidua de las obligaciones de Piedad y el recurso frecuente a los Sacramentos.

Es de gran aliento para el verdadero aristócrata católico saber que su modo tradicional de pensar sentir y actuar encuentra base firme en las enseñanzas del Vicario de Cristo, máxime cuanto que el noble, en los días de democratismo neopagano en que vivimos, está sujeto a incomprensiones, objeciones y sarcasmos que pueden exponerlo a la tentación de sentir una vil vergüenza por ser noble, de eludir esa situación mediante el abandono de su condición.

Las enseñanzas de Pío XII aquí publicadas y comentadas le servirán de escudo valiosísimo frente a los adversarios obstinados de la Nobleza, que se verán “obligados a reconocer que el noble fiel a sí mismo, a su Fe y tradiciones, no es un extravagante que elucubró por su cuenta las convicciones y el estilo de vida que lo caracterizan sino que todo ello procede de una fuente inmensamente más alta, de una inspiración también inmensamente más universal: la doctrina tradicional de la Iglesia Católica”.

Sus oponentes podrán odiar dichas enseñanzas pero no les será posible rebajarlas a la categoría de elucubración individual de un paladín quijotesco de lo que fue y nunca más será.

Tal vez no persuada al objetante pero impondrá a su ofensiva una mengua en desenvoltura y fuerza de impacto dialécticamente muy ventajosa para quien haga la apología de la Nobleza y de las élites tradicionales. Sobre todo es verdad si el detractor de la clase noble es un católico o –pro dolor!- un sacerdote.

Dentro de la crisis trágica en que se debate la Iglesia (ver nota sobre la vasta bibliografía al respecto) –a la cual alude Pablo VI utilizando la expresión ‘autodemolición’, y afirmando tener la sensación de que ‘ha penetrado el humo de Satanás en el templo de Dios’-, no es difícil que esto ocurra, ni que una ofensiva contra la Nobleza y las élites –tradicionales o no- pretenda apoyarse en pasajes de las Sdas. Escrituras.

En ambas situaciones es de gran importancia, para el noble o el miembro de cualquiera de esas élites, apoyarse en las enseñanzas de Pío XII y en las de sus antecesores y sucesores, “colocando a su oponente en la dura contingencia de confesar su error o afirmarse en expresa contradicción con las enseñanzas pontificias alegadas en esta obra”.

 

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