El Papa del contraataque salvador (IV) – Don Juan de Austria, un “jefe incomparable” designado por San Pío V

17/01/2014

 

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as doce galeras que integraban la flotilla papal, aportadas por San Pío V pese a sus limitaciones financieras, fueron las primeras en estar listas para combatir por la Cristiandad, gracias al impulso del Pontífice y la respuesta de Cosme de Florencia y Marcantonio Colonna.

A fines de junio de 1571, las naves se dirigieron a Nápoles a aguardar los barcos españoles al mando de don Juan de Austria, cuya pronta llegada anhelaban para no perder oportunidades de ataque y evitar las seguras protestas de los venecianos.

Pero el arribo de don Juan se hacía esperar… El Papa le ordenó a su almirante, Colonna, avanzar hasta Mesina, donde debía reunirse toda la Armada de la Santa Liga. A fines de julio se le sumó la flota veneciana, al mando del veterano Sebastián Veniero. Era tiempo de atacar; los turcos sitiaban Famagusta, defendida con uñas y dientes por Bragadino -como adelantamos en la nota anterior- y amenazaban Creta, Citerea y otras ciudades del Egeo.

Los ataques turcos y la demora española inquietaron en extremo al Papa, cuyos temores eran más que fundados: el Imperio Turco era un estado religioso-militar cuya propia razón de ser era la guerra, basado en dos ideas-fuerza tomadas del Corán: su derecho universal de conquista y la “guerra santa” (Carlos Gispert).

El 26 de julio dirigió un Breve a don Juan exhortándolo a no demorarse, renovándolo el 4 de agosto por un correo urgente.

Este había partido de Madrid a Barcelona, llegando a mediados de junio. “Como sucedía con la Nobleza romana –dice Pastor- reinaba también entre los Grandes de España gran entusiasmo por la Cruzada. Muchos nobles españoles se habían embarcado ya a principios de ese mes”. No obstante don Juan debió quedarse más tiempo para completar los aprestos bélicos; luego de la difícil guerra contra los moros tenía especial empeño en reunir las fuerzas necesarias. A esto se sumó “la proverbial lentitud de los españoles”. El 16 de julio se hizo a la vela hacia Génova con cuarenta y seis galeras, deteniéndose en el palacio de Juan Andrea Doria.

Este paso era necesario para darle seguridades a Cosme de Médicis: “El Duque Cosme de Florencia era de una dedicación incondicional hacia este Papa lleno de celo, y apoyaba todas sus empresas. Por eso Pío V lo elevó a Gran Duque de Toscana”, dice Johann Sporschil, agregando que grandes señores como Octavio Farnese –que había mostrado poca predisposición a seguir las orientaciones de los Papas- se inclinó ante el prestigio del Santo Padre; los venecianos, tan celosos de su independencia, le obedecían más que a cualquier otro Sumo Pontífice, y así otros grandes de Italia.

Don Juan de Austria juzgó necesario mostrarle al Gran Duque de Toscana la falsedad de los rumores difundidos por agentes franceses, que decían que las tropas españolas se dirigían en su contra (¡!).   Notable prueba del empeño de las fuerzas enemigas de la Santa Liga, movidas en secreto por la Revolución anticristiana, en plena eclosión en esa primera etapa renacentista-protestante (cf. “Revolución y Contra-Revolución”, de Plinio Corrêa de Oliveira, edición online).

El gran drama de la destrucción de la Cristiandad occidental desde adentro ya había comenzado. Pero el Vicario de Cristo peleaba con todas sus fuerzas esta “batalla antes de la batalla”, con invencible constancia.

Desde Génova, don Juan de Austria enviaba a don Juan Moncada a Venecia para anunciar su pronta llegada a Mesina; y a Hernando Carrillo a Roma a agradecerle al Papa su nombramiento y darle explicaciones por la tardanza.

Al despedirse de Carrillo, San Pío V le encargó transmitirle de su parte a don Juan de Austria “que tuviera en cuenta que partía a la guerra por la Fe católica, y que por esa razón Dios le concedería el triunfo.” Con el ilustre portador, le envió “el santo estandarte de la Liga” (Pastor).

¡Qué promesa y qué símbolo! De damasco de seda azul,  representaba al Salvador crucificado teniendo a sus pies las armas de Pío V, a la derecha las del Rey de España, y a la izquierda las de Venecia. Los blasones estaban unidos por cadenas de oro, y de ellas pendía el escudo de don Juan.

