Renovación y europeización de la élite hispanoamericana – Una noble cualidad: la apetencia de lo excelente (14ª nota)

01/08/2014

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Ilustraciones: Carlos VII de Borbón y Austria-Este con su corpulento mastín – Ejemplos de renovación y quintaesencia en la arquitectura – El Presidente Gabriel García Moreno

Continúa Cap. III – Tras la separación de España: cambio de fisonomía, continuidad en la misión, apogeo y decadencia –

B – Renovación y europeización de la élite hispanoamericana

En la segunda mitad del siglo XIX, los descendientes de la antigua nobleza americana se han fundido en parte con una emergente élite análoga, surgida de altas burguesías autóctonas o venidas de Europa –algunas inclusive de alta nobleza.

3. Una noble cualidad: la apetencia de lo excelente

La prosperidad, aliada a la notable mejoría de la navegación transatlántica, favorece que la élite comience a viajar a Europa y se deslumbre con el brillo de la vida social y cultural de la Belle Epoque. Este contrasta con el tono colonial, provinciano y pachorriento de muchas ciudades americanas. Y suscita el deseo de emular ese esplendoroso tono aristocrático de las potencias europeas, a cuya cabeza resplandecen Francia y la Austria de los Habsburgos.
Exceptuando algunas capitales donde el estilo colonial alcanzó gran esplendor, las ciudades se renuevan adoptando el estilo palaciano de inspiración francesa; en las haciendas prevalece el estilo de manor o cottage inglés, o el esbelto estilo chalet de ambos lados del Canal de la Mancha.
Las ciudades que se renuevan según la tradición española, como Lima, substituyen el estilo de solar colonial por uno más palaciego, apareciendo torres, miradores, enrejados y ornamentaciones que hacen resurgir el mudéjar y el plateresco, expresando clara nostalgia de tiempos caballerescos.
Los nuevos estilos poseían ciertos lados de superioridad sobre el colonial; la renovación edilicia, en cuanto no perjudicó la originalidad y autenticidad, manifestaba un impulso de alma legítimo y noble, de aspiración a lo excelente, que mueve a las élites sanas a perfeccionarse y elevar el tono general de la sociedad; elevación que constituye, como señala Pío XII, un servicio insigne al bien común espiritual y temporal (p. 119, n. 1). No es osado suponer que la gracia de Dios estuviera por detrás de ese impulso renovador, pues ocurre mientras se da un extraordinario reflorecimiento del catolicismo militante, durante el pontificado de Pío IX, que asume un tono fundamentalmente monárquico-aristocrático como reacción contra el laicismo y el igualitarismo de la Revolución Francesa.
Representante de esa tendencia fue el presidente del Ecuador, Don Gabriel García Moreno, quien en medio de su memorable lucha –que le costaría morir asesinado- contra las corrientes carbonarias, pudo consagrarse con pasión al refinamiento cultural y artístico, que embelleció a Quito y Guayaquil.
Así se europeízan –sin nunca renegar del pasado hispánico- la estética urbana, las haciendas, las costumbres , la vida social. Al soplo de ese impulso aristocratizante los tipos humanos se perfeccionan: las cualidades caballerescas renacen como ornato del varón, mientras que la grande Dame europea se convierte en arquetipo indiscutido de las señoras de la época.
Ilustres viajeros manifiestan su admiración por el elevado tono de las clases dirigentes hacia fines del siglo XIX, como el Duque de Madrid –Carlos VII- quien viaja a Sudamérica en 1887 y condensa sus impresiones sobre el antiguo imperio español en una carta: “Reconstituyendo con la imaginación el más vasto imperio colonial que el sol ha alumbrado, sentía fundirse el alma en entusiasta y filial amor hacia España” (p. 126 n. 1).

(continúa en el próximo boletín)

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