El Cardenal Granvela, Virrey de Nápoles por Felipe II, hizo entrega del bastón de mando y del estandarte a don Juan de Austria en el altar mayor de la Iglesia del Convento de Santa Clara, en presencia de numerosos nobles y de los Príncipes de Parma y de Urbino. El pueblo, conmovido, exclamaba “¡Amén! ¡Amén!”

Como odiosa contrapartida de estas glorias cristianas, arreciaban los intentos destructores de los musulmanes, poniendo a prueba en alto grado la paciencia del Papa que, verdadero Padre de los cristianos perseguidos, requería la partida de la flota.

La flota ganó un jefe incomparable con don Juan de Austria, el hijo del Emperador Carlos V, afirma el historiador alemán Walter Goetz. A los 24 años demostró la sabiduría de la elección hecha por San Pío V

Luego de una carta de su puño y letra enviada a don Juan con Paolo Odescalchi, aquél se dispuso a partir. El 24 de agosto, en la rada de Mesina, el esperado Habsburgo fue recibido por los Almirantes del Papa y de Venecia, Colonna y Veniero. “Mesina le prodigó al Kaisersohn (el hijo del Emperador), de sólo 24 años de edad, un recibimiento magnífico. Ejemplo de viril belleza, con sus ojos azules y ondulado pelo rubio, don Juan encantó a los impresionables sicilianos”, comenta Pastor.

A su lado se encontraba Luis de Requesens y  Zúñiga, enviado por el Rey Católico para atemperar los ardores de su medio hermano y evitar un ataque temerario. En el primer encuentro con los jefes se disculpó don Juan por la tardanza y con juvenil entusiasmo expresó su coraje guerrero y su confianza en el triunfo. “La flota que se había logrado reunir había ganado un jefe incomparable con don Juan de Austria, hijo natural de Carlos V” (W. Goetz).

Los intereses y la antigua desconfianza entre españoles y venecianos contribuyeron a poner de relieve la insuficiencia del armamento de éstos. Sobre todo se hacía sentir el temor a la supuesta invencibilidad del poderío naval turco, impresión que San Pío V tantas veces refutara con confianza sobrenatural y sólidos argumentos.

Pese a los 60 barcos venecianos y 12 galeras genovesas de Doria que engrosaron la flota, las vacilaciones continuaban frenando un avance decidido. En las maniobras conjuntas se vio que los barcos venecianos no contaban con suficiente tripulación. Había que suplir la falta con tripulantes españoles, a lo que el almirante veneciano se oponía; felizmente, la intervención del romano Colonna allanó el camino.

Luego de tres semanas de deliberaciones partieron, por fin, en dirección a  Corfu, reuniéndose en la costa de Albania. Para evitar roces dispusieron que el prominente Agostino Barbarigo actuara como representante del veneciano Sebastián Veniero.

Los vigías cristianos informaron que la flota turca se hallaba en el puerto de Lepanto. Los siguientes días transcurrieron en observación recíproca por parte de ambos bandos.

Llegó entonces la noticia de la sangrienta caída de Famagusta, capital de Chipre, defendida por el heroico Bragadino (ver nuestra nota anterior). Los turcos lo habían desollado vivo, rellenado su piel con paja y, poniéndole traje oficial veneciano, habían atado esos restos al lomo de una vaca paseándolos por toda la ciudad. Esta crueldad grotesca y satánica llenó a los guerreros de justa indignación y deseos de dar merecido castigo al enemigo.

Acercándose la hora de la batalla decisiva, los combatientes se prepararon recibiendo los santos sacramentos de los capuchinos y jesuitas que los asistían. El día de Lepanto, “la mayor ocasión que vieran los siglos” (Cervantes), estaba despuntando…

 

Fuentes consultadas:

 

Plinio Corrêa de Oliveira, “Revolución y Contra-Revolución”, ed. online, Una obra clave: Revolución y Contra-Revolución  http://rcr-una-obra-clave.blogspot.com/

 

Ludwig von Pastor „Geschichte der Päpste – Im  Zeitalter der katholischen Reformation und Restauration – Pius V (1566-1572)”, Freiburg im Breisgau 1920, Herder & Co., p. 539 y ss.)

Carlos Gispert et al. – “Historia Universal”, Ed. Océano, Barcelona, 2002

Walter Goetz et al. – „Das Zeitalter der religiösen Umwälzung – Reformation und Gegenreformation 1500-1600“ – „Propyläen Weltgeschichte”, Berlin, t. V

Johann Sporschil – „Populäre Geschichte der katholischen Kirche” – t. III  

William Thomas Walsh, “Felipe II”, Espasa-Calpe, Madrid, 1943

Fr. Justo Pérez de Urbel, “Año Cristiano”, Ed. Poblet, Buenos Aires

 

